CAPÍTULO 9: UNA FAMILIA CARITATIVA

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Hacía unos minutos que el senador Bird acababa de llegar de la ciudad, donde había pasado unos días asistiendo a las sesiones del Senado. El comedor de la casa estaba muy bien alumbrado y en la chimenea ardía un alegre fuego que caldeaba el ambiente.

Mientras su esposo se calzaba las zapatillas y se arrellanaba en un sillón cómodo, la señora ponía la mesa para la cena, y tres chicos jugaban y retozaban bajo la mirada de la madre.

- ¡Chicos, no alboroten tanto! -les decía, sonriendo -. ¡Cuánto me alegro de que hayas venido a pasar la noche con nosotros, Juan!

- Sí, querida -respondió el senador -. Tenía ya ganas de estar en casa, después de esta semana de ausencia. ¡Estoy fatigado, pues han sido unos días de mucho trabajo!

- ¿Qué han hecho en el Senado?

Como la señora Bird no acostumbraba mezclarse para nada en la política, su marido la miró con ojos de extrañeza y respondió:

- Ninguna cosa muy importante.

-Sin embargo, creo que se está tratando de votar una ley por la cual se nos prohíbe acoger y ayudar a caminantes pobres. ¿Es cierto?

- ¡Por Dios, María! ¡No te metas en política!

- No, si no me meto. Pero es que considero esa ley demasiado cruel para que ninguna legislatura cristiana la apruebe.

- Verás: los abolicionistas, osea los que quieren que se prohíba la esclavitud, han ayudado tanto y tan descaradamente a los esclavos fugitivos de Kentucky, que reina una gran agitación entre los propietarios de esa ciudad. Por lo tanto, para contenerlos y para serenar los ánimos no ha habido más remedio que votar una ley que prohíbe socorrer a los esclavos que vengan huyendo de allí.

La señora Bird era una mujer menuda, rubia, de grandes ojos azules que transparentaban la bondad y la timidez de su alma. Su carácter era dulce y pacífico. Sin embargo, contra su costumbre, ante esta noticia se sublevó. Sus mejillas enrojecieron de indignación y sus ojos se pusieron más vivos y brillantes.

- ¿De manera que es un delito dar asilo a esas pobres criaturas durante una noche? ¿Es ir contra la ley darles un plato de comida caliente y alguna ropa usada? -preguntó en tono agitado.

- Sí, querida, porque es favorecer a los prófugos.

- Bueno, supongo que tú no habrás votado semejante infamia.

- Tuve que votarla, como la mayoría.

- ¡No deberías haber hecho eso, Juan! ¡Pobre gente! ¡Esa ley es una infamia y una vergüenza para nuestro país!

- Escucha, voy a explicarte y a demostrarte...

- ¡No te molestes! Aunque estuvieras hablando durante un año para convencerme de que eso está bien, no lo lograrías. Por el contrario, soy yo la que voy a hacerte una pregunta: ¿serías capaz de abandonar a su triste suerte a un pobre hambriento aterido que viniera huyendo de un amo desalmado?

Hay que reconocer que el senador era un buen hombre. Por esto la pregunta de su esposa lo dejó sin saber qué contestar. Ella, envalentonada con su silencio, prosiguió:

- Quisiera verte en ese trance, Juan. O, por ejemplo, dejar a una pobre mujer en la calle a la mitad de una nevada. ¡Y, a lo mejor, por cumplir esa ley la llevarías a la cárcel! ¿Y te quedarías tan tranquilo?

El senador comenzó a decir:

- Sí, sería muy triste. Pero cuando el deber manda...

- ¡Un deber! ¡Tú sabes bien que no puede ser un deber el ir contra lo que manda Dios! Si los señores no quieren que sus esclavos huyan, que los traten bien. Cuando se escapan, bastante sufren los pobres con el hambre, el frío y el miedo a que los alcancen. ¡Y, encima, quieren que los persigamos todos como fieras! Por mi parte te aseguro que, a pesar de esa ley, los ayudaré siempre que pueda.

La Cabaña del Tío Tom (Harriet Beecher Stowe)Where stories live. Discover now