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Yamaguchi era un chico delgado y de estatura promedio, sin un rasgo particularmente resaltable — Tal vez  sus pecas— o algo de sí mismo que lo hiciese sobresalir.
Tranquilo y pacífico.

Una personalidad cualquiera; nada rescatable. Nada interesante.

Así que, él se limitaba simplemente a seguir con su monótona vida, día a día, como si nada. Rodeado de proezas y todo tipos de extraordinarias personas, él era como una pequeña, lejana y poco visible constelación en un universo plagado de brillantes posibilidades.

Siempre opacado por la luz propia con la cual brillaban aquellas hermosas estrellas a su alrededor: siempre sintiéndose el estrellado, ignorante de sus atributos y cualidades; menospreciándose.

Su mejor amigo, Tsukishima Kei, era un chico inteligente, inmejorable en cuanto al deporte, alto y de figura esbelta.

Simplemente magnífico; simplemente inalcanzable...

Era un alfa.

Yamaguchi pensaba que, muy probablemente, él fuese un Beta. Porque no era bonito y adorable como un Omega o fuerte y astuto como un Alfa. Además, nunca había demostrado algo similar siquiera al celo, mucho menos se había sentido atraído por un Omega en dicho estado.

Un simple chico sin nada especial. Un simple Beta sin mayores deseos que permanecer junto a su amigo de la infancia cuanto le fuese posible.

Porque Tsukki tenía un brillante futuro esperando por él. Un Alfa que seguramente, algún día, encontraría a un hermoso Omega para hacer su vida a su lado.

Para amar y ser amado... aunque él ya lo amé.

Sin embargo, aquella fría mañana de finales de agosto e inicios del otoño, su mundo estaba por dar un giro inesperado. Pero eso, por supuesto, él no lo sabía.

Se enteraría junto con los demás, horas después.

Había estado lloviendo desde la noche anterior, nada memorable, un simple chispeo que caía de manera constante y que había perdurado hasta aquel momento. Cuando Tadashi se despertó para ir a clases, apoyando la planta de sus pies en el frío piso de madera, sintió su organismo protestar.

Había una incómoda pesadez en su vientre bajo y al parecer tenía algo de fiebre, podía sentir su alta temperatura en contraste con la baja del ambiente. Y pensó que quizás había pillado un resfriado estacional.

Esa no fue una razón lo suficientemente fuerte para que Yamaguchi decidiera faltar aquel día al instituto; para no ir al club: para no ver a sus amigos.

Para no ver a Tsukki.

Se alisto y en el camino se encontró con Kei, luego se le unieron Hinata y Kageyama, tan escandalosos como siempre. Y las molestias persistian.

Y él, tercamente, ignoró las señales que su cuerpo le enviaba.

Siguió actuando normal hasta que, durante el tercer periodo — apenas faltando diez minutos para el primer receso— sintió la repentina y exagerada elevación en su temperatura, una contracción en su vientre y la humedad incómoda recorrerme las entrañas para terminar en su ropa interior.

La sensación de tener todas las miradas de su alrededor sobre sí se apoderó de él. Y era correcta.

Su aroma, imperceptible para él, pero sumamente dulce, embriagador y  avasallante para los demás, inundó la estancia.

Ahora estaba claro; no era un beta: era un jodido Omega.

Uno que acababa de entrar en su primer celo rodeado de cientos de Alfas que, al distinguir su esencia, se acercaban un poco. Incluso habían empezado a llegar de las otras aulas.

Tadashi se encogió, asustado, en su lugar.

Entonces uno de los profesores hizo acto de presencia.

—Yamaguchi-kun, por favor retírese a enfermería.

Él asintió y se paró dificultosamente, sintiendo sus piernas claudicar y su cuerpo desvanecerse.

Unos brazos lo atraparon.

—Yo lo llevo.

El profesor frunció el ceño.

— Tengo entendido que es usted un Alfa, Tsukishima-san, esto podría afectarlo y...

— ¿Parece que me afecte?

En efecto, no lo parecía. Kei mantenía su semblante estoico y huraño de siempre, apenas una imperceptible capa de sudor cerniéndose sobre su frente. El profesor asintió, dando así luz verde.

Yamaguchi se limitó a aferrar sus escuálidos brazos a los hombros firmes de Tsukki.

Llegaron a la enfermería, Kei cerró la puerta tras ellos, echando pestillo par evitar cualquier posible inconveniente con otros Alfas.

No había nadie. Y la críptica máscara se destrozó ante la mirada asombrada de Tadashi.

Los ojos de Kei lo miraron con un brillo hambriento mientras la lengua rosa se asomaba, lamiéndose los labios resecos, y él se sintió estremecer: una nueva oleada de espasmos y la repentina dilatación de sus esfínteres ante la perspectiva de tener pronto algo acogido en sus entrañas.

—Oh, Dios, tu olor se hizo más fuerte. Tu aroma es estupendo.

Gruñó Tsukishima, y Yamaguchi quiso responderle que su olor también había aumentado; que lo estaba envolviendo, ácido y dulce. Pero lo único que consiguió brotar fue un gemido lastimero.

Tsukki olisqueó la parte interior de su cuello, justo sobre su glándula a la vez que intentaba colar los largos dedos bajo la ropa y su cuerpo cimbró completo.

Intentó hacer distancia entre ellos, sus pies al fin tocaron el suelo.

Debía alejarlo, no podía permitir que Tsukki, que no estaba en sus cabales, lo marcase o tomase. O ambas en su defecto.

Tsukki tenía un brillante futuro que él no destruiría al unirlo a sí mismo.

Él no, él no...

¿Él no qué?

La vista se le nublo mientras el lubricante se le escurría entre los muslos.

Frente suyo, Kei volvía a intentar acercarse, las pálidas manos en contacto con la piel de su vientre. Bajó la mirada; el pene erguido y orgulloso escondido aún bajo la ropa se restregaba con disimulo contra su cadera.

Entonces todo se volvió extraño.

Al diablo con todo. Él necesita a Tsukki.

Ya luego tendría tiempo para arrepentirse.

You never understand (TsukiYama)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora