Parte XI (Capitulo 107-111)

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Capítulo ciento siete.

Ato a mi hermana pequeña con el cinturón mientras Amanda hace lo mismo con mi hermano. El niño lleva varios minutos haciendo pucheros. No le agradó mucho la idea de irnos sin que terminara de ver la película. Así que Amanda hacía méritos para calmarlo, lo cual estaba funcionando muy bien. Esos dos tienen una especie de conexión inexplicable, conexión que me recordaba la que tenía con papá. Había algo en los Grey que se le hacía fácil conectarse con ellos, no solo conmigo. Y no era incómodo. Raro, tal vez, pero no incómodo.

Veo que Amanda se inclina y le deposita un beso en la nariz. El niño ríe y parpadea cansado, pero no deja de mirarla. Le aprieta las mejillas, que se tornan un poco enrojecidas, y se asegura de haberlo atado bien.

—Ya estamos listos, capitán —musita con voz chillona.

Démitri se carcajea y cubre sus ojos con ambas manos. Le sonrío.

—Eres buena —musito.

—He tenido práctica —cierra la puerta—. Venga, muchacho. Tenemos cosas que hacer.

—Voluble —deslizo el dedo índice por la nariz de Nadelia—. No te sueltes el cinturón.

—Pero molesta—tira de él—. Sólo será un rato.

—No, nena. El cinturón es para ir seguros durante el viaje —le sonrío—. No vamos a tardarnos tanto. Y voy a compensarte.

Sus ojos se iluminan.

— ¿Con helado?

Asiento sonriente. La niña parece conformarse, porque sonríe al mismo tiempo que palmetea con las manos. Cierro la puerta y me acomodo en el asiento del conductor. Observo por el rabillo del ojo que Amanda sonríe, extendiendo su mano al encuentro de la mía.

—Tú también eres bueno —musita.

—He tenido práctica —bromeo.

Enarca una ceja.

—La verdad te ves muy sexy cuando haces ese gesto —murmuro para ella.

Suelta una carcajada.

—A cuantas les habrás dicho eso.

—Creo que solo a Lexy, a Stella, a Juliette y a...

Me golpea con fuerza en el brazo.

—Era una broma, canguro —musito haciendo una mueca—. ¿Alguien te enseñó a golpear o es algo natural?

—Creo que fue Steven, David, Conor...

—Te estás vengando, entiendo —introduzco la llave y enciendo el auto—. Mejor vámonos antes de que te coloque un cinturón de castidad.




Estaciono el coche frente a la casa de mis padres. Reviso el móvil. Nada, así que lo dejo en en coche. Quito las llaves, abro la puerta del coche y bajo. Amanda hace lo mismo, de modo que puedo verla plenamente. Está sonriendo, pero no me ve. No está sonriendo por mí. Solo lo está haciendo, así que se ve mucho más real de lo que estoy acostumbrado. Abre la puerta del pasajero y le quita el cinturón al niño, tomándolo en brazos.

—No hagas esfuerzos —musito.

Ella pone mala cara.

—Es solo una sugerencia —me retracto.

Abro la puerta, desabrocho a mi hermana y la sotengo en mis brazos. Se aferra a mí del cuello y me da un beso en la mejilla, sonriéndome con sus pequeños y brillantes dientes.

—Te quiero —dice, escondiendo el rostro en mi cuello.

Sonrío enternecido y le acaricio el pelo azabache.

—Yo también, pequeña.

Cierro la puerta y comienzo a caminar hacia la entrada, donde Taylor nos espera con su ya común pose militar.

—Tienes que dejar de desaparecer —musito—. Nunca sé cuando vienes o cuando vas.

Disimula una sonrisa, pero sé que el deseo está ahí. Introduce una mano en su saco y saca un sobre lila.

—Los sobres lilas no son tu estilo —me burlo.

Vuelve a disimular la sonrisa.

—Es de Sophie. Me ha pedido que se la entregara.

—No la he visto desde hace mucho ¿Qué tal está?

—Excelente, gracias.

Asiento y me despido. Dejo que Amanda entre primero y mientras camino hago malabares para guardar el sobre en el bolsillo de mi pantalón. La niña comienza a dar saltitos para que la baje, así que lo hago con cuidado. Démetri no. Parece gustarle estar en los brazos de Amanda. No te culpo, hermano.

— ¿Ted?

Doy varios pasos automáticamente cuando escucho a Phoebe llamarme. Está en la sala, de pie, sostenida por un par de muletas. Le frunzo el ceño e inmediatamente hace el gesto de caminar hacia mí.

—Deberías estar descanzando —musito acercándote—. Aún no estás bien.

—No me gusta la silla de ruedas —jadea dando otro paso—. Es incómoda.

Agito la cabeza, acercándome un poco más. Deslizo con mucho cuidado el brazo por su cintura y hago que se apoye de mí. Suelta las muletas, que caen de golpe al suelo, y con suavidad la levanto del suelo. Camino con lentitud hacia el sillón, donde la coloco con el más lento y cauteloso cuidado. 

— ¿Mejor? —digo sonriendo.

Ella asiente y desliza los brazos por mi cuello, para abrazarme. Cierro los ojos y le correspondo.

—Te quiero —susurra.

Suspiro largamente y le beso el pelo.

—Yo igual, Phoebe —me aparto y le sonrío—. ¿Y los Grey?

—Mamá está en la cocina.

Escucho que Amanda se carcajea.

—Voy a saludarla —sonríe—. Hola, Phoebe. Te quiero, adiós.

Deja el niño en el suelo, que sale corriendo junto a su hermana hacia el jardín, y camina a toda prisa hacia la cocina.

— ¿Y papá? —pregunto.

—Está en su despacho —lanza una mirada rápida hacia el lugar por donde Amanda acababa de irse y vuelve a mirarme—. Papá va a cabrearse por esto, pero tengo que decírtelo —se relame los labios—. Creo que ya encontraron a la hermana de Amanda.

—Phoebe... —gruñe papá.

Está al teléfono, mirándo a mi hermana con la más falsa de las molestias.

—Me mantienes informado...Por supuesto....Sí...Me parece perfecto.

Cuelga, sin apartar la mirada de mi hermana.

—Tienes una boca muy suelta, muchacha —papá voltea hacia mí—. ¿Qué tal vamos de ánimos?

—Siento que me voy a desmayar por la espera, pero creo que vamos bien ¿Qué hay de ti?

Introduce la mano en el saco y muestra un sobre blanco.

—Mis ansias han sido calmadas.

— ¿Y bien? ¿Qué vamos a tener, hermano o hermana?

Su rostro se vuelve indecifrable.

—Esta noche vamos a dar una cena, para celebrar tanto los resultados de Ana como los de Amanda. Asiste y tal vez te lo comente.

—No puedo creer que estés preparando una cena donde estoy involucrado y no me avisaras con anticipación —hago una mueca—. No, olvídalo. Sí te lo creo.

—Lo pensamos esta mañana, así que ha sido todo muy rápido. Ana preparará la comida.

—Te aseguro que no lo hará sola. Amanda fue a saludar a mamá, que está en la cocina. Si le comentó algo, seguramente se apuntó ya en la tarea.

—Cuatro manos son mejor que dos —sonríe divertido. Realmente está disfrutando esto—. ¿Dónde dejaste a tus hermanos?

—Se fueron al jardín.

—Tengo que llevarlos a comprar ropa para esta noche. Tú y Amanda deberían hacer lo mismo —se acerca hacia el minibar—. ¿Quieres tomar algo?

—Lo hice anoche. Además voy a conducir y llevo a una mujer embarazada de pasajero. Si vas a llevar a mis hermanos y vas a conducir deberías no tomar.

Se detiene antes de tomar un vaso de cristal.

—Tienes razón —se aleja a grandes pasos hacia el jardín—. Mejor voy por los niños. Tengo que avisarle al resto de la familia sobre la cena.

—El Christian Grey que yo conozco no se enfrasca tanto en los preparativos de una fiesta ¿Quién eres y qué hiciste con mi ogro?

—Está esperando impacientemente utilizar su mano inquieta para tranquilizar a su hijo —dice antes de desaparecer por la puerta.

Phoebe suelta una carcajada.

—Ha estado así todo el día —bosteza—. Casi ni protestó cuando me levanté y comencé a utilizar las muletas. Pero te confieso que ese Christian-Muy-Entusiasmado comienza a darme miedo.

Suelto una carcajada.

—No te burles —se remoja los labios—. Es normal ver a papá con esos aires de dominación y conmigo-no-jodas. Pero hoy ha estado demasiado raro. Me asusta.

—Seguro va a durarle solo por hoy —me siento en el suelo, frente a ella—. ¿Cómo va eso de que tal vez encontraron a la hermana de Amanda?

—La verdad no sé mucho. Escuché que hallaron los registros de una niña parecida a Cailee. Cuando extendieron la investigación según esos datos, encontraron que ella se vive en Colombia, bajo la protección de una organización que suele encargarse de los menores de edad que han sido liberados de la trata humana.

Frunzo el ceño.

—Oí a papá leer que Cailee parece haber sido comprada por una familia de colombianos que querían una niña rubia de ojos claros.

— ¿Y Cailee es así?

—Eso parece, pero papá no quiere decirle a nadie hasta que esté seguro. No quiere alimentar falsas esperanzas a la familia de Amanda.

Asiento.

—A ver, cambiemos de tema ¿Cómo te has sentido?

—Mejor, mucho mejor. Todavía me duele un poco el cuerpo, pero sé que pasará pronto.

—Lo sé, pequeña —extiendo las manos hacia las suyas—. Lo importante ahora es que te repongas y evites lo más posibles dar sustos como esos.

—La verdad no he querido comentarlo con nadie, Ted, porque no quiero angustiar a nadie. Pero el hecho que Jack siga por ahí todavía sigue dándome un poco de miedo.

Mis músculos se tensan ante su confesión.

—Todavía recuerdo cómo me miró antes de dispararme —sus ojos se humedecen—. Yo pensé realmente que iba a morirme.

Presiono el dedo índice contra sus labios.

—No digas eso, Phoebe —musito con voz apagada—. No quiero oírlo.

Sus ojos tampoco quieren mencionarlo, pero sus manos apartan la mía de su boca para continuar.

—No importa, ya estoy bien. Es solo que tengo todavía en mi mente lo que pasó —toma mis manos entre las suyas y las aprieta—. Pero sí, ya estoy bien. Yo sí, pero escucha... —suspira—. Quien me preocupa ahora eres tú. Jack no solo está enojado, por decirlo de alguna manera, con papá. Está cabreadísimo contigo también. Porque estás con su hija y ella está esperando un hijo tuyo. Bueno, dos, pero como sea. Él no quiere que nazcan —aprieta mis manos con más fuerza—. Yo sé que la has estado cuidando, pero quiero que tengas mucho más cuidado del usual. Realmente, realmente, Jack no quiere que tus hijos nazcan. Cuando él me disparó, yo iba conduciendo tranquilamente hacia Grey Enterprises. Iba acompañada por dos hombres de seguridad. Estoy segura de que me estaba esperando, que conocía mi ruta y sé que papá se recrimina todas las noches por no haber anticipado una cosa así.

—Ya sabes como es papá, pequeña.

—Lo sé. Y Jack lo sabe. Sabe que vamos a estar rodeados por un millar de personas, por eso no ha echo nada. Está intentando encontrar como llegar a uno de nosotros. Lo que quiero decir, Ted, es que ya llegó a mí. Me hizo mucho daño, lastimando a mis padres. Es lo que quiere. Pero Jack también quiere ver a papá muerto, yo lo sé. Papá jamás aceptaría uno de sus chantajes, a menos que tenga algo que le importe: nosotros, mamá, la familia. Por favor, Ted, nunca te confíes. A donde sea que salgas, no vayas solo. No descuides a Amanda. 

—Oye, basta. No quiero que te preocupes por eso. Lo único que debe preocuparte es mejorar.

—No, ni lo intentes. Papá y tú jamás me cuentan lo que ha estado pasando. Me entero de las cosas por casualidad. No quiero que vuelvan a ocultarme nada, ni el más pequeño de los detalles.

Hago una mueca.

— ¡Ted! —chilla.

—De acuerdo, no me grites —acaricio su mejilla sin soltar nuestras manos—. Sabes que me moriría si te pasa algo. Te adoro, niña. Eres mi hermana. Te he visto crecer muy rápido.

—Ted, Ted —sonríe burlona—. Eres igual que papá.

—Tú igual. A veces eres la que más se le parece.

Ella sonríe. El coro de carcajadas se expande por la habitación cuando mamá y Amanda entran. Casi parecen madre e hija. Perfecto. Papá, mis hermanos, mamá. ¿Cómo consigue envolverlos tan rápido?

—Yo puedo preparar el postre —dice Amanda—. Sé de alguien a quien le debo uno.

Sonrío. Está hablando de mí.

—Intentaré llegar temprano para ayudarte. Sino, vendré con el postre listo. Ted me dirá para cuantos.

—Mejor pregúntale a papá —digo—. Él lo sabe mejor.

Amanda pone los ojos en blanco.

—Bueno, tenemos el tiempo justo para ir a casa de tu hermano —le digo—. Despídete.

—Anda, erizo de mar. Relájate.

Vuelve a poner los ojos en blanco antes de lanzarse a los brazos de mamá para despedirme. Aprieto las manos de Phoebe una vez más mientras le doy un beso en la frente.

—Ponte guapa. Te veo en la noche.

Sonríe.

—No lances por saco roto lo que hablamos, por favor.

—No lo haré, descuida. 

Vuelve a sonreírme. Me pongo de pie y me abrazo a mamá, que me cubre con sus pequeños brazos de una manera protectora. Al apartarme, me inclino un poco y le deposito un beso rápido en el vientre.

—Papá no quiso decirme el sexo —musito—. Y no diré nada esta noche hasta que alguno de los dos suelte prenda.

Mamá suelta una carcajada.

— ¿Emocionado, cariño?

Le sonrío como un niño.

—Mucho —musito—. No veo la hora de saberlo, pero le prometí que iba a llevarla a casa de su hermano.

—Verás que la espera va a valerlo todo.

—Lo sé, lo sé.

—Me encanta verte así, cariño —enmarca mi rostro con ambas manos—. Feliz, tranquilo, emocionado. Antes eras solo un niño impulsivo y loco. Como tu padre cuando joven. Has cambiado.

—Sabes a quién agradacerle.

Echo un vistazo a Amanda, que está dejando que mi hermana le dé caricias en el vientre mientras hace una que otra mueca.

— ¿Ya se van?

Me giro hacia papá, que entra de la mano de mis hermanos pequeños, los cuales se carcajean.

—Volveremos en la noche, jefe —musito divertido.

Él me sonríe.

—No olvides comprarte ropa. Y a tu novia.

Amanda puso los ojos en blanco, en señal de protesta.

—Nadie me dijo nada sobre la ropa.

—Es opcional —apunto.

—Nada de opciona, Theodore —gruñe papá—. Si tienen el dinero, ¿por qué no van a darle uso?

—Bueno, ya. Como digas.

—Bueno —musita Phoebe—. Al menos volvió mi verdadero padre. Aquel me estaba asustando.

Papá le sonríe con ternura. Correcto. Tal vez mi hermana pueda tener un poco de razón.

—No sé por qué están despidiéndose tanto —digo—. Nos veremos en un par de horas.

—A veces te comportas como tu padre.

Papá le lanza una mirada de desaprobación a mamá. Agito la cabeza, agarro a Amanda de la mano y nos despedimos antes de marcharnos. Taylor ya no está en la entrada, lo que vuelve a sorprenderme. Tengo que preguntarle a papá donde diablos se mete ese hombre.

—Se me antojan unos pasteles de crema —la oigo decir—. ¿Y si paramos por unos en el camino?

Le sonrío mientras balanceo nuestras manos camino al auto.

— ¿Tengo otra opción? —musito burlón.

—No creo.

—Supongo que tendré que hacer esa parada extra.

—Quien te escuchara pensaría que es un gran sacrificio.

—Son sacrificios que se hacen por los hijos.

Sonríe mientras agita la cabeza. Abre la puerta del pasajero, pero consigo detenerla por la cintura, atrapándola entre mi auto y mi cuerpo.

—Algún día, espero no sea muy lejano, vas a terminar por comprender que cualquier cosa que hago por ti no es un sacrificio.

Libera sus brazos, los cuales enrrosca alrededor de mi cuello.

—Lo sé, mi erizo de mar.

—Deja eso de erizo de mar —golpeo levemente mis caderas contra las de ella—. Porque si yo te hinco, no te duele, pero sí te hago gritar.

—Espero que seas mucho más discreto cuando nazcan los gemelos.

—Todo va a depender de la madre, así que ya veremos.

Agita la cabeza mientras sonríe. Me aparta de un empujón y toma asiento en el lado del pasajero. Sonrío y vuelve a florecer ese cosquilleo que me da cuando estoy con ella.

Cincuenta Sombras y Luces de Theodore GreyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora