VI

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  Cuando levanta la vista ve por el espejo a Ruberta. Se está quitando el antifaz. Mathias lamira unos instantes pensando en que la encontraba más atractiva sin conocer su rostro y sinser casi violada por sus enemigos de esta noche. Pero aun así piensa que lo atractivo no estácien por ciento en su imagen. Sin el antifaz es una chica normal, sólo un humano ordinario,bellas facciones, joven, con una mirada milenaria. Lo sensual está más que nada en suactitud. En esto, Ruberta mira por el espejo retrovisor y lo ve mirándola. Mantiene lamirada unos segundos casi en señal de amenaza y luego mira por la ventana.Al llegar al edificio de la oficina de Capaldi, le paga al taxi cien dólares y se baja delvehículo agarrando a uno de los hombres para arrastrarlo hasta la entrada. Ruberta hace lomismo. 

—¿Quién es esta vez? —Pregunta el portero. Capaldi hizo un trato con él. No, un trato no.Capaldi le hizo un favor, por lo que el portero debe guardar silencio por cada vez que sustrabajadores traen los mandados al edificio. También detiene las cámaras de seguridad porcinco minutos para que pasen desapercibidos. 

—Bastardos, como siempre —Mathias responde con la voz apretada por el esfuerzo.

 —¿Como siempre? —Ruberta pregunta, confundida, dejando de arrastrar el cuerpo.Mathias la mira sin saber qué decir exactamente. 

—Es un chiste —dice tranquilo—. Ríete, te ayuda a relajar los músculos. 

—No me gusta este tipo de chistes —responde volviendo a arrastrar el cuerpo de su casiviolador.Los cuatro entran en el ascensor en silencio hasta el piso veinte. La oficina de Capaldi estájusto al frente, por lo que primero Mathias sale y se asegura de que no hay nadie en lospasillos. 

—Despejado, avanza —le dice a Ruberta y ambos arrastran los cuerpos y tocan el timbre.La puerta se abre sola. Entran apresurados y Mathias se aproxima a abrir la puerta de laoficina.Allí se encuentra Capaldi sentado en su gran silla de cuero. 

—Muchacho. Dijimos que los traerías vivos. Estos desgraciados son hombres muertos. 

—No están muertos. Sólo... inconscientes. 

—¡INCONSCIENTES, POR LA MIERDA, CARTER! —Capaldi grita alterado,levantándose y golpeando el escritorio con ambas manos. Jamás lo ha visto de estamanera— Si mueren, no nos sirven. Si mueren, no nos pagan. ¿Entiendes eso? Ahora,Mathias —dice acercándose y jalando al muchacho aproximándose a su oído—. Vas a salirde aquí y no vas a volver hasta que me traigas los otros tres. Antes de que estos dos semueran. Y vas a matar a esa puta, ha visto demasiado, ya sabe demasiado. Si vuelves yestos dos están muertos... vas a conocer de verdad con quien has estado trabajando losúltimos seis años. Ahora, tranquilo. Cuando trabajas nervioso nada sale bien. Quiero queestés tranquilo.

 —Sí, señor Capaldi. Estoy tranquilo —le susurra serio. No está para nada tranquilo. Nuncase ha visto en esa situación. Nunca ha tenido miedo desde el primer asesinato. Nunca hasido amenazado de esa manera por su jefe.

 —Buenas noches, muchacho. Adiós, jovencita —Capaldi dice relajado y volviendo a susilla. Mathias se va sin decir más y Ruberta lo sigue. Salen del edificio en silencio. 

—Mathias... con esto te ganas la vida —la joven dice con la voz entrecortada. 

—Ruby, voy a tener que matarte —le dice sin mirarla a la cara. 

—¿Qué?—Nunca he matado a alguien inocente en toda mi vida. Pero mi jefe me está obligando ahacerlo. Y como te habrás dado cuenta, ya no puedes escapar de mí. Perdón.Ambos tienen el corazón acelerado, los nervios de punta e infinitas ganas de llorar. Rubertano quiere morir y Mathias no quiere asesinarla. 

—¿Has leído Romeo y Julieta? —Pregunta Ruberta luego de un eterno e incómodosilencio.—No realmente. Pero he visto las quinientas adaptaciones cinematográficas.—Bueno, en al menos más de una adaptación tendrás que haber visto el veneno que tomaJulieta para aparentar que está muerta pero realmente no lo está. 

Los ConfidentesWhere stories live. Discover now