Capítulo II

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La mañana siguiente trajo consigo una resaca terrible, y aunque cada célula de su cuerpo gritaba que lo más sensato era quedarse en cama, sabía que ni siquiera era una posibilidad. Su padre le había machacado cuán irresponsable era durante años, y ahora que estaba prácticamente frente a la compañía, sus días de absoluta irresponsabilidad habían llegado a su fin. Y no es que él lo hubiese decidido, sino que Obadiah Stane, antiguo socio de su padre y ahora suyo, le puso un coto al asunto y él —aunque no lo admitiera— lo respetaba y estimaba lo suficiente como para acatar sus consejos.

Sin embargo, nada de eso hizo más ameno el proceso de salir de la cama y asearse lo suficiente para ir a trabajar.

Durante casi todo el camino estuvo ausente, con los pensamientos aún girando alrededor del furtivo encuentro la noche anterior. No entendía la naturaleza de aquella sensación. Muchas veces había tenido rollos de una noche, y su interés nunca iba más allá del desayuno si tenían suerte, así que aquel interés por una persona que no había hecho más que rozar sus labios era un sentimiento foráneo.

Al llegar al edificio de la empresa que había heredado hacía tan solo cuatro años atrás, lo primero que hizo fue dirigirse a la oficina de James Rhodes, su mejor amigo, la voz de su consciencia y el bastardo responsable de su resaca. Lo encontró tecleando algo frente a su computadora, y ni siquiera se molestó en anunciarse antes de inclinarse para ver qué estaba haciendo.

— ¿Cómo es que funcionas tan bien a esta hora? —cuestionó al ver la velocidad con la que Rhodey trabajaba.

— Buenos días, no recuerdo haber dormido contigo. Y son las diez, Anthony. El horario laboral comenzó hace una hora y media. —se giró en la silla rotatoria para mirarlo—. Soy el responsable del área de investigación y desarrollo y, lo creas o no, algunos nos tomamos en serio nuestro trabajo.

— Hueles a vodka —apuntó Tony, torciendo los labios—. Quiero decir, hueles mal.

— Si, ya sé que huelo a vodka, y por favor no alces la voz —pidió James con una mueca—. Estuve trabajando en el proyecto de aeronáutica para Kobayashi. Ya está terminado, pero quería esperar a que le dieras el visto bueno —señaló el monitor que tenia delante y Tony se inclinó para mirarlo.

— ¿Trabajaste en esto anoche? —preguntó, francamente impresionado.

— No, esta mañana —suspiró, frotándose las sienes. Era gratificante ver que no era el único sufriendo.

— Es asombroso —admitió y se apartó para dirigirse a la salida—. Eres genial, te odio.

— Sí, y yo te amo... ¡Ah, por cierto! Casi lo olvido, llegó tu nueva asistente, dice que ya tiene un año de experiencia previa en el departamento de seguridad. —Tony volteó y se inclinó un poco para ver a través del vidrio que daba a su oficina. Chasqueó la lengua e hizo una mueca. Sus antiguas asistentes habían sido un completo fiasco, y ahora le enviaban nada más y nada menos que una niña con un año de experiencia—. Si, ve a cambiar pañales.

— Y tú ve a lavarte los dientes —retrucó son una sonrisa socarrona antes de salir.

Al llegar al escritorio que antecedía su oficina, una mujer joven y alta se puso de pie de inmediato y se acercó con un maletín en la mano. Tony la miró de pies a cabeza con discreción, tomando nota de cada detalle de su presencia. Llevaba un traje ejecutivo de falda, tacones de aguja que le daban un par de centímetros de altura extra por encima suyo y el cabello cobrizo atado en una coleta sin un solo pelo fuera de sitio. La típica imagen de la asistente perfecta que no lograba sobrevivir más de quince días.

— Señor Stark, un placer conocerlo, soy Virginia Potts —estiró una mano con perfecta manicura a medida que hablaba—. Vengo del departamento de seguridad y soy su nueva...

— Asisitente, sí. Fui informado —cortó el rollo y le estrechó la mano durante un instante antes de enfilar a su oficina—. Supongo que estás al tanto de tus labores, ¿o me equivoco?

— Así es. Ya me han entregado su agenda del mes y..., ¿puedo hacerle una pregunta?

Mhmm —interrumpió levantando un dedo mientras tragaba un par de aspirinas con un sorbo de agua—. Como asistente tu trabajo será ocuparte de todo mi papeleo aburrido, organizar mis compromisos y no hacer preguntas al respecto. Te recomiendo manejar mi agenda en formato semanal. Verás, soy una persona un tanto...

— ¿Impredecible? ¿Irresponsable? —infirió la chica sin tomar asiento—. También fui advertida de eso. El señor Stane y el resto de la junta directiva me dieron instrucciones claras sobre el asunto y se me ha indicado que no debo cancelar o posponer ningún evento oficial a menos que se me informe con un mínimo de siete días de antelación o a menos que se trate de una emergencia —recitó sin titubear. Tony la miró con la boca abierta y parpadeó varias veces sin saber qué decir exactamente. Aquella chica resultó ser una verdadera sorpresa después todo—. ¿Qué, le sorprende que pueda articular más de una oración en su presencia sin balbucear?

En ese momento cerró la boca y salió de su asombro. Le gustaba la osadía en aquella muchacha. Tal vez por fin tendría a alguien competente para apoyarlo y asistirlo en todo lo necesario sin sentirse intimidada.

— Muy bien, señorita Potts, me parece que nos divertiremos trabajando juntos.

— Ya lo creo, señor —convino ella, curvando sus finos labios en una sonrisa suave.

•••

— Rhodey, ¿conocías a esos chicos en la fiesta de anoche? —preguntó Tony hora más tarde.

Aquel día habían salido de la oficina y decidieron retocar los últimos detalles de algunos proyectos en casa de Rhodes, pero al final habían terminado arrellanados en los cómodos sillones de la sala, compartiendo un silencio cómodo y bebiendo whisky.

— ¿Qué chicos? —cuestionó con una mueca. Aún no se le pasaba la resaca.

— Los de la fiesta de Halloween. Conocí a uno de ellos, se llama Bruce. No le vi la cara pero tiene estos... Ojos increíbles —suspiró mirando la fotografía que tenía en la pantalla de su móvil. Los ojos de Bruce podían parecer comunes para la mayoría de las personas; no eran de algún color exótico ni nada parecido, sino de un bonito color café. Sin embargo, si se prestaba bastante atención, podía distinguir un delgado aro de color verde rodeando las pupilas, y algunos puntos diminutos salpicados del mismo color en ambos irirses—. Heterocromía central.

— No conozco a ningún Bruce —aseguró Rhodey, pero Tony apenas le prestó atención a su respuesta.

— ¿Has sentido alguna vez que, al conocer a alguien, llenaba ese agujero que sin saberlo tenías dentro y que al irse te deja dolorosamente vacío?

— ¿Qué? —Rhodey se enderezó en el asiento para mirarlo y extendió una mano para palpar su frente—. Hermano, ¿estás bien? ¿Quieres que llame a un médico? Es decir, ¿qué fue eso?

— ¿Uh?

— Lo que dijiste, fue... Profundo, casi poético. ¿Debería buscar unos pañuelos?

Tony chasqueó la lengua y le arrojó un cojín de lleno en la cara a James, haciéndolo reír.

— Vete a cagar.

— No te enojes, es solo que no puedo comprenderte porque... Estoy dolorosamente vacío. —volvió a reír más fuerte y se secó una lágrima—. Venga, no sé, puedo preguntar si alguien lo conoce, ¿vale? A ver si llena ese vacío dentro tuyo de otra forma más práctica y te olvidas del capricho.

— Qué imbécil —bufó Tony, pero no pudo ignorar la chispa de esperanza que sintió.

¿Qué tan probable era que encontrara de nuevo a un extraño que solo había visto una vez en su vida?

Inifinitas. Las posibilidades eran infinitas.

Génesis Where stories live. Discover now