Hacia el infinito

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BASE NEIL ARMSTRONG, ESTADOS UNIDOS, AGOSTO DEL 2052

-6... 5... 4... 3... 2... 1... ¡Ignición!

Volutas de humo y lenguas de fuego se levantan en torno a la torre de lanzamiento.  Toda la base parece temblar durante el instante en que la MAV-1, única aeronave en el mundo diseñada para soportar velocidades muy próximas a la de la luz, comienza a ascender lentamente, taladrando los primeros kilómetros de los quinientos que componen la masa de aire de la atmósfera terrestre.  A bordo de ella me encuentro yo, Charles Fullman, calificado como uno de los mejores pilotos de la fuerza aérea estadounidense, y como el más experimentado astronauta. Con éste completaría mi cuarto viaje al espacio.

-Ninguna anormalidad, control, la computadora lo maneja todo a las mil maravillas.  Cambio

-Bien Charles, déjanos esta primera fase en nuestras manos, tú dedícate a descansar. Hablaremos nuevamente antes de iniciar fase dos. Cambio y fuera. 

Al cabo de unos minutos, la nave sale del campo de gravedad terrestre e ingresa al mar infinito del cosmos.  Tengo por delante doscientos treinta mil cuarenta millones de kilómetros que, traducidos a velocidad luz, equivalen unas doscientas trece horas. La nave viajará a una velocidad promedio de cincuenta mil kilómetros por segundo con lo cual rondaré los cincuenta tres días de viaje antes de iniciar la segunda fase, cincuenta y tres días en que tengo que  dedicarme únicamente descansar.

Sumergido en el silencio de mi soledad, repaso el motivo de la misión, y el solo pensar que el sobrevivir a esta expedición es prácticamente imposible, me causa una profunda angustia y hace que cuestione mi determinación de haberla aceptado. Soy como un conejillo de indias pues seré el primer ser humano en intentar atravesar un “agujero negro” del espacio, punto a uno de los cuales, la MAV-1 se dirige.

“Agujeros negros” del espacio se denomina a las zonas de dimensiones muchas veces superiores a nuestro sistema solar. Se forman con la muerte de grandes estrellas que, al colapsar, crean un campo de gravedad tan grande que ni siquiera la luz puede escapar a él.  Todo esto serviría para formar un "túnel" el cual, teóricamente, sería un atajo para sortear grandes distancias medidas en años luz, o para unir dos universos paralelos.  Por supuesto que todo esto se maneja en el campo de las hipótesis, y es por esa causa que me dirijo hacia uno de estos agujeros, para confirmar o desmentir esas teorías con el riesgo que ello implica. 

La misión se divide en dos fases. La primera parte está completamente a cargo de los ingenieros de la base, quienes permanecen en contacto permanente con Simón, nombre de la computadora de la MAV-1. Simón retransmite todos los datos pertinentes de la nave, pasando revista constantemente de todo el instrumental de a bordo, proyectando en la base central la estructura de la nave con sus partes en una imagen holográfica a escala y en tres dimensiones.  En caso de que alguna de estas partes o circuitos no llegasen a funcionar bien, se ordena la intervención inmediata de los micro-robots mecánicos, comparables a la función que cumplen los glóbulos blancos en el ser humano, para que se aboquen a la refacción de la zona dañada. También es controlado desde la base todos mis signos vitales, ya sea temperatura corporal, latidos, presión sanguínea, hasta mis propias excreciones.

En esta primera fase yo estoy obligado a descansar, y si no lo puedo hacer por mis propios medios tengo dos opciones: inyectarme una droga especial para inducirme al sueño cada veinticuatro horas o utilizar el sistema de realidad virtual y sumergirme en una bella fantasía.   La segunda fase, si es que la hubiera, está a cargo de Simón y de mí, en realidad más a cargo de Simón que de mí.  En los últimos diez años de los viajes realizados al cosmos, la importancia del hombre en la conducción de las naves ha sido relegada a un segundo plano, siendo desplazado por los ordenadores de inteligencia artificial, minimizando la tripulación a un solo astronauta, presente solo por sí ocurre algo inusual en el viaje, algo inusual que aun no ha sucedido: un contacto extraterrestre.

Ya ha pasado una hora del despegue y poco a poco la Tierra se vuelve tan solo una pequeña esfera azul.  Tengo que descansar, así es que opto por colocarme el .C.R.V (Casco de Realidad Virtual). En honor a la verdad, debo decir que soy un adicto a estos "viajes" electrónicos.  Uno puede elegir lo que se le antoje, como caminar en Marte, bucear en las  profundidades del mar, o hacer el amor con las chicas más bellas. Esto es la realidad virtual, como por ejemplo tirarse de un avión sin paracaídas y sentir la desintegración de tu cuerpo y el frío aliento de la muerte sin ningún tipo de riesgo físico, el mental no lo puedo asegurar.

La obligación a descansar en estos cincuenta y tres días es prioritaria, y la base se encarga y vigila que realmente lo haga. El motivo es solo uno: mantener la mente despejada y alejada por completo de lo que es la misión en sí. Cabe destacar que cada veinticuatro horas me despiertan para alimentarme con comidas sintetizadas y balanceadas desarrolladas específicamente para mi organismo. Después de comer llevo a cabo un plan de ejercicios físicos controlados para mantener en forma mi composición muscular y evitar que ésta se atrofie por lo prolongado del viaje. El comer y ejercitarme, me demanda alrededor de dos horas de vigilia, para luego volver a recostarme e inducirme al sueño o al viaje virtual. 

Me coloco el casco. Solo basta cerrar los ojos y pensar donde se quiere estar y que hacer.  Elijo para mis primeras veinticuatro horas de fantasía, un hermoso paisaje con un lago azul perdido entre blancas montañas y verdes bosques, algo que ya desapareció en la Tierra.  Una vez metido en el paisaje virtual, me recuesto a orillas del lago con mi caña de pescar entre mis manos; el sol y la suave brisa acaricia mi rostro y una sensación de paz me embarga. La línea que se tensa y mi primer pez, y la alegría, y la paz, y el descanso... el descanso... el descanso...

ESENCIA DIVINAWhere stories live. Discover now