500 años más tarde
Las calles de Maen se encontraban repletas de gente, el verano estaba por terminar, y las festividades otoñales comenzaban. La cosecha de las siembras de primavera, habían dado grandes frutos ese año. Los dueños de tabernas comenzaban, como cada año, a desempolvar viejos anuncios en donde el vino y la cerveza gratis era lo que más abundaba. Todos los ciudadanos iban a beber y comer, casi diario se veían borrachos en los callejones, o simples peleas por las putas del lugar. El aroma a otoño se percibía entre alcohol y prostitución.
En aquella ciudad, los jóvenes siempre cargaban con dinero y mujeres, fueran doncellas de las más nobles casas, o simples prostitutas. Cada joven que vivía en Maen tenía un respaldo económico gracias al tráfico de una droga bastante cotizada. A pesar de la ilegalidad de este negocio, era la manera más fácil de saciar esas ansias juveniles. Sin embargo, había un joven que no caía en esta red de tráfico. No por su extrema nobleza, o su buen corazón. Simplemente porque sus ambiciones no eran más que disfrutar del mundo y de la vida. Diariamente se le veía por la ciudad caminando distraída y despreocupadamente. Sin mirar a nadie, observando el cielo, el resplandor de las nubes en el atardecer rojo que cada día le regalaban.
Cada día era el mismo para él, caminar entre la gente, mirar los grandes edificios coloquiales, y sentir el humo de las maquinas que trabajan bajo tierra para brindar luz a las lámparas caseras y las de la vía pública. A veces se detenía a contemplar los carruajes jalados por animales rehechos o por simples caballos purasangre. Todo era maravilloso, habían pasado 6 años desde que dejo la escuela, había sido uno de los más jóvenes en alcanzar el título de gran maestre. Tendría el acceso a todos los libros del gran archivo. Libros con historia, cálculos, ciencia avanzada y los diferentes hechizos que cada reino en el mundo podría ofrecerle.
Sin embargo, solo había terminado la escuela porque no tenía nada mejor que hacer. No le importaba ser un genio, o uno de los más grandes maestre en la historia. Lo único que quería era vivir una vida simple y sin complicaciones. Admiraba al ignorante, "La ignorancia es la felicidad" le habían dicho sus maestros momentos antes de recibir su título. Ese día, toda su vida se vino abajo. Pensaba que el conocimiento le enseñaría a ser feliz, pero, después de todo el esfuerzo, de los años que paso estudiando, se dio cuenta de que entre más sabia, más infeliz era. El simple hecho de conocer un sistema político, un modelo económico o tan solo un poco de historia, lo habían vuelto más triste de lo que era al principio. Ese día fue cuando el nombre Algerion Nicrom había quedado en un papel. Ahora solo era Algerion, el joven de 26 años vagabundo, que tenía la barba tan negra como la noche, ocultando la tez casi pálida de sus mejillas. Y tras esa cerrada y descuidada barba, unos ojos grises perdidos en el abismo sobresalían.
El primer día del otoño. Después de pasar toda la mañana vagando entre iglesias Risonantes y Abdules, Algerion regresó a su viejo callejón, en donde había pasado los últimos cuatro años. Se encontraba detrás del castillo de los Dormir, una vieja y adinerada familia que siempre había estado de parte de Lord Sword desde que inició su mandato hace dos mil años. Pero que sobretodo, dejaban grandes sobras de deliciosa comida: Jabalí ahumado, ternera de res en su jugo, y lo mejor de todo eran las puntas de Nuk, esos crustáceos eran jodidamente deliciosos.
Algerion, tenía un pequeño rincón en ese callejón, donde guardaba sus tesoros "encontrados" durante su día. Ese día no había encontrado mucho: el collar de perlas de una joven turista que se acercó a darle una moneda y un beso en la mejilla. Un poco de oro que un hombre viejo traía en su zurrón, y un anillo muy especial con el emblema de una casa que apenas se notaba. Los dejó en su caja de madera, y se recostó sobre el frio piso de mármol que cubría el callejón. Soltó un suspiro y se quedó mirando el cielo, pensando en la nada...
