Luna llena

33 4 1
                                    

A veces se escuchan aullidos en las noches de luna llena. Hay gente que dice que son los lobos que le lloran a la luna porque no pueden estar juntos. Porque tienen un amor tan profundo que le brindan sus aullidos a ella. Pero no es verdad.

El dormitorio estaba como siempre. Desordenado. Con capas y bufandas colgando de las camas y estanterías, el suelo manchado de tinta y salpicado de pergaminos pisoteados.

Era un desastre, salvo por un rincón, donde los libros estaban donde debían estar y la ropa colocada en su sitio. Los botes de tinta bien cerrados y encima del escritorio y la cama bien hecha. Incluso el baúl estaba un milímetro más recto que los demás.

Sirius se apoyó en la columna de la cama. Apenas podía sostenerse. Sabía que llegaría ese día, siempre lo había sabido, sin embargo, dolía igual. Se dejó caer al suelo, deslizándose poco a poco hasta quedarse sentado. No quería salir, no quería ir a ningún lugar, quería quedarse sentado allí para siempre. El viento que soplaba por la ventana no le ayudaba a cambiar de decisión.

Sin proponérselo si quiera, su mano abrió el baúl que tenía a su lado y sacó lo primero que alcanzó. Una bufanda. La bufanda de Gryffindor. La que siempre usaba cuando iban a ver un partido o para dar un paseo por los alrededores del castillo. Se la acercó al rostro y enterró la cara en ella.

Aquella bufanda había rozado su pelo suave y dorado como un rayo de sol. Aquella bufanda había estado en contacto con aquel cuello que tanto le gustaba besar. Aquella bufanda...

Aún olía a Remus.

Sirius comenzó a llorar sin darse cuenta. Las lágrimas le resbalaban por las mejillas sin cesar, una detrás de otra, todo por una simple bufanda. Una maldita bufanda que dentro de poco dejaría de oler a él. Una maldita bufanda que le había hecho recordar todos los besos, todas las caricias, todos los te quieros...

Le había hecho recordar que ya no la volvería a ver colgada de su cuello mientras iba a ver un partido de quidditch. Que ya no la volvería a ver ondeando por el viento que también revolvía su pelo. Y no le volvería a ver leyendo. Ni volvería a admirar sus ojos a la luz del fuego. Ni su rostro cuando se iluminaba descubrir un trozo de chocolate en el bolsillo. Ya no volvería a cogerle de la mano antes de la luna llena. Ya no...

Pero él ya sabía que llegaría este día. Todos lo sabían. El lobo era demasiado. Simplemente demasiado, cualquier error podría hacer que se desgarrara en pedazos. Tan solo un simple error.

Habían tardado diez minutos más en llegar hasta la casa de los gritos, solo diez minutos más de lo normal. Pero esos diez minutos habían bastado para que el lobo se asustase, que pensara que lo habían abandonado. Y el dolor no ayudaba.

Sirius dio un grito ahogado al recordar cómo encontraron a Remus al llegar. Solo habían pasado diez minutos... Primero escuchó un grito, y se sorprendió al ver que salía de su garganta. Luego notó que estaba llorando, pero no se secó la cara. Tenía las manos llenas de sangre. De su sangre, que aún estaba templada. Le había acomodado la cabeza sobre sus rodillas y le besó la cara una y otra vez. En la frente, en los labios, en los labios, en la frente. Mientras susurraba que no muriera, que no podía morir, que no podía dejarle solo. Porque le amaba. Oh Dios, le amaba con toda su alma. Le amaba y en su interior, deseaba ser él que estaba ahí tendido y no él. No Remus. No su Remus.

Entonces Remus sonrió. Con una de sus genuinas sonrisas.

-Te...amo -susurró entrecortadamente- como... nun-nu-nunca amé... a nadie.

Tomó el último soplo de vida y murmuró:

-Sirius...

Después, sorprendentemente, dejó de llorar. Todos sabían, al entrar, que Remus iba a morir. Se había vuelto humano de nuevo. Pero eso no hizo que el golpe fuera menos duro.

El muchacho notó una mano en su hombro. Cálida y reconfortante. Se había puesto la bufanda de Remus y lloraba sobre uno de los extremos que apretaba entre las manos. Alzó la mirada hacia el chico de pelo revuelto. James.

-Él no merecía eso, James, él no lo merecía -. Tenía la garganta seca.

El chico se agachó a su lado -. Lo sé. Y tú no mereces esto.

-No. Sí lo merezco, si hubiera llegado antes... -Sirius dio un grito ronco- Ahora le estaría abrazando a él, no a esta bufanda.

James negó con la cabeza -. Eso no lo sabes. Vamos, él no querría verte así.

Poco a poco se puso en pie con la ayuda de su compañero. Y le dio un abrazo.  A su amigo. A su hermano.
Y se marcharon. Se marcharon.

A veces se escuchan aullidos en las noches de luna llena. Hay gente que dice que son los lobos que le lloran a la luna porque no pueden estar juntos. Porque tienen un amor tan profundo que le brindan sus aullidos a ella. Pero no es verdad.

Son los aullidos de un grim, de un perro negro que le aulla a la luna llena porque le arrebató lo que más quería, lo que más amaba y que ya no podrá recuperar.

La luna le quitó lo que más amaba. Lo que más ama.

Lo que más ama.

Luna llena - wolfstarWhere stories live. Discover now