Capitulo 1.

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El mundo de Erydas cree en dos reyes máximos y divinos. Dos entes que los han bendecido por años, dos dioses que les han dado una parte de sí.

El Sol y la Luna.

Los «llamados», personas bendecidas por estos, se extendieron por el mundo, decidiendo el destino de este.

Eran poderosos, valientes, bellos. La Luna y el Sol les habían dado una vida asegurada, habilidades magníficas, poder en toda su gloria.

¿Pero qué sucedió con aquellos dioses que quedaron en el olvido?

Erydas, el Dios de la tierra, de la voz, de la cosecha, de los cánticos celestiales y mortales. Dios de la lava, de las fiestas y de la creatividad. La creación de la Luna y el Sol, el que les da un lugar donde vivir a todos, sin ver raza, sin separarlos por si son llamados o no. El benevolente.

¿Acaso todos se han olvidado de él?

O de Skrain, el Señor del Viento, Dios del aire, de los cielos, del tiempo, de la guerra, el deber, la valentía, la sabiduría, de la música. Ese gran coloso que en Erydas se puede ver cómo la estrella más brillante en el cielo, el mismísimo Dios de la muerte y también hijo de la Luna y el Sol.

¿Acaso a él también lo olvidaron?

Me temo que sí. Me temo que hay muchos dioses que quedaron en el olvido.

Pero esta historia no se trata sobre eso. Habla sobre alguien que, aun siendo bendecido por Skrain, vivió los primeros años de su vida ignorándole y tratando de huir de las habilidades divinas que había recibido.

Wilbur Skrain era su nombre.

Y no, no es coincidencia que el apellido de su famila coincidiera con el nombre del Dios al que seguían.

Hacía muchísimos años, antes de Wilbur naciera, de que los dioses prometieran no volver a pisar Erydas nunca más, Skrain caminó por este y se enamoró perdidamente de una mortal llamada Naori.

El fruto de ese amor fue un bello bebé semidiós llamado Ilianor.
Ilianor nació y murió mortal, pero sus habilidades, (heredadas de su padre, claro está) no murieron, sino que pasaron de generación en generación al primogénito de su primogénito.
Wilbur nació con esas habilidades, sabiendo lo que ser un Skrain conllevaba. Sabía todo lo que su madre había sacrificado por criarlo, su vida, su libertad.

Odiaba tener que llevar consigo todo aquel peso, haber sido considerado un paria en su aldea sólo por su apariencia.

Porque en Erydas tener características parecidas a las de la Luna y el Sol podía ser una bendición, pero tener características nunca vistas podía ser una maldición.

Todos notaban que había algo raro en él. Sino era por sus ojos grises, era por su raro andar y gran estatura, o por ese tatuaje permanente en su brazo que llevaba desde el nacimiento. Era el signo del aire, pero para los campesinos parecía la marca del demonio.

Para el colmo, con el tiempo su ascendencia se hizo aun más evidente. Los tatuajes aumentaron conforme nuevos poderes llegaban a él, su cabello crecía rápidamente a pesar de ser cortado.

Aquellas personas de las que había ganado su confianza volvieron a dudar de él, su vida se hizo aun más difícil.

Todo aquello era por Skrain. Aquél Dios que había decidido dejarlo marcado, esa entidad poderosa que siempre dejaba instrucciones específicas de como debían ser educados sus herederos con sus profetizas. En esa ocasión se trataba de su madre, quién se había esforzado por criar bien a su hijo, y la única seguidora de aquel Dios en Erydas.

SKRAINWhere stories live. Discover now