II

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Penelope Bunce no sabía cómo sentirse respecto a todo lo sucedido.

Simon, Baz, la madre de Baz, el Hechicero, Ebb...

Todo era superior a ella. Lo único que podía hacer... era encubrir a Simon a ojos de Baz.

En realidad, aunque todos se pensaran que ella sabía mucho, en realidad no sabía nada de ese asunto.

Cuando llegó al llamado de Simon, Baz estaba inconsciente en sus brazos, Natasha Grimm-Pitch muerta, el Hechicero tres cuartos de lo mismo y Ebb igual.

Snow era una magdalena. Lloraba y lloraba tanto que sus ojos azules se perdían en el rojo ardor del llanto mientras pedía a Baz que algún día lo perdonara.

Lo único que pudo ver era cómo Simon borraba la memoria del Grimm-Pitch con el último resquicio de magia que le quedaba en su interior.

—¿Qué ha ocurrido, Simon?

Eso fue lo único que pudo preguntar en ese momento.

—Penny... —sollozó—. Llévate a Baz... y alerta a todos de esto... y...

—¿Tú estás loco? ¡El Aquelarre pensará que tú...!

—¡He sido yo! ¡Yo he sido el causante de todo! ¡Yo...!

Su voz se rompía a medida que hablaba. Si había sido él, estaba claro que se arrepentía un mundo.

—Simon...

—Llévate a Baz, Pen. Y miéntele. Nunca le cuentes acerca de mí... bueno, los Grimm-Pitch se encargarán de que no lo sepa...

Tomó a Baz en brazos ayudada por un hechizo de levitación, y miró al malherido y agotado Simon.

—Simon...

—Yo estaré bien. Me iré lejos, muy lejos de Inglaterra... y no me volverás a ver...

—¿A dónde vas a ir...?

—No lo sé. Pero algo haré. Algo...

Sonrió con tristeza mientras miraba al azabache inconsciente.

—Invéntale una historia. Que Ebb fue una víctima de la circunstancias, que el Hechicero y la directora se enfrentaron y ambos murieron.

—¿Y tú?

—Yo nunca he existido para Baz. He hecho que me olvide solo a mí.

—¿Estás seguro...? Puedo deshacer el hechizo, puedo...

—No, Pen. Si me recuerda, me odiará y se odiará a él. Por favor... márchate. Y cuídale.

Ella lloró. Lloró mientras le veía irse, medio cojeando, a algún lugar del mundo mientras ella se encargaba de un vampiro que parecía dar señales de despertar.

Lloró mientras sabía que no vería nunca más a su mejor amigo.

★~★

Simon no podía dormir.

No era un problema tan poco frecuente como se pensaría.

Snow, ¿sabes la historia de las estrellas?

Sonrió mientras miraba el cielo nocturno estadounidense, en el campus de la Universidad de Derecho.

Derecho. Él abogado. Ja. Para el mundo mágico inglés, él era un asesino huído que se había cargado a la directora del instituto mágico más importante de su país, a dos de sus mejores ex-estudiantes y de milagro dejó vivo al sucesor.

Si hubiera matado a Baz... Dios, si el vampiro moría, él le seguía.

Aún cuatro años después, seguía amándole... y Baz ni se acordaba de él.

¿Las estrellas tienen historia? No seas tonto, Baz.

Lágrimas surcaban su rostro al recordar aquella conversación.

—¿Te crees que te mentiría, cielito?

Simon infló las mejillas, sonrojado. No se acostumbraba a ese apodo, y sabía que Basilton lo hacía sólo para amargarle la existencia, como siempre desde que se conocieron.

—Ya te dije que no me llamases así, tonto.

Baz rió y acercó su rostro al del mago, rozando la punta de su perfilada nariz vampírica contra su mejilla.

—Sabes que te encanta.

—¿Qué decías de las estrellas?

—¿Sabes que tus pecas son muy bonitas cuando te sonrojas?

—Cállate, estúpido Baz y empieza a contar.

El vampiro tan solo rió ante su molestia.

—En realidad, es una leyenda que mi madre me contaba cuando era pequeño.

Simon hizo una mueca. Sabía que Baz y Natasha eran enemigos desde aquel ataque que terminó con el heredero Grimm-Pitch convertido en un vampiro.

Natasha quiso matarle, y si no hubiera sido por Fiona, seguramente Basilton fuera ahora mismo cenizas.

—¿De verdad? ¿Y qué dice?

No quería echar sal en la herida.

—Érase una vez que se era, un idilio entre el sol y la luna. Tanto así, que no se diferenciaban el día y la noche. Y a los dioses, envidiosos de su amor, no les gustaba su felicidad. Entonces decidieron separarlos para siempre, condenados a nunca coincidir. Dícese que las estrellas nacieron de las lágrimas que ambos echaban al nunca poder encontrarse, y que eran siempre para la luna, brillando con la luz del sol, quien quería que no se sintiera sola. Se dice que siguen echando tantas lágrimas y que por ello las estrellas son infinitas —relató—. Pero una diosa se apiadó de ambos y les permitió encontrarse tan solo una vez cada cierto tiempo, por un simple segundo que para ellos era lo más maravilloso después de esperar lo que parece toda una eternidad.

—Es triste... —se arrimó al brazo de Baz.

—Lo sé.

El vampiro se perdió en sus pensamientos, seguramente en sus recuerdos de un pasado donde su madre le contaba aquellas historias. Un pasado en el que su madre no lo veía como una aberración, sino como su hijo, mago y digno heredero del apellido.

En realidad, Baz quería retomar de nuevo la relación con su madre. Porque la quería, y al fin y al cabo, todo había sido un accidente.

Simon le miró con una sonrisa y le besó la mejilla.

—No estés triste, Baz.

—¿Quién te ha dicho a ti que estoy triste? —rió.

—Tus ojos.

—Idiota —suspiró, rodeándole los hombros con un brazo.

En algún momento de la noche, Simon se quedó profundamente dormido en los brazos de su compañero de habitación.

A Baz le gustaba contarle historias. Suponía que era una afición heredada de su madre. Le gustaba hacerle imaginar las múltiples posibilidades de la magia, sus efectos, sus trucos crueles y sus lados más buenos.

Extrañaba mucho esas historias que le hacían volar a las estrellas, que lograban hacer que se olvidara de todo lo que pesaba sobre él y le hacía sentir como lo que era:

Un muchacho completamente enamorado.

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⏰ Last updated: Jun 29, 2018 ⏰

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