amor prohibido murmuran por las calles. [ AU mafia + squad + pangoth ]

Capítulo dos: Emiliano.

Una semana después de la emboscada.

En cuanto ambas chicas salieron de la habitación, la menor de ellas tapándose con una sábana y la otra terminando de ponerse la camiseta, Panei tosió falsamente para llamar su atención.

Se supone que leía el periódico extendido ante él, pero estaba tan preocupado que no podía concentrarse y llevaba cinco minutos leyendo la misma oración sin entender lo que realmente quería decir.

— ¿Podrían dejar de ser tan ruidosas? —preguntó a nadie en específico en cuanto las chicas se sentaron en la mesa para desayunar.

Mili echó una carcajada pero Anto se ruborizó. Ella aún no se acostumbraba al echo de que Emiliano supiera la clase que contactos que mantenían y sé lo tomara tan a la ligera a la hora de hacer ésa clase de comentarios. Él por lo general era tímido pero se notaba la confianza que les tenía a ambas.

— Emi, no seas tan aguafiestas —dijo la de lentes dándole un sorbo al café, que ya debía de estar frío porque hizo una mueca.

— ¿Qué hay en las noticias ésta vez? —preguntó Anto, queriendo cambiar el curso de la conversación.

El chico desvió su mirada al periódico nuevamente.

— Lo típico: políticos corruptos, resultados de partidos y celebridades en el ojo del huracán.

Se sumieron en un silencio incómodo. Mili veía su plato de comida pero parecía que su mente estaba en otro lugar, Anto toqueteaba su cabello y se arreglaba un mechón suelto de su coleta desordenada y Panei veía el periódico. Las cosas habían estado un poco tensas desde que Luz, medio hermana de él y Mili, había llegado en una camioneta a salvarles el trasero de pasar la vida en la cárcel por orden del padre de Anto.

Y sin mencionar la mera casualidad de que habían estado a pocos kilómetros de los Cyberbroos.

Panei se sentía culpable de todo aquello. Después de todo, se suponía que él era el líder,

— Chicas —empezó a decir—: lo siento. Mucho. Todo esta mierda es mi culpa —tragó saliva, aún sin mirarlas a los ojos—, es mi culpa que una bala casi te atravesara el cráneo, Mili. Es mi culpa que casi te convirtieran en un colador, Anto.

Cuando terminó, esperó que ellas le dijeran algo como "sí es cierto, che, deberías de irte de acá", como estuvo pensando que sería desde el primer momento en el que practicó lo que iba a decir hasta que finalmente lo dijo. En cambio, ellas empezaron a reír y le abrazaron.

— Me están recostando las tetas en la cara —murmuró, en medio del abrazo.

— Eu, cállate, boludo. Nada de esto es tu culpa —dijo Mili.

(...)

Anto lucía como una persona que intentaba tragarse una bola de boliche. Sus ojos estaban desorbitados y su boca abierta. Ella era la que peor se había tomado el plan.

— ¿Que haremos qué? —preguntó, aún shockeada.

— Nos comunicaremos con la señorita K, la convenceremos de que nos dé su dirección, atacaremos la mansión y así el padre de la mimada aceptará hacer un trato con tu padre, Anto. No es tan complicado —explicó por quinta vez Mili sin apartar la mirada del celular. El único chico del grupo se encargaba de buscar las redes sociales de la niña, lo cual resultaba ser más difícil que hackear la NASA.

— ¿Me estabas diciendo que no sabes cuál es su apellido? —murmuró en dirección a la pecosa. Ella negó con la cabeza pero al notar que él no la miraba, susurró un pequeño "no". Le preocupaba de sobremanera el plan, pero no había forma de hacer cambiar de opinión a su padre (y a Mili. Ella amaba el peligro).

— ¿Y qué haremos si nos da una dirección errónea y nos tienden una emboscada?

— No lo hará, Anto. Es una niña —respondió Mili con tono cansado.

— Oh, no la subestimes. Te recuerdo que ésa niña está en una de las mafias más temidas. ¡Con trece años!

— Anto, no será tan difícil engañarla —dijo ésta vez Panei. La chica se limitó a rodar los ojos y asentir, llenando su mente de todas las formas en las que el plan podía fallar. 

(...)

ACÁ ESTAS MILI RELAJA LA RAJA WACHA.