CAPÍTULO 2

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–Creo que estás llevando esto muy lejos, Karen...

Mi madre sonrió:

–Sólo hasta donde sea necesario...

Repentinamente, ante el sesgo bizarro de la situación, comencé a asustarme y mi cerebro pareció arder: necesitaba yo discurrir con frialdad, con lógica... Razonar...

–Pero, Karen –dije más para mí mismo que para ella–, entregaste los formatos que tenías preparados, y en todos aparezco como niño...

Por respuesta, mi madre me guiñó un ojo. Luego, se detuvo y viró hacia mí, dándose tiempo para arreglarme la diadema:

–¿Recuerdas que llevaba copias, amor?... Como te dije, una nunca sabe... Así que, mientras audicionabas, hice las correcciones: ¡sólo necesité cambiar la primera hoja, para que quedaras registrada como mi hermanita!... Aunque aún me falta un ajuste, es cierto, pero...

Reiniciamos la marcha, mientras yo me hundía en el silencio. "¿Cómo salgo de esto?", me preguntaba. Sin embargo, mis cavilaciones no tardaron en detenerse, ante una perspectiva complicada mucho más próxima: el regreso a casa.

–Karen –rogué, con toda convicción, sintiendo nuevamente la boca seca–, por favor, detengámonos en algún lugar para que pueda cambiarme...

–¿Estás loca? –me respondió– No vamos a correr riesgos... Alguien puede verte...

–Precisamente –argumenté– ¿pretendes que pase así, de vestidito, frente al parque, ante todos mis amigos?

–¡Esa bola de nacos me tiene sin la menor preocupación!

–¿Y yo te preocupo, acaso?

–¡Por supuesto! ¡Hago esto por ti!...

–¡Karen! ¡Te lo suplico!

–Además, me deshice de tu otra ropa; la tiré... Si te quitas el vestido, tendrás que regresar en calzoncitos rosas o desnuda...

–¡Cómo pudiste!...

–Entiéndelo: ¡nuestro futuro depende de ti!... ¡A partir de hoy, eres mujer: te comportarás como mujer y vivirás como mujer!

Viajar de regreso, fue atroz. Al principio, porque temía que se dieran cuenta de mi disfraz; después, exactamente por lo contrario: primero, en el autobús, un joven me cedió su asiento; luego, un tipo me extendió la mano para ayudarme a bajar; en la combi, el chofer me dedicó un "cuidado con la puerta, señorita"; y cuando un pequeño de tres años se me quedó viendo y, alegremente, se me recargó en la pierna, su mamá colocó la cereza en el pastel:

–Disculpa a mi Martincito, hija. ¡Es un coqueto con las chicas bonitas!

El parque frente a la casa, como suponía, estaba lleno. Traté de apurar el paso, pero mi madre me inmovilizó, asiéndome la mano...

–Camina lentamente o te moleré a golpes...

–Ya, Karen... ¡Mis amigos me verán así!

–¡Que te vean!

–¡Karen!

–En serio, Angélica: ¡si dejas de ser femenina un solo momento, te daré una madriza que no olvidarás!...

Entre el miedo y la impotencia, se me vino un amago de vómito.

–¡Vamos! –ordenó mi madre, sin darme tiempo a pensar– ¡Muévete como te enseñé! ¡Un pie delante del otro; deditos al frente!

Reinicié la marcha, oyendo tanto las voces de mis amigos en el parquecito como los rebotes del balón de futbol, e intuyendo las miradas. Sin querer volver el rostro, traté de bloquear mis pensamientos catastróficos. Podía notar el acompasado movimiento de mis caderas, el roce casi aéreo de mi vestido, la caricia del aire entre mis muslos, el tenue balanceo de mis aretes. Sudaba frío. Cuando alcancé el umbral de la casa, faltaba poco para que la humedad en mis ojos se desbordara...

Una Voz AngelicalHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin