Capítulo I

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Tony había asistido a muchas fiestas a lo largo de su vida. Su época estudiantil, tanto en la preparatoria como en la universidad, fue una cornucopia de festejos y celebraciones; alcohol, sexo, rostros anónimos que su memoria no era capaz de evocar y un montón de sustancias psicotrópicas que lo mantuvieron alejado de las críticas impías de su padre y las palabras angustiosas de su madre.

Se había graduado un par de años atrás, con honores y el máximo grado a pesar de que nunca se había esforzado demasiado; era un genio, un tipo brillante según las opiniones de muchos, un diamante que pulir para otros. Sin importar cual fuera el caso, le gustaba pensar que había madurado —aunque sea un poco— y que se había convertido en un adulto responsable. Tan responsable como se pudiera ser a los veinticinco.

Ahora, aunque había dejado de lado las sustancias alucinógenas, aún disfrutaba de una buena fiesta, y esa era la razón para encontrarse en aquel extraño lugar con pinta de almacén abandonado. Hasta donde sabía, el sitio había sido alquilado por un amigo de María, la nueva novia de Rhodey, su mejor amigo. Era una fiesta de Halloween y el ambiente resultaba algo perturbador; las luces fluorescentes se movían en todas direcciones y trazaban cuerpos desconocidos que danzaban unos contra otros, el aire estaba caliente y condensado con el olor del sudor, el alcohol, el humo de los cigarros y la hierba. En su mano tenía un vaso plástico rojo, lleno hasta la mitad con una mezcla de vodka y alguna bebida energizante que le daba un color verde bastante inquietante. Tenía sed, pero no confiaba en nada que no estuviera en una botella sellada y la barra estaba demasiado lejos como para ir a buscar otra cosa.

A su alrededor pululaban los cuerpos sudados, exudando lujuria y perfumes baratos. Usualmente ese era el tipo de fiesta donde le habría gustado pasar el fin de semana, pero por alguna razón no conseguía sentirse a gusto. Estaba aburrido, y con cada segundo que pasaba se sentía más y más sofocado. Necesitaba tomar aire, necesitaba salir de allí.

Se movió hacia una puerta que daba a unas escaleras, e incluso ahí había gente apoyada en las paredes, intercambiando ruidosos besos que le provocaron una mueca mientras subía los escalones dando zancadas. El aire frío del invierno lo golpeó de lleno en el rostro cuando logró llegar a la terraza de aquella pocilga, y recibió gustoso la sensación de vértigo que el cambio abrupto le generó. Respiró un par de veces con los ojos cerrados, buscando alguna explicación para esa conducta tan impropia de él, pero no encontró ningún motivo. Tal vez se debiera a que era un snob y se había acostumbrado demasiado a los lujos, el champán caro, las sonrisas empalagosas y la charla barata.

Sacó una cajetilla de cigarros de su bolsillo y tomó el encendedor del otro, ahuecando una mano alrededor de la llama para evitar que se extinguiera con el viento. Dio una primera calada y dejó que el humo llenara sus pulmones antes de exhalar, y entre las nubes grisáceas que se extendieron frente a él, distinguió un leve movimiento a unos pasos de distancia. Entornó los ojos para contrarrestar el brillo de las luces detrás de la figura, y decidió acercarse despacio hasta que consiguió ver con más claridad.

— Hey —saludó de forma tentativa—. Es un lugar solitario para estar durante una fiesta.

La persona que ahora podía distinguir como un hombre —o eso parecía según su aspecto físco— le devolvió una mirada insegura. Tenía el rostro cubierto por una especie de máscara, pero sus ojos eran tan expresivos que Tony pudo adivinar con facilidad que el chico se sentía incómodo e intimidado.

— No me gustan las multitudes —le respondió él, y su voz le generó en el pecho el mismo efecto que su canción favorita.

Sobrecogido y algo desconcertado por el extraño sentimiento, Tony dio otra calada al cigarrillo y miró hacia otra parte durante los pocos segundos que le tomó recomponerse y convencerse de que seguro le habían puesto algo en la bebida.

— Asistir a una fiesta underground no es la decisión más inteligente si no te gustan las multitudes —dijo después de un rato, porque era más sencillo comportarse como un idiota que admitir su nerviosismo.

Su interlocutor lo miró un instante, como si intentara decidir si debía gastar su tiempo dándole alguna explicación.

— Solo he venido para acompañar a una amiga —respondió al final, y un segundo después se apartó del borde donde estaba apoyado e hizo amago de volver al interior.

«Es un desconocido», se dijo Tony mentalmente, queriendo recuperar algo de sentido racional. Lo lógico habría sido permitir que aquel extraño continuara su camino sin más, y aunque Tony siempre se ha considerado un hombre lógico, sus acciones tenían cierta tendencia a seguir otros derroteros. Se lo demostró a si mismo una vez más cuando una de sus manos salió disparada por cuenta propia y sujetó la muñeca del hombre que ya se había alejado unos pasos en dirección opuesta. Con el cambio de posición, ahora se encontraba bajo un bombillo de luz blanca que no iluminaba demasiado, pero sí lo suficiente; desde sus gastados zapatos converse, los pantalones de mezclilla y la sudadera un par de tallas más grande hasta sus ojos. Sus ojos repentinamente llenos de temor y sorpresa. Ojos grandes y expresivos.

— Lo siento —se apresuró a decir y le soltó la muñeca en el acto. De pronto él también se sentía tan fuera de lugar como se veía el otro, pero no podía dejar de mirar esos ojos, tan distintos a cualquier cosa que hubiese visto aunque, a simple vista, a cualquiera le parecerían comunes—. No fue mi intención ser grosero, es solo que... Ha sido una noche extraña. —no entendía por qué estaba justificándose con un desconocido, pero el sujeto pareció considerar sus palabras y adoptó una postura más relajada—. Soy Anthony.

Extendió una mano y esperó a que el otro la tomara. Pareció dudar un segundo, pero al momento siguiente devolvió el apretón con una firmeza que resultaba sorprendente en alguien con una apariencia tan frágil.

— Un placer, Tony. Soy Bruce.

— El placer es mío —dijo, y luego se rió por la absurda formalidad que estaban manteniendo en un lugar como aquel. Bruce parecía estar sonriendo bajo la máscara que lo cubría todo a excepción de sus ojos, y de nuevo Tony se encontró mirándolo por más tiempo del debido—. Sé que esto tal vez te resulte extraño pero, ¿te importaría si tomo una fotografía de tus ojos? Es una fascinación mía, nada más.

El chico cambió su peso de un pie a otro y echó un vistazo a la puerta, como si estuviese calculando el tiempo que le tomaría llegar a ella y huir en caso de que Tony fuese un completo psicópata. Esa idea le hizo gracia.

— Claro, está bien... —consintió Bruce después de un momento. En su voz había una pizca de desconcierto, seguramente por lo extraño de la petición, pero no dijo nada más.

Tony sacó su movil del bolsillo de su chaqueta y se deshizo de la colilla del cigarrillo ya olvidado. Aunque no era un fotógrafo estelar, habría preferido tener consigo la cámara profesional que usaba en ese tipo de ocasiones; porque su móvil tenía una cámara excelente gracias a las mejoras que él mismo le había hecho, pero aquellos ojos merecían ser capturados con todo detalle.

— Muy bien, aquí voy —avisó antes de acercarse lo suficiente para obtener un buen enfoque. Disparó el obturador y capturó el ojo izquierdo, luego el derecho y por último ambos. Revisó las imágenes para asegurarse de que fuesen lo bastante nítidas y entonces notó que los ojos de Bruce eran en realidad mucho más hermosos de lo que había notado en primera instancia—. Gracias, tus ojos son increíbles, no parecen...

Cualquier cosa que quisiera decir quedó olvidada cuando sintió unos labios cálidos y suaves sobre los suyos. El gesto se sentía tímido a pesar de lo repentina que había sido la acción, y por eso Tony no comprendió del todo la razón por la cual su pulso se aceleró como si su corazón estuviese tratando de estallar dentro de su pecho. Su cabeza se sentía ligera, aún después de que el contacto acabase tan pronto como había comenzado, y le tomó varios segundos darse cuenta de que Bruce había desaparecido.

Todavía no estaba pensando a cabalidad cuando salió disparado por la única ruta de escape, buscando con los ojos entornados en la oscuridad con la precaria iluminación de las luces fluorecentes. Se abrió paso entre la marea de gente a fuerza de codazos y empujones pero la escurridiza figura de Bruce parecía estar cada vez más lejos. Vio la puerta de salida abrirse y trato de llegar tan rápido como pudo, pero para cuando consiguió salir al exterior lo único que vio fue el taxi que se alejaba por la solitaria calle.

Y supo que lo había perdido.

Génesis Where stories live. Discover now