Capítulo uno: Camila.

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Un día después de la explosión.

Repasó su imagen en el espejo. Su corto cabello enmarcando su rostro, sus mejillas con un toque rosa y sus labios brillantes. Tomó su celular de la cómoda y se dispuso a salir de su habitación con su característica y arrogante sonrisa.

Bajó las escaleras de dos, saltando y dejando que la falda de su vestido lila flotara por unos segundos. Al llegar, se encontró con que el resto del grupo estaba reunido en la lujosa sala de estar de la mansión.

Ignorando la mirada que Natalia le lanzó, Camila se sentó en uno de los sofás vacíos y les sonrió al resto.

La mayor suspiró y miró a su regazo. La habitación quedó en silencio.

— Tu padre llamó —empezó a decir, jugando con sus dedos—, dijo que fue muy irresponsable hacer explotar aquel lugar y que pudieron habernos atrapado...

— Quien planeó eso fue Margoth —interrumpió la niña pero el pelirrojo ni se inmutó. Siguió masticando su chicle, sin sabor desde hacía un rato.

Mary le lanzó la mirada más intimidante que tenía en el repertorio continuó con un tono más feroz—: Eso es irrelevante ahora mismo, Camila. El caso es: quiere que vayas con él a Italia.

Apenas escuchó aquellas palabras, la mencionada saltó de su asiento, gritando un chillón "¡No!". Camila empezó a sentir el pánico en su pecho: a ella le había costado mucho convencer a su padre de que la dejara estar con el grupo y, aunque no lo quisiera admitir en voz alta, había empezado a quererles (bueno, a excepción de la chilena que casi la deja morir).

Simplemente no podía permitir que su padre le hiciera eso por unos estúpidos fuegos artificiales.

A Natalia se le escapó la carcajada que había estado reteniendo desde que la menor había bajado las escaleras. Ésta le dedicó una mirada asesina mientras empezaba a hiperventilar y a sentir el pánico cambiar a rabia.

— ¿De qué te ríes, pedazo de estúpida? —escupió sonando demasiado rencorosa para tener trece años.

— ¿A quién llamas estúpida, niñata?—le respondió la chilena levantándose de su asiento.

Cruzada de brazos, la líder del grupo empezaba a cansarse de las riñas de ambas. Sin comentar nada más, veía como si de un partido de tenis se tratara, cómo se lanzaban insultos la una a la otra hasta que el pelirrojo junto a ella llegó a su límite.

— ¡Cállense! —gruñó, poniéndose de pie también, antes de que la menor se abalanzara sobre la de rizos—. ¿Qué son, un par de escolares?

— Ella lo es —dijo Natalia, señalando a la de heterocromia. Ésta ahogó un grito ofendido y miró a María.

— ¡La odio!

— Oh, ¡el sentimiento es mutuo, mocosa!

Margoth se masajeó las sienes, harto de la pelea.

— ¿Saben que a los Pansexuales les tendieron una trampa anoche? —preguntó, queriendo cambiar el tema. Efectivamente, sus compañeras dirigieron su mirada a él inmediatamente.

— ¿Alguno murió? —preguntó Natalia.

— Uno de los policías.

— ¿Los atraparon? —ésta vez fue el turno de Mary.

— No. Al final, alguien llegó en una camioneta y les salvó el trasero. En Internet dice que fue una persecución al estilo película.

— Bueno, si no les atraparon ni mataron a uno de sus miembros, ¿por qué nos debería de interesar la noticia? —preguntó Camila, frunciendo el ceño.

Margoth sonrió con suficiencia.

— Porque, cariño, resulta que ellos se estaban escondiendo en un almacén a unos kilómetros de distancia de nosotros y la emboscada fue unos minutos antes de que explotáramos nuestro almacén. Eso puede significar tres cosas: primero: alguien nos delató y la policía se equivocó, o el delatador, se equivocó de lugar. Segundo: ellos nos estaban siguiendo y planeaban una emboscada a nosotros. Y tercero: el mundo es muy pequeño y da la casualidad de que dos de las mafias más buscadas y temidas estaban ocultándose en la misma zona.

Cami se tiró sobre el mueble, aún con el ceño fruncido. Mary suspiró y caminó hasta la cocina, susurrando algo para sí misma.

— Ay, no —murmuró Nati—. Voto por la casualidad. Vayamos Bora Bora, quiero vacaciones.

— Cállate. Yo voy a ir a Bora Bora, tú no —dijo la menor, lanzándole un cojín.

Nati lo esquivó.

— Muérete, Camila.

La mencionada ahogó (otra vez) un grito.

— ¡Mary, me deseó la muerte!

A la sala llegó el sonido del vidrio al estrellar contra el suelo seguido de un gruñido exasperado. Margoth arqueó una ceja, negó con la cabeza y subió las escaleras para ir a su habitación.

Nuevamente, el pensamiento de ella yéndose con su padre aterró a Cami. La preocupación creciente en su pecho no se iba a ir de allí hasta que hablara con él y le hiciera cambiar de opinión; lo cual era prácticamente imposible.

Tommy, el gato, saltó a su regazo y empezó a acariciarle sintiendo la mirada de Nati sobre ella. 

amor prohibido murmuran por las calles. [ AU mafia + squad + pangoth ]Where stories live. Discover now