6b. La 31.

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Los buenos recuerdos intentaban hacerse un lugar entre todo el dolor que sentía, cada vez que algo la llevaba al pasado.

Al acercarse, se dieron cuenta de que “el campito” estaba vallado, y dentro, había unos doce containers, como los que traían los barcos cargueros al puerto, esperando para ser transportados.

Una caseta prefabricada se erguía a uno de los lados de la valla, y un guardia de seguridad armado, ojeaba una revista “Hola!” en su interior.

Clarke cogió a Lexa de la mano muy fuerte y pasaron delante de él disimulando. Al ver que Clarke miraba el suelo fijamente y aceleraba el paso, la pequeña le preguntó si lo conocía.

-Si, trabaja para el director del centro de acogida donde estaba. ¡Ven! No te detengas. Iremos a ver a un amigo-.

-¿A Wells?- Lexa sonrió y los ojos le brillaban de la emoción.

-¡Si!- Clarke le devolvió la sonrisa, recuperando un poco la alegría.

De la mano y con paso decidido, se adentraron en la Villa 31, y aunque era una de las zonas negras en el mapa de Indra, era temprano aún, y la luz espantaba los fantasmas y los miedos.

-¡No los toques! ¡Tienen sarna!- Le advirtió Clarke a Lexa al verla a punto de acariciar a uno de los perros de la manada, que se les había acercado a saludarles y pedirles comida.

La villa parecía desierta. Clarke recordaba que solía haber niños jugando en las calles, y las madres tendiendo la ropa. Pero sólo se escuchaba el silbido del viento doblando las esquinas, y algún ruido de cacharros cayendo al suelo, fruto de algún gato curioseando por ahí.

Dentro de las casas se movía cada tanto alguna sombra, pero no se veía nada concreto.

Los postes de luz improvisados con los cables colgando por todos lados, los pasillos entre las casas llenos de charcos y basura que llenaba el aire de olor a podredumbre... parecía un pueblo desierto, que no hacía tanto, había estado lleno de vida.

Los perros se arremolinaron alrededor de las niñas ladrando y jugando, formando nubes de tierra que impedían ver con claridad. Lexa les hacía caras y sonidos graciosos, y éstos le regalaban a cambio ladridos y saltos. Estaba ajena a una realidad que empezaba a parecerle espeluznante a Clarke.

Una mano casi en los huesos agarro el tobillo de Clarke, que reaccionó saltando hacia un lado, dando un respingo.

-¿Tienes dinero? -le dijo el hombre que estaba tirado en el suelo. Tenía el mismo color de la tierra y se veía consumido por el alcohol, las drogas y lo que fuera que se había estado metiendo durante años.

-¡Vámonos Lexa! -Clarke aceleró el paso hacia donde recordaba estaba la casa de Wells.

La pequeña avanzó tirada por Clarke, pero se había quedado mirando hacia atrás.

-Es un drogata, no lo mires -le dijo Clarke. Lexa enseguida recuperó la sonrisa y silbó para volver a llamar a los perros. -¡No! O nos seguirán hasta la cafetería, y sabes que a Indra no le gustan los perros - justo en el momento que terminó de decir la frase, se dio cuenta de que estaba frente a la puerta que había estado buscando.

Se notaba que habían intentado construir una pared de ladrillos al frente, aunque no estaba terminada, las chapas que constituían la otra pared, las medianeras y el techo, estaban oxidadas y podridas.

A pesar de que ya era mediodía, dentro reinaba la oscuridad, atravesada por un rayo de sol que dejaba ver el polvo en suspensión.
Clarke asomo la cabeza, y sintió un hedor a muerte y putrefacción.

Se aventuró dentro dejando sonar un “Hola” apagado, tirando de Lexa que tenía los ojos como platos. Escucho un sonido, como un gemido ahogado que venía del fondo de la casa.

Al pasar por la entrada vio una foto de Wells rodeada de flores marchitas, virgencitas, y velas consumidas hacía tiempo.

Un escalofrío le recorrió la espina dorsal. Pegados en la pared había recortes de periódicos: “Cinco jóvenes mueren en un tiroteo en el barrio porteño de Retiro”, rezaba el titular.

Clarke dio un paso hacia atrás chocando con Lexa, que jugaba con una pipa de cristal. Las imágenes comenzaron a volar en su cabeza: los partidos de fútbol,  los cuentos espalda contra espalda durante los recreos, las interminables charlas agarrados de la mano, Indra repitiéndole una y otra vez que no se acercase al “Paco”.

-¡¡No lo toques!! -le gritó con desesperación a la pequeña- No te acerques a eso… -Los niños adictos al “Paco” que habían pasado por la cafetería eran los que menos había durado.

Esa maldita droga, hecha con la basura que le sobraba a los ricos, los volvía adictos en días. Era la droga de los pobres, barata y muy accesible. Te fumabas la vida en 6 meses.

La adicción era tal, que llegaban a vender su cuerpo en los aseos del subte para conseguir unos pesos para las dosis. El queroseno con el que se rebajaba la cocaína, les reventaba el hígado, y si no, morían antes por un balazo de la Policía que los encontraba queriendo robar a plena luz del día.

Clarke ahogó un sollozo mientras apretaba la mano de Lexa.

-¿Wells? ¿Eres tú? -Una voz llegó de la parte de atrás de la casa. Parecía más un quejido de las paredes.

Clarke corrió al sentir la voz de la madre de su amigo, la misma que tantas tardes le había acercado al campito un vaso de leche y unas galletas.

Pero al acostumbrar sus ojos a la poca luz de la habitación, sólo pudo ver un colchón en el suelo de tierra, una silla volcada, papeles y basura por todos lados. Y un cuerpo tirado en la cama, que sujetaba un cigarrillo que se llevaba con regularidad a la boca.

La mujer olía a heces, giró la cabeza al ver a las niñas en el umbral de la puerta.

La piel gris y agrietada, contrastaba con la hinchazón de sus labios y la sangre que escupía cada vez que tosía.

-¡Clarke! ¡Eres tú! -Se incorporó la mujer al vislumbrar un poco en la oscuridad- ¿Has venido con Wells? –.

La mujer intentó incorporarse pero le fallaron las fuerzas- No lo encuentro por ningún lado -volvió a caer sobre el colchón- ¿Tienes dinero?

Lexa clavó los ojos en Clarke, que estaba temblando mientras sus ojos se anegaban en lágrimas. ¿Dónde estaba esa mujer llena de vida que ella había conocido?

Corrió a su lado dejando a Lexa en la puerta. Se sentó cerca de su cabeza, y con sumo cuidado la colocó en su regazo, como una madre haría con su hijo.

-Wells vendrá en un rato -le dijo y comenzó a contarle un cuento, mientras le acariciaba el poco pelo que le quedaba- …”Había una vez una reina, una reina muy hermosa, que estaba casada con un hombre muuuuuy fuerte, con una barba laaaarga. Tenían un príncipe que cazaba dragones-.

La madre de Wells se fue relajando. La sangre burbujeaba en su garganta con cada respiración. Se agarraba a las manos de Clarke, como quien aferra la escota de la vela del barco antes de virar.

-La reina abrazaba a su príncipe antes de cada aventura, sabía que sus abrazos eran mágicos, y lo protegerían de cualquier mal -Clarke fue sintiendo como la respiración de la mujer cada vez se hacía más pausada, la miro con infinita ternura mientras un hilo de sangre le bajaba por la comisura de sus labios hacia el cuello.

-Pero un día, un dragón terrible logró superar la protección que le daba el abrazo mágico, ¡Hirió de muerte al príncipe! Pero la reina que tenía poderes, lo supo por telepatía. Así que mando que lo trajeran a su castillo.
Al llegar colocó a su hijo entre sus brazos, y con todo el amor que había en su corazón, pudo salvarlo-.

El cuerpo de la mujer de repente se hizo más pesado. Ya no escuchaba su respiración, el cigarrillo había caído a un lado aún encendido. Y en su cara se dibujaba la sombra de una sonrisa.

Clarke la acomodó en el colchón,  cogió la mano de Lexa que estaba sentada en la puerta, y sin mirar atrás se marcharon.

11 y 6Donde viven las historias. Descúbrelo ahora