Capítulo 10

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El también tenía ojos castaños. Antes. Ahora eran blancos y lechosos, según le habían

dicho los médicos. No el tipo de ojos que una mujer querría ver.

—Lo siento, amigo — Lucero palmeó al perro en la cabeza y comparó sus ojos

suplicantes con los ojos encubiertos de él. Ella sólo quería poner fin a sus coqueteos, no

deseaba que volviera a sentirse deprimido o malhumorado.

Lucero recordó su resolución del día anterior. El era un alumno, así que pensó en otra

tarea para él.

—¿Por qué no traes mañana alguna ropa sucia? Tienes que aprender a lavarla.

—Sé hacerlo — respondió Fernando con sorprendente brusquedad. Su sonrisa

desapareció y él se volvió hacia el fregadero.

—Tal vez te estoy exigiendo demasiado — dijo y se arrepintió en el acto de haberlo

dicho. Ningún hombre admitiría eso, especialmente aquél—. No quiero que te sientas

frustrado aprendiendo demasiadas cosas a la vez.

—No me siento así.

—Así que, ¿cuál es el problema con la ropa entonces?

Ella no había pasado por alto el ceño fruncido de él.

—Es que ya sé hacer eso. Desde hace años.

—Tienes que volver a aprender a hacer las cosas. Quiero decir, ¿quién te va a lavar la

ropa interior?

—¿Quién dice que uso ropa interior?

—¿No?

Se le quedó la mente en blanco, excepto por el conocimiento de qué bajo esos cómodos

pantalones cortos, que se estiraban en todos los lugares estratégicos, había más de la

piel desnuda que ella había visto esa mañana. En cierta forma, era un alivio que él no

pudiera ver, porque la habría sorprendido mirándolo fijamente.

Fernando se apoyó en el mostrador. Se cruzó de brazos y continuó hablando. En ese

momento, Lucero se alegró de que la estupefacción la hubiera dejado muda. El no

ofrecía información personal con facilidad.

—Fue un mal hábito que adquirí en mi adolescencia. No es que lo tenga ya. Cuando me

sacaron de la mina, estoy seguro dé que llevaba ropa interior limpia, como mi madre

hubiera deseado.

Lucero se echó a reír. Saber sobre el pasado era muy útil, pero preguntar sobre la

explosión podía ser demasiado directo.

—Apuesto que tu madre se debe haber sentido muy alterada por lo del accidente. — Ella

murió, hace años. Cuando Dave tenía cinco. — Lo siento. ¿Cuántos años tenías?

—Diecinueve. Ella había estado entrando y saliendo del hospital durante varios años,

antes de eso. Mi tarea era lavar la ropa. Muy pronto aprendí a usar la menor cantidad de

ropa posible, por tantos días seguidos como podía — se echó a

reír.

Fernando dio un paso hacia la mesa, encontró su cerveza y se bebió lo que quedaba de

Siénteme (Lucero y Fernando Colunga)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora