Capítulo 43

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Mi paseo acaba inevitablemente en el taller de la familia Marsac. ¿Inevitablemente? Bueno, mi padre siempre ha dicho que hay pocas cosas en esta vida que no se pueden evitar. El coincidiría en que estas es una de ellas, una de esas cosas que podría perfectamente haber esquivado si así lo hubiera querido.

Leo un pequeño cartel grabado en madera,

«Taller textil familia Marsac»

Y me levanto un poco de mi montura para ver a través de los arbustos altos el extenso complejo construido, según el propio padre de Philip, en tiempos de su padre. Son tres edificios de piedra amarilla y escasas ventanas que forman una U alrededor de un patio en los que un grupo de trabajadores descargan un carro lleno de cajas de madera. Con la ayuda de unas carretillas, las van trasladando poco a poco al interior.

―¿Quiere entrar y descansar?

Me vuelvo hacia Enzo.

―¿Tú quieres entrar?

Creo que contesta con lo que cree que quiero que conteste. Acomoda el peso sobre su caballo y luego encoge ligeramente uno de los hombros.

―Los caballos apreciarían un poco de agua.

Asiento, indecisa. Me gusta estar con Philip pero no me gustaría que me gustara más de lo que me gusta. ¿Es comprensible? Yo creo que tiene todo el sentido del mundo. Un día, no sé si hoy, no sé si en dos semanas, tres meses o cinco años, voy a marcharme. Lo lejos que sea necesario para poder olvidar con tranquilidad esta etapa convulsa de mi vida. Todas las personas que he querido y quiera hasta el momento, o al menos la mayoría, se quedarán atrás. No estoy muy segura de sí quiero encariñarme de Philip lo suficiente como para dudar en el momento decisivo.

Carraspeo, y en ese instante, Philip sale de uno de los edificios dando indicaciones a un par de hombres que le siguen de cerca. Casi no parece él. Lleva las botas de montar llenas de barro y se ha deshecho de su chaqueta. Con la camisa arremangada hasta los codos, ayuda a cargar cajas y a trasladar montones de tela de un lado a otro. Ni si quiera parece un noble. O al menos no se comporta como tal. Cuando para un instante para beber agua que una empleada le ofrece muy amablemente, sus ojos viajan más allá del taller y dan con nosotros. Y supongo que ya no tengo opción. Ya no puedo darme la vuelta y huir en la frondosidad de los árboles. Probablemente cabalgaría hasta palacio simplemente para buscar una explicación. Supongo que yo también lo haría, así que aprieto las piernas con un leve suspiro, cómo si no quisiera hacerlo, y mi caballo entra en la plazoleta de tierra a paso tranquilo. Cuando llego junto a él sonríe al darnos la bienvenida. Hunde el cucharón en el cubo que le han traído y me ofrece un poco de agua. Yo bebo, y después de limpiarme los labios con los dedos, musito:

―Gracias.

Cuando desmontamos, dos mozos trotan hasta nosotros y siguen las indicaciones de Philip de llevar a los caballos a descansar.

―Ven, Gaby, te enseñaré todo esto.

Nunca he visto a Philip cómo ahora. Tiene ese brillo en la cara que adquiere mi padre después de un trabajo duro, cuando se sienta a cenar y sabe que el trabajo está hecho. Y no solo hecho, sino bien hecho. Ahí reside la diferencia. Ni en una fiesta de su hermana, ni en una cacería, ni en una cena de gala, Philip sonríe de tal forma. Sin chaqueta, con las manos sucias de tinte y un ligero olor agrio a sudor, me invita a pasar a uno de los edificios con aire triunfal y satisfecho. Hace calor, pero según Philip es la temperatura que debe de haber para que la tela se empape bien de tinte. Hay unas tinas gigantescas y redondas llenas de agua hirviendo. Los empleados se suben a unas banquetas y hunden la tela con unos palos enormes para luego remover y remover sin parar mientras los tejidos adquieren color poco a poco. Arriba, en el techo de paja, hay unas grandes ventanas para que el aire se recicle y la temperatura sea más agradable. Los trabajadores. Opie siempre decía que cuando él fuera poderoso y tuviera sus propios negocios quería que sus empleados le temieran. Que así es cómo iban a respetarle. Pero los hombres y mujeres que trabajan para Philip no parecen echarse a temblar en cuanto lo ven. Hablan de manera cercana con él y exponen sus dudas o problemas a la hora de resolver algo. Philip les escucha con atención. Siempre. Si cree que sus ideas son mejores a las que se han llevado a cabo hasta ahora, las pone en prácticas de inmediato.

Sangre azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora