Número de días sin escribir sobre ti: 403.
El tiempo es extraño. Su relatividad me desconcierta. Estoy en él, como una montaña rusa conducido por un maníatico que no tiene idea de las leyes de la física, o algún respeto por ellas. Me muevo sobre el carrito que me ha tocado, y trato de distraer mi miedo con los momentos felices. Me sujeto fuermente del tubo metálico y ruego que las bajadas no sean tan rudas... y que las subidas duren un segundo más.
Es inevitable.
Tú eras mi caída predilecta. No la favorita. Sino la única. Debiste haberme aprovechado, debiste haber visto lo que los demás vieron. Que yo te adoraba. Te quería incondicionalmente. Te veneraba y caía una y otra vez en tus mentiras.
¿Pero adivina qué?
Todo termina por cansar, por fastidiar, por hartar. Y estoy en ese punto medio. Estoy sacudido después de una enorme embestida. Sordo por la granada. A punto de morir, pero vivo. Tratando de encontrarle nuevamente el sentido a la vida.
No hay otra persona. No necesito a alguien más para ser feliz...pero la única cosa que necesito está perdida. En algún bosque oscuro, en algún pensamiento impuro, en algún desierto de caricias... en algún escombro bajo el derrumbe de mi vida. Necesito encontrarme.
Necesito empezar de cero. Arrastrandome fuera del lugar, alejarme de la zona del desastre. ¿Cómo te alejas de lo que tú mismo creaste?, ¿cómo alejarte de lo que está dentro de ti? No puedes. Toca enfrentarlo. Apargar el fuego. Levantar lo escombros. Limpiar las impurezas. Amarme.
Y de pronto una canción me recuerda tu cara. De tu nombre me he olvidado. Pero no de tu rostro. Ese lo llevo tatuado entre ceja y ceja. Tú eras el centro de mi equilibrio. Mi oído, mi trébol, mi palabra bonita, mi primer pensamiento. Y aquí estoy, mutilandome.
Número de días sin escribir sobre ti: 0.
