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Cinco

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Ese día en la tarde, tuve partido de balonmano, el primero al que Eleanor asistiría como la chica que está saliendo con Ben, pero nadie sabe aún cómo demonios se llama.

Ella estaba en la gradería del lugar, viendo el partido junto a Hannah, Zack y Travis.


El balonmano era un deporte que me apasionaba desde pequeño. Todo se movía muy rápido y además, era muy activo.
Había que prestar tanta atención, que si te descuidabas por un segundo, perjudicabas a todo el equipo. Bueno, por eso el entrenador había decidido que Greg jugaba solo la mitad del partido. Siempre que escuchaba a Hannah gritando, volteaba para saludarla.

Sí, Greg era el vivo ejemplo de que estar enamorado causa estupidez severa.

Y esa estupidez provocaba que estuviera en la banca usualmente. Menudo idiota.

Un descuido en la marca de Sanders provocó que anotara el equipo contrario, lo cual, cabreó a nuestro capitán. Como la anotación se dio de mi lado de la cancha, el imbécil de Cameron Simmons —el capitán— se giró hacia mí, culpándome obviamente de lo sucedido.

—¿Acaso estás ciego? ¿No ves el balón pasar o qué? —me pregunta, acercándose a mí de manera amenazadora—. ¡Toma el puto balón y haz un maldito pase bien! ¿Entendiste? —no respondí, solo le mantuve la mirada. Trataba de contenerme lo mejor posible, era difícil, pero lo estaba logrando, hasta que me empujó antes de voltearse.

—No me toques, imbécil.

Dicho esto, Cameron se volteó, guiando su puño directo a mi pómulo izquierdo.
El enojo se apoderó de mí, por lo que le devolví el golpe.

La pelea era ridícula. Éramos del mismo equipo, no tenía sentido.
Pero tenía suficientes razones para responder a sus golpes. Primero, me tenía hasta los huevos con su maldito parloteo de siempre, metiéndose conmigo en los partidos. Además, no era mi culpa que su ex novia fuera tan bocazas; y segundo... era Cameron, cualquier oportunidad de darle una buena paliza era aprovechada.

Trataron de separarnos, hasta que sentí cómo tiraban de mi hacia atrás con fuerza. Eran Travis y Greg, quienes insistían en que me calmara.

—¡Maldición, Wallace! —exclamó el entrenador, acercándose a mí—. ¡Es tu jodido capitán! Haz lo que te dice y se acabó. Al vestidor, ahora —ordenó—. ¡Lawrence! Tú entras.

Le dediqué una mirada de odio a Cameron, quien me miraba con una sonrisa, mientras se tomaba de la nariz, tratando de detener la poca sangre que le salía de ahí.

  
Molesto, me dirigí hacia los vestidores, en donde no había nadie, pero aún así se podía escuchar el vitoreo del público del partido. Me quité mi camisa blanca número diecisiete y la lancé al suelo, sin preocuparme por la exactitud.

Me senté en una de las bancas de madera y llevé mis manos al rostro, sosteniendo el peso de mi cabeza con mis codos en las rodillas.

  
Me encantaba el balonmano, pero me tenía podrido Cameron con esa mierda de Fiona. ¿Tendría que joderme la existencia solo porque ella no me superó? Vaya vida la que me esperaba.

—¿Hay algo más triste que ver a un hombre llorar? —dijo una voz extra. Alcé mi mirada y encontré a Eleanor, recostada en uno de los muebles metálicos, observándome.

—No estoy llorando —sonreí de lado.

—¿Entonces?

—No es nada —alcé mis hombros y ella rodó los ojos.

—¿Entonces te quedaste dormido así? —bromeó y reí levemente.

—¿Qué haces aquí?

—Bueno —se adentró más y se detuvo frente a mí, conservando cierta distancia aún—, como se supone que me gustas, tus amigos me dijeron que era mejor que yo viniera a ver como estabas. Así que, ¿cómo estás?

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