3-Parte

392 17 4
                                    

Dolió. Pero a la vez fue una especie de escape, al fin podría tomar las riendas de mi vida. Era libre, aunque no fue fácil.
Como hijo porfiado, una vez no seguí los consejos y llegué a Cal y Canto a comprar mariscos al mercado central. No podía creer la cantidad de personas que se encontraban cerca de mi.

- ¡Asesino conchetumare! ¡Muérete!

Me costó mucho hacer entender a la gente que ese caballero y yo somos muy distintos.... pero no les importó: Se me fue encima una turba de personas y me sacaron la mugre, terminé en una clínica de Las Condes.

Así entendí que mi mamá tenía razón, no podía ir a ese sector de Santiago.
Mi vida se volvió infeliz, porque nunca me sentí identificado con la gente de lo alto de Santiago, me apestaba el acento, su papa en la boca y de sus temas de "que yo viajé aquí" "que el auto de acá" "que la casa de Cachagua". Yo siempre me sentí parte del pueblo, y el pueblo no estaba allí.

Siempre subía al metro y me daba cosa pasar más allá de Baquedano, de hecho ya en esa estación unos pocos me miraban molestos.

Hasta que un día dije basta, esto yo no lo merezco, debo luchar por mi vida.

Pasé por Universidad Católica, Santa Lucía, Universidad de Chile, La Moneda... Los Héroes.

Apreté los dientes, porque vi ya a algunos que me querían matar, sin embargo, muchos también me querían.

- ¡Mi general! ¡Cambie este país por favor!

Pero otros no estaban para nada contentos.

- ¡Tení que pagar culiao! ¡Ni perdón ni olvido!

Se iba a armar una batalla campal en aquella estación, intenté por todos lados que por favor se calmaran.

Pero justo cuando la gente se iba a agarrar a golpes, el sector contrario se dio la media vuelta y corrieron hacia a un lado, estos gritaban como si hubiesen visto a Dios mismo.

Yo no lograba entender de quien se trataba, las personas lo abrazaban mientras los míos le gritaban cosas:

- ¡Cobarde! ¡Marxista de mierda! ¡Ándate a Cuba!

Noté su rostro, era tan triste como el mío.

Él también intentaba que las personas se calmaran, pero no hubo caso. La gente finalmente se agarró a combos por nosotros, no importaba si eran hombres y mujeres, eran todos contra todos.

Yo le hice señas a él y él a mí, como preguntándonos ¿Qué hacemos?

Y ahí fue cuando se me ocurrió la idea de correr hacia el cambio de andén, en dirección hacia los Domínicos, mis seguidores se fueron conmigo... Y así quedamos divididos por la línea del tren

- ¿Cómo te llamái?! - le pregunté desde mi lado.
- ¡Eusebio! ¡Y tú!
- ¡Salomón!

No logré escuchar lo que me quiso decir después, el tren de su lado llegó y simplemente se marchó.

Se trataba del clon de Salvador Allende, desde el primer minuto entendí lo que él estaba pasando, fue una conexión total.

Amor De ClonesWhere stories live. Discover now