CAPÍTULO 1

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"Una de las convenciones menos estúpidas del género del cáncer es la que se conoce como "el Último Día Bueno" en el que parece que el declive se ha estancado de repente y, por un momento, el dolor es soportable. El problema, claro, es que no hay forma de saber que tu Último Día Bueno es tu Último Día Bueno. En esos momentos, no es más que otro día no tan malo."

- Bajo la misma estrella

Uno de mis libros favoritos es Bajo la Misma Estrella, se aprecia como es debido el dolor verdadero de un final previsto, sin titubeos, solo la verdad. Me gusta sobre todo porque me ha hecho reflexionar acerca de mi creencia en la inexistencia del destino. Sabían lo que les esperaba, no tenían opción. Estaba escrito, prácticamente.

Me identifiqué con esta frase justo después de entender que mi Último Día Bueno era mi Último Día Bueno.

Un día normal.

Eran 5:30 am, el apenas audible sonido de las gotas del lavabo a medio cerrar inundaba el cuarto casi completamente mudado. Uno a uno mis ojos se fueron abriendo sin ningún motivo.

Desde que nos mudamos, más o menos una semana en aquel tiempo, había estado expectante de acuerdo al tema del nuevo colegio. No era la primera vez que nos mudábamos de improvisto, pero cada vez que me tocaba iniciar de nuevo un calor inundaba mi cuerpo haciéndome una estatua inmóvil. En fin, no tenía ni ánimos ni ganas de desempacar hasta estar bien segura y plantada en el nuevo colegio. Hasta saber que no nos iríamos otra vez. Aún tenía empacadas ciertas cosas de poco valor o que no tenían uso en mí día a día generalmente.

Las sábanas beige, el color favorito de mamá, tapaban mi celular. Traté a ciegas de encontrarlo y fallé un par de veces. Entonces recordé aquel llavero de lucecitas verdes en forma de tortuga que mi ex novio, Byron, me había regalado para nuestro último aniversario, patético. Lo cargaba cada día en mi mochila y por alguna extraña razón, lo seguía teniendo aún dos años después de terminar. Más patético todavía.

Mi mochila siempre se encuentra al lado derecho de mi cama, pero misteriosamente lo había dejado, sin más, del otro lado.

La condenada tortuga no alumbraba como de costumbre lo que me obligó, cual sabueso, a rastrear el teléfono con mi cara pegada al llavero con luz. Revoloteando por la cama, empieza a sonar mi canción favorita. Guiada por el sonido, busco el teléfono con desesperación. <<Si sigue sonando así despertara a mamá y a papá>>

Luego de unos cuantos intentos en vano, por fin llego al celular. Quiero contestar la llamada lo antes posible. Por un momento sentí la sensación de especialidad que uno experimenta cada vez que te llaman. << Muy interesante como para que me llamen>>

Intento ver la pantalla con el ligero apretón de párpados debido a la luz producida por esta. El sonido se detuvo antes de poder ver tan si quiera la hora. Espero pacientemente tal vez a que mis ojos se acostumbren al brillo de la pantalla o quizá a que la llamada entre nuevamente.

De pronto caigo en cuenta de la hora que es. Antes de poder formular completamente mi pregunta de porqué alguien me llamaría a tal hora, vuelve a sonar la canción.

Con prisa intento contestar, algo no anda bien. Ahora todo tienes sentido: era una alarma.

Ahora mi pregunta sería: ¿Por qué habré puesto una alarma a horas en que ando por el quinto sueño?

Era un aviso señalado una vez al año, algo especial ocurría. El recordatorio decía: AMANECER DE FREDDIE.

Sin contar que mi teléfono me ha acompañado durante unos siete años (no tan humillante como parece), por algún motivo habré puesto aquel recordatorio y...

La Mirada del DestinoWhere stories live. Discover now