Prólogo

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«Los cabellos de la pequeña eran plata fina, cuando el rayo del sol penetraba en ellos. Al correr bailaban una danza que hipnotiza. Sus ojos son como el color de la eternidad, azules. Su piel, era bronceada por el hecho de salir a jugar por las tardes en el jardín de su enorme casa. Le gustaba, escalar árboles sumamente enormes, más, si estos producían frutas frescas. Su institutriz y su madre, siempre la reñían por sus faltas de modales al ser, una dama; pero Dios había creado un mundo tan maravilloso que Lilibeth estaba obsesionada con él.»

―Lilibeth― la llamo su institutriz. ―Rézanos, el padre nuestro.

―Será un placer, mi lady.

―Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga a nosotros tu reino. Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén.

―Elizabeth, rézanos, la oración de las buenas noches.

―Si mi lady- respondió -Dios mío, Jesucristo: Te doy gracias por todos los beneficios que has dispensado en este día. Te ofrezco mi sueño y todos los momentos de esta noche y te pido me conserves en ella sin pecado. Por esto me pongo dentro de tu santísimo Costado y bajo el manto de mi Madre, la Virgen María. Asístanme y guárdenme en paz los santos Ángeles y venga sobre mí tu Bendición.

―Amén.

―Bueno niñas, ha dormir― la institutriz, las acostó y arropo en sus camas.

― ¿Mamá, vendrá a darnos el beso de buenas noches?―Preguntó la inocente Lilibeth.

-Me temo que la señora está descansando.

La tristeza en su adorable rostro se reflejó, Elizabeth se giró a un costado ignorando el alrededor. La institutriz se alejó con lámpara en mano; cerro la puerta de la alcoba con llave y se fue.

Pensativa, la joven plata preguntó: ― ¿Por qué mamá ya no nos da el beso de buenas noches, querida Elizabeth?

Con fastidio Elizabeth respondió: ―Porque es una mujer ocupada, todo el día ha estado haciendo sus deberes. Ya no tiene tiempo para hacer cosas de críos. Acuérdate que ya no eres un bebé Lilibeth, tienes doce años, compórtate como la hija de un duque, por primera vez en tu vida.

Lilibeth, se disculpó antes de responder: ―Cuando me case, tratare de estar el mayor tiempo con mis hijos. El beso de buenas noches y rezar con ellos antes de dormir es algo con lo que siempre ansiare y si a ti no te gusta, yo podría hacer lo mismo con mis sobrinos. Hasta si quieres, yo me encargaría de ellos, sé que cuando seas mayor serás una mujer tan importante como nuestra madre, hermana.

―Dime la verdad, ¿tu sueño es casarte con el Marques?

―Por supuesto hermana. ¿Con quién si no?

―Bueno tienes elección, él solo escogerá a una de nosotras, y si resulto ser yo... Bueno debes pensar desde ahora, quien será tu segundo camino.

―Ya lo he pensado varias veces, se perfectamente que eso puede llegar a suceder. Pero no temo hermana, por qué el marqués, sea a quien sea que escogiese sé que se llevara una buena esposa. Estaría feliz si fuese contigo y no con otra.

― ¿Y si lo amases?

―No importaría, nada se interpondría entre la felicidad de mi hermana y del marqués. Ni siquiera mi amor por él.

Elizabeth asomo su cabeza y observo a su hermana.

―Espero que así sea. No quiero que me guardes rencor o que me odies, si el marqués me escoge a mí.

Impresionada por esas palabras Lilibeth braveó ― ¡Nunca querida hermana!

―Me alegro porque, ¿sabes?...

Elizabeth vio el techo de su habitación, con expresión soñadora.

―Craig, es muy atento y sofisticado. Cada vez que me escribe con esa caligrafía perfecta, me hace suspirar.

¿Craig? Se dijo Lilibeth. Celosa de que su hermana lo llamase por su nombre de pila tan íntimamente, y más por saber que le escribía cartas a su hermana y no a ella. Eso la lleno de celos, que hacían que su corazón doliese. Pero no lo demostró.

-Hermana que afortunada, eres la dama de los pensamientos del marqués.

Elizabeth sabiendo lo que conseguía con aquello, continúo con la farsa.

―Siempre me escribe cosas muy halagadoras y bonitas. En la última carta, me expreso lo ansioso que estaba por volverme a ver, ¿no es eso amor, hermana?

―Definitivamente. Qué suerte hermana.

El corazón de Lilibeth lloraba.

―Lo sé. ¡Oh pero que grosera soy! Te digo esto sabiendo que estas enamorada de él. Me siento terrible hermana. Perdóname.

Lilibeth quería responder un ―No te perdono― pero sabía que sería absurdo.

―Hermana sabes que te adoro, estoy muy feliz por oír eso. Después de todo ya se sabe con quién se quedara el Marqués de Bradbury, serás la más encantadora de las esposas.

―Gracias, Buenas noches.

―Buenas noches.

A partir de esos años, la meta de Lilibeth fue alcanzar a su hermana, tratar de ser perfecta en todo. De vestirse como ella, de arreglarse como ella, ya no era la misma flor salvaje de su niñez. Pero a pesar de todos sus esfuerzos, no llego a la mitad de lo que su hermana mayor, se había convertido.

Le llevaría una Eternidad, enamorar a Craig. Si su hermana estaba de por medio, lo más seguro era que Elizabeth, se convertiría en la esposa. Ya hasta todo el reino lo sabía. Por eso cuando recién cumplió los veintiún años se les hizo el anuncio, de que el Marqués iría a las tierras Aldrich, en busca de su esposa.

Eso la lleno de alegría, pero a la vez de miedo



Autora: @Karin15

Editado por: @Meryl_Divine

Portada: @VicLoo




Las Hermanas de Plata Saga Eternidad IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora