Capítulo XXVIII

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16 días después

Desde la graduación no había vuelto a ver a mis amigas del colegio. Todas ellas habían estado ensimismadas en prepararse para ingresar a la universidad, lo cual yo no había hecho; ni siquiera había pensado en posibles universidades a las que aplicar debido a que había pasado las últimas semanas en el hospital junto a mi abuela, disfrutando de los contados días que teníamos...

Ver de nuevo a Andrea, Guliana y a Paula debería haber sido un encuentro ameno, pero no en esta circunstancia...

Nos volvimos a encontrar en el funeral de mi abuela.

Paula y sus padres llegaron hace unos pocos minutos, Guliana y su madre fueron las primeras en abrazarme muy temprano en la mañana y Andrea llegó justo después de Paula. Las cuatro estábamos sentadas en el sillón de mi sala, en completo silencio.

Mi casa está repleta de personas en vestidos y trajes de color negro, algunas de pie consolando a mi madre y otras sentadas moviendo rápidamente sus labios, acorde al rosario que rezan.

Volteo el rostro en dirección al ataúd. No me he acercado a... a despedirme porque...

- Alida...

El rostro apenado de Guliana se interpone entre el ataúd y mis llorosos ojos. Me abraza, acomodando mi cabeza en su hombro. El olor de su shampoo entra a mi nariz, remontándome a esos días cuando viajábamos en el bus escolar.

- Lo siento tanto. – Murmura.

Quiero responderle pero... lo único que puedo hacer es sollozar palabras incoherentes en su hombro. Pronto siento la mano de Andrea acariciar mi espalda y a Paula acomodar mi cabello. Es extraño tenerlas en silencio, sin sus constantes risas, charlas y con sus semblantes lastimeros.

- Ay mi niña ¿Cómo estás?

Es nuestra vecina Rosa, se ha acercado a nosotras para darme el... el pésame. Me reincorporo en el sillón y me limpio las lágrimas. ¿Cómo es posible que pueda seguir llorando?

Me alzo de hombros, respondiendo su pregunta. ¿Que cómo me siento? ¿Qué puedo contestar a eso?

- Acabo de hablar con tu mami... - Al ver mi actitud, prosigue – Pobrecita, lo mal que está. Nadie esperaba que la señora Isabela se fuera así de rápido... Ah Dios... - Suspira.

He pasado toda la mañana escuchando oraciones similares a esa y, sinceramente, estoy harta. No quiero mostrarme grosera frente a las personas, después de todo, han venido a acompañarnos. Es por eso que me disculpo con mis amigas y con la señora Rosa, me pongo de pie y camino a la cocina, cerrando mis ojos cuando paso al lado del ataúd.

No quiero verla metida ahí... en... en esa caja.

Adam está de espaldas en el mesón de la cocina. Su piel se ve aún más pálida con todo el conjunto de prendas de color negro que lleva. Al escuchar mis pasos, da media vuelta encarándome.

- ¿Estás bien? ¿Necesitas algo? – Camina unos pasos hacia mí y agarra una de mis manos - ¿Algo para tomar?

Niego con la cabeza. No quiero comer ni beber nada, lo que quiero... Quiero sacarme esta... esta piedra de mi cabeza, sacar este dolor de mi pecho. Quiero liberarme de esta sensación devastadora...

Rodeo a Adam y voy hacia el galón de agua para servirme un enorme vaso de agua y lo bebo en un solo sorbo. Con mis ojos cerrados espero que el agua se lleve mi malestar, así como lo hacía cuando era una niña. Mi abuela decía que todo malestar pasaba con agua.

Adam pasa un brazo por mi cintura y acerca su mentón a mi hombro.

- ¿Por qué rechaza un vaso de agua de mi parte? Puedo asegurarte que me quedan estupendos.

La vida de AlidaWhere stories live. Discover now