Capítulo 3

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Me sentía en las nubes, ¿Estaba delirando o estaba despierta? Definitivamente esa no era la vida real, lo había dejado de ser un par de horas atrás, cuando inhale los primeros centímetros de una línea blanca que contenía el más placentero elixir

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Me sentía en las nubes, ¿Estaba delirando o estaba despierta? Definitivamente esa no era la vida real, lo había dejado de ser un par de horas atrás, cuando inhale los primeros centímetros de una línea blanca que contenía el más placentero elixir.
Tenía todo bajo control, nunca me consideré una adicta, pero de vez en cuando hasta el más santo peca.
Esa noche lo hice en nombre de Harry. Grité su nombre y mi amor secreto a toda persona que se posara delante de mí.
Estaba acompañada de Elena y de algunas buenas amigas del colegio, así que técnicamente no había peligro. Aunque definitivamente ellas me convertían en el chiste del momento.
-Hablanos más de ese Harry- rogó Kelly, con el cabello rubio desecho a causa de la humedad de la noche.
-Ese Harry- enfaticé indignada- es el sujeto más delicioso que ha pisado la tierra, así que debes referirte a él como "el papucho"- advertí y todas carcajeaban a mi alrededor.
Les parecía cómico aún cuando yo hablara muy enserio, o tal vez eso era lo que les causaba más gracia.
Sea como sea, la noche se fue volando y fue la mejor noche de mi vida, aunque termine como un trapo viejo.
Solo Dios sabe cómo fui capaz de entrar por la ventana de mi habitación. Era una altura peligrosa y todo lo que podía pensar era en que Harry seguramente me ayudaría sin pensarlo dos veces, el era un caballero y todo un hombre en la cama... al menos eso imaginaba, porque era mayor y encantador.
En mis sueños más húmedos, ese sujeto me tomaba sin preguntar y me hacía suya de maneras tan apasionadas. Ninguna experiencia sexual de mi pasado, podría compararse a ello ni remotamente.
No estaba segura de cómo era capaz de imaginar todo eso, pero mis sueños tenían mente propia, me enseñaban cosas que jamás creí que fueran posibles y Harry, tenía la piel tan caliente que ardía como fuego por encima de mí y me hacia venirme tantas veces que perdía la cuenta.
¡Maldita sea!
Por un segundo desee que aquello fuera real, con tantas fuerzas que casi me olvide que se trataba de un absurdo sueño.
Cuando abrí los ojos, me daba cuenta del mundo real en que me encontraba y también notaba que esa no era la primera vez que fantaseaba con lo mismo.
Tras la noche del concierto, tuve los mismos sueños repetidamente.
Esa ocasión me ocurrió en el momento menos adecuado.
Había despertado tras una aburrida clase de ciencias y Elena golpeaba la mano con fuerza sobre mi mesa.
-Megan, ya vámonos- exigió y al verme tan desorientada carcajeó- es el colmocontigo, ni siquiera has escuchado la campana, tonta.

Al decir aquello, sin esperar ni medio segundo más, se dió media vuelta y comenzó a caminar, sabiendo bien que yo la seguiría, tan pronto como mis pies obedecieron la orden de mi cerebro.

Tropecé al abandonar mi escritorio, mi obeso libro de ciencias, que más bien parecían ser las pociones de un brujo, cayó precipitado al suelo y lo tomé rápidamente para seguir mi camino hacia el corredor.
La chica frente a mi, recogió su cabello anaranjado en una coleta mientras marchaba directo a las calles, donde los autobuses escolares, uno a uno desaparecían por la avenida, repletos de estudiantes de preparatoria.

Nosotras, que no éramos más que novatas de primer año, debimos tomar uno de los primeros autobuses, al igual que los de nuestra especie. Pues era una regla bien conocida en ese instituto, que los últimos camiones que partían eran de uso exclusivo para los mayores.
Esta regla fue impuesta por la sociedad estudiantil más popular y casi nadie desobedecia esta norma.
Casi nadie que quisiera arriesgar su pellejo como nosotras, que creíamos que las reglas existían para romperse. No había nada más excitante en la tierra que un montón de reglas estúpidas para romper.
Por otro lado, la ventaja de usar los últimos camiones era que podíamos compartir un momento sublime con chicos mayores.
Elena conocía a un par de ellos, pero aún no teníamos la confianza de decir que se trataba de nuestros amigos.
Otra ventaja era el helado.
Mientras esperábamos que los primeros camiones se marcharán, teníamos tiempo de comprar un helado en la heladería al otro lado de la calle.

Dulce Criatura | Harry Styles |Where stories live. Discover now