Capítulo 47

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Escucho la música mucho antes de llegar a la casa de Dempsey Lena. Durante un tiempo impreciso me quedo apartada, observando desde la oscuridad del callejón. No me atrevo a dar un paso hacia delante, volver a observar el rostro de Lottie y consolar a las chicas, que van a maldecir a alguien que no existe. «Un borracho, un mendigo o cualquier malnacido con el que se haya encontrado en la calle.» Quizá algún día les cuente la verdad. Probablemente el mismo día que les diga que no es que tenga un amante rico con el que paso el tiempo, sino que yo soy esa princesa Gabriella con la que tanta gracia les hizo que compartiera nombre. Pero no hoy, por supuesto. Hoy mi primer instinto es solo eso, observar, sin poder evitar rememorar la muerte de Nudillos Péppin. Por entonces todo era muy distinto. Cuando pretendo marcharme, Etta me ve y corre a mi encuentro antes de que pueda reaccionar de algún modo. Me abraza entre lágrimas y me lleva hasta el patio, iluminado con faroles. Relajo los dedos, que sostenían un ramillete de las flores más bonitas que he encontrado en el jardín de palacio, y lo dejo sobre el lecho dónde descansa Lottie.

―¡Ella te adoraba Gaby! Lo sabes, ¿verdad? Sabes que te adoraba.

Beben y beben sin parar, mientras se lamentan y bailan y lloran. Yo no puedo evitar sentirme enferma, mareada y con náuseas, así que aprovecho la más mínima ocasión para ir retirándome poco a poco hasta desaparecer en las sombras. Cuando casi he llegado al inicio del callejón, dónde Enzo me espera, Jac aparece de la nada y me tira del brazo con firmeza. Enzo se endereza, alerta, pero yo niego con la cabeza y Jac me arrastra hasta las cuadras. Allí, los caballos respiran con tranquilidad, intentando conciliar el sueño.

―¿Qué ha ocurrido?

Su mirada está inyectada en preguntas. Levanta el dedo y me señala de forma acusatoria.

―No intentes mentirme, Gaby. Lottie me lo contó todo. ¿En qué diablos la metiste?

Le aparto con frialdad.

―Yo no la metí en nada.

La mandíbula de Jac se relaja. Con un breve suspiro, hunde ligeramente los hombros y se frota la cara. Yo parpadeo, impidiendo que las lágrimas que asoman por mis ojos desaparezcan.

―Casi me matan por su culpa. Me espiaba y luego vendía la información al cardenal. Ella aceptó mentirle. No la obligué a hacerlo.

―¿Estás segura?

―¿Qué significa eso?

―La llevó la guardia hasta palacio para descubrir que su amiga es en realidad princesa de Francia. Estaba asustada. Habría hecho cualquier cosa para salir de allí.

Un extraño fuego de rabia nace de mi pecho.

―No es así cómo pasó.

Jac se cruza de brazos y yo le empujo.

―¡No ha sido mi culpa!

Noto cómo todo el dolor que sentí la noche que la vi ahí tirada, en el invernadero, vuelve a nacer. Mucho más frío y doloroso que antes. Jac sigue así, con los brazos cruzados, impasible a pesar de que sabe que estoy a punto de romperme.

―Lo único que he hecho desde que todo esto empezó es intentar protegeros―murmullo.

Y sin decir una sola palabra más, antes de que una sola lágrima se vierta, parpadeo con fuerza y salgo de las cuadras. Y de nuevo ese silencio que tanto me quema. Ese que dice mucho más que cualquier palabra.

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Sangre azulWhere stories live. Discover now