Tradiciones

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Cuando mi padre tenía 10 años, mi abuelo, lo llevó a la cordillera de Oaxaca, tomaron una lata de coca cola juntos mientras veían el verde paisaje, y mi padre supo que él quería hacer lo mismo cuando tuviera hijos. 

Muchos años después, justo a la misma edad, me llevo a mí al estado de Oaxaca, e hicimos lo mismo, nos sentamos a ver las planicies verdes y las cúspides rocosas enmarcando un bello cuadro, mi padre abrió mi lata de coca cola, abrió la suya y me dijo –Brindemos mi niña, que ojalá un día pases está tradición a tus hijos, y ellos a sus hijos cómo yo hice contigo- después sonrió y me abrazo.

Tuve ese recuerdo mágico en mi memoria toda mi vida, crecí, me case con un hombre maravilloso y tuvimos un bebé precioso, llamado Carlos. Lo que más quería al pasar los años era que llegara el décimo cumpleaños de mi amado hijo, tener lo sano y poder ir los 3 hasta el estado de Oaxaca y seguir con mi bella tradición familiar.

Años después, por fin llego el momento, mi esposo Agustín y yo llevamos a Carlitos hasta la cordillera de Oaxaca, después de haber ahorrado por meses y pedir permisos, logramos cumplir mi más grande deseo, mi amado hijito estaba tan emocionado justo cómo yo el día que mi padre me llevo.

El viaje fue largo desde Baja California hasta Oaxaca, pero la sola imagen de mi hijo y yo compartiendo aquel momento tan esperado era todo en mi cabeza.

Bajamos del bus, caminamos un poco hasta encontrar un lugar cómodo donde ver la cordillera, era mucho más estrecho y alto de lo que recordaba, pero aun con eso nos sentamos a mirar el paisaje, tomamos la coca cola y fue justo todo lo que quería. Antes de irnos, sugerí que nos tomásemos una foto los 3 donde se viera bien la cordillera, me pareció la mejor idea para recordar tan mágico momento, pero Carlitos ya estaba cansado e inquieto, y quería volver al hotel, yo solo quería esa foto así que, molesta, le dije que se quedara quieto junto a su padre, Carlitos y Agustín forcejeaban porque Carlitos quería irse y Agustín no lo dejaba, sin darse cuenta comenzaron a irse para atrás, yo colocaba el temporizador de la cámara mientras escuchaba el barullo tras de mi pero, no le di importancia, si no, hasta que volteé y vi a Carlitos resbalando hacía atrás, corrí con todas mis fuerzas hasta la escena, pero Carlitos ya había caído y Agustín intentaba sujetar lo, grite histérica mientras le pedía a Carlitos que sujetase mi mano también, pero cómo si el destino no fuese lo suficientemente cruel, un pedazo de la orilla del peñasco donde estábamos se rompió provocando que temblara y se quebrara más, Agustín perdió el equilibrio, y soltó a Carlitos, para caer con él abrupta mente.

Yo me quede inmóvil viendo como mis dos amores caían con rapidez hasta las rocas y los árboles, mi voz regreso desde mis adentros cuando la cabeza de mi amado esposo fue impactada contra unas rocas salientes del peñasco partiéndose con un estruendoso crujido, muriendo al instante, solo podía ver su cuerpo inmóvil, tirado cual trapo, mis gritos de terror embargaron todo el lugar, alertando a los camiones de turistas cercanos, podía escuchar las multitudes corriendo hacia mí.

Al ver el horripilante final de mi esposo, solo podía pensar en cómo habría acabado el dulce cuerpo de mi pequeñito, quien ya había caído al suelo hace minutos y no había forma de ver nada entre los árboles, las lágrimas recorrieron mi cara, abrí los brazos y me lance al vacío, para acompañar a mi familia, en esta nueva tradición.

Fin.

Cuento por Domi Moff.

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Cuentos Raros para Gente Rara ©Where stories live. Discover now