・· o n e ·・

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A sus 19 años, el omega Park Jimin aún no había encontrado a su pareja. A pesar de que era extremadamente tierno y uno de los mejores estudiantes en su secundaria —además de haber sido bastante reconocido en ella—, él todavía no se había atado a nadie. Él no era un omega mimado, claro que no. Todo lo que tenía en su vida era gracias a su esfuerzo. Su departamento, el pan de todos los días, su gatito MinMin, ¡todo! Y por eso, él sólo tenía un capricho, ¡sólo uno!

Querer que su primer beso —y literalmente, el primero— fuera bajo la lluvia quizás sí era un poco aniñado y muy de cuento, ¡pero él realmente deseaba que sus labios —o cualquier parte de él, a decir verdad; nunca tuvo a alguien que le demostrara afecto con un beso— fueran profanados románticamente bajo una lluvia cálida, envuelto entre los brazos de su alfa, mojándose ambos pero sin preocuparse por caer enfermos al día siguiente, sólo pensando en la suavidad de los labios del otro y cuánto habían ansiado ese encuentro tan íntimo!

Claro que el pequeño y tierno omega no había caminado bajo la lluvia puesto que la cuidadora del orfanato siempre le prohibía salir cuando llovía y que jamás ha tocado con siquiera un dedo agua helada —y mucho menos se había sumergido en ésta—; pero ¡no es culpa del dulce omega haber visto muchas películas de amor en su juventud! Con sus muy cortos 19 años, él aún creía en la distorsionada realidad que las cámaras mostraban.

Jimin sólo quería que su primer beso fuera bajo la lluvia, así que esperaría pacientemente a su alfa predestinado, que lo amaría sin fijarse en sus imperfecciones.

¡Córrete, cerdo!

Sí, especialmente hablando de esa.

Yoongi, en cambio, había vivido bastante bien el sentimiento que la lluvia daba al caer directamente contra su piel. Ser un alfa, o demostrarlo ser desde pequeño como en su caso, conllevaba a preparar su cuerpo para combates cuerpo a cuerpo y el uso de armas. Hacía mucho que el pueblo jerarquizado había pactado paz con los humanos para vivir con ellos en la ciudad, gozando de tecnología y avances de sociedad, pero —como solía decir su padre— nunca se supo hasta cuándo ese pacto iba a durar y debían estar preparados. Proteger omegas, crías, salvar su pueblo era lo primordial.

Arrastrar cubiertas de auto mojadas por un campo lleno de lodo y con el césped raspando sus rodillas bajo la helada lluvia se había convertido en la peor pesadilla del pobre alfa. Con 21 años, él bien sabía que mientras pudiera, no tocaría la lluvia más de lo necesario. No estando en un campo, con césped sin cortar adecuadamente y con cubiertas de auto a su alrededor.

Era el primer día de universidad para el pequeño omega, quien respirando hondo terminaba de arreglar su ropa. Se observó en el espejo dudoso y suspiró negando, viendo su cuerpo gordito resaltar entre todo lo demás. Observó sus rubios cabellos y resopló enfocándose en ese detalle: no más coronas de flores.

Había sido objeto de burla toda su secundaria, que porque era nerd o porque no tenía amigos, pero sin duda siempre fue su obesidad el común denominador de todos aquellos que se metían con él. Hubo tanta gente que le dijo tantas cosas; gente que conocía y gente que no, pero todas evidentemente perfectas a los ojos del pequeño Jimin. Siempre delgados, luciendo ropa de moda y con un cabello brillante.

Él era gordito desde que lo recuerda. Las galletas y las pastas eran su punto débil al igual que el helado casero que solía hacer su nana cuando volvía de una larga jornada exhaustiva de escuela, queriendo alegrar a su apagado pollito, quien no negaba un poco de amor y de dulce al mismo tiempo. Siempre merendaba, no importaba qué, y no había día en que no llevara su tierna lunchera de su caricatura favorita llena de comida que hubiera compartido sin problema si hubiera tenido un amigo con quien hacerlo.

Terminó de colocarse su sudadera negra compañera de tantas aventuras y series y suspiró viéndose nuevamente en el cristal. Amaba los colores pastel y las coronas de flores pero no quería volver a vivir el infierno que vivió en su secundaria, porque las coronas no te quedan bien, bolita, no eres lo suficientemente delgado para lucirlas o tus gustos en ropa son tan fuera de lugar que hasta me da vergüenza usar la misma chaqueta que tú, grasita. Y Jimin creyó tanto en eso que sólo compraba esos suéteres por gusto propio, después de todo en su casa nadie podía decirle nada.

El omega tomó su mochila rápidamente al ver la hora y corrió por todo el departamento hasta llegar a la puerta, donde rápidamente se despidió de su gato y bajó por las escaleras la máxima velocidad que se podía permitir. «Debo verme ridículo corriendo con mi físico» pensó él respirando agitadamente mientras llegaba a recepción y alentizaba su paso mientras llegaba a la puerta de salida «además de que no aguanto bajar desde el cuarto piso sin estar con la lengua afuera. Qué asco me doy».

Con respeto saludó con venias a aquellos que estaban en el lugar y salió del edificio para dirigirse a la universidad, la cual quedaba a quince minutos de su vivienda. Observó de nueva cuenta su reloj de muñeca dándose cuenta de que llegaría con el tiempo justo para fijarse en sus horarios y correr a sus clases. En el camino, peinó sus cabellos rubios con la mano, resoplando al pensar que ni siquiera había podido maquillar un poco su imperfecta cara e iba mostrando sus hinchados ojos con sus pómulos llenos de pecas y algún que otro rastro de acné en sus rechonchas mejillas. Terminó con sus pensamientos infantiles cuando la estructura de la facultad se alzó ante él e ingresó intentando no prestar atención a las miradas que se posaban sobre él.

¿Y cómo no hacerlo? En Corea no era muy común ver a chicos omegas obesos y, mucho menos, que irradiaran ternura e inocencia hasta por los poros. Quizás por eso aprovechaban y se metían con aquel ser perfectamente imperfecto.

Aunque eso Jimin no lo veía.

El pequeño omega tomó camino hacia una pizarra de corcho que se vislumbraba en el centro del salón de recepción y buscó su nombre entre tantas hojas repartidas en él. No fue sino hasta que encontró su nombre que un fuerte aroma a madera de roble y tierra mojada, la viva encarnación del sentimiento del invierno, lo abofeteó en un instante, obligando a su lobo a reaccionar como nunca antes lo había hecho, pidiendo al humano mostrar sumisamente el cuello y, además, mostrar la panza ante aquel poderoso alfa de aura segura y fuerte, protectora.

Había encontrado a su pareja predestinada.

Con su corazón a mil y el mundo jugándole una mala pasada, cayó de bruces al suelo cuando intentó girar disimuladamente a otra dirección y correr lejos a esconderse cual cachorro asustado. ¡Justo el día donde parecía más horrible de lo normal tenía que conocer a su alma gemela! ¡Injusticia!

Avergonzado, el omega se reincorporó entre temblores, amenazando tácitamente a cualquier ser vivo en la tierra que un pequeño rubio se quebraría en llanto en un instante si no obtenía protección rápido. El alfa aroma de invierno había captado al único omega en la sala, quien alzaba la mirada lento, llorón.

Su alfa vestía de manera simple. Una camisa blanca con motivo de detalles oscuros. Una tela gruesa colgaba de su hombro izquierdo, cruzando toda la extensión de su pecho en línea descendiente hasta culminar en forma de bolso en su cadera del lado derecho. Usaba unos jeans claros y unas botas militares.

Pero cuando el omega vio la cara del alfa, con facciones finas y definidas, con orbes cafés que lo observaban de la manera más fría posible haciendo justicia a su aroma, con labios finos que se mantenían en una línea carente de emociones y con un cigarro bailando entre ellos; sí, Park se sintió desfallecer en ese mismo instante.

Porque alguien tan perfecto como ese alfa no podría siquiera estar a tres metros de alguien tan horrible como él.

Porque alguien tan perfecto como ese alfa no podría siquiera estar a tres metros de alguien tan horrible como él

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⏰ Last updated: Apr 28, 2019 ⏰

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[PAUSA] beso bajo la lluvia ㅡ ymWhere stories live. Discover now