capítulo uno

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Es extraña la manera en la que nuestras vidas cambian con tanta rapidez.

Fuego.

Una pequeña palabra, pero a la vez tan poderosa. Eso cambió mi vida. No por algo mejor, sino todo lo contrario. Aterrorizada, esa era la manera en la que mis dos accidentes me habían dejado.

Pesadillas.

Me habían estado embargando mucho tiempo.

Me siento en mi cama, sacudiendo ese terrible sueño. Era lo usual, yo reviviendo mis accidentes y sintiendo de nuevo las quemaduras. Pero esta vez, mi mente no había tenido suficiente con involucrarme a mí, sino que también habían estado presentes mis seres queridos.

Suelto un pesado suspiro, llevando mi mano hasta mi pecho. Mis ojos vuelan hasta las dos pequeñas figuras que reposan a mi lado. Una pequeña sonrisa de alivio aparece en mis labios cuando me percato de que se encuentran bien.

—Gracias, Dios– susurro para mí misma, pasando una mano por el cabello de Sophia, mi hija.

Es una copia exacta de mí cuando era pequeña. Rizado cabello castaño, mejillas regordetas, la única diferencia eran sus ojos, color miel. Como los de su padre.

Me recuesto de nuevo, atrayendo a mi hijo hacia mí. Él era una copia exacta a su padre. Cabello entre rubio y castaño, ojos azules y mandíbula afilada.

Cinco años atrás, me alejé del amor de mi vida, con una gran esperanza de poder iniciar se nuevo. Me había mudado a Oklahoma y asentado ahí.

Había comprado un apartamento pequeño, sin querer gastar el poco dinero que traía conmigo. Después de eso, me busque un trabajo, pero había sido una tarea muy difícil debido a mi estado de embarazada.

Eventualmente, los meses habían pasado y mi estado había sido más notorio, lista. Recuerdo ese doloroso día con exactitud. Mi fuente se había roto en medio de la noche. Había saltado de la cama y salido a toda prisa del departamento.

Afortunadamente, una mujer mayor me había visto en mi estado y había ofrecido su ayuda. Su esposo y ella me dieron un aventón al hospital y en el transcurso ella me había contado historias, de sus días como mujer embarazada, por supuesto. Ella me dió unos cuantos consejos y me ayudó a mantener la calma.

Y Dios, vaya que había dolido. Había llorado tanto por no haber tenido a nadie que estuviera ahí, a mi lado, sosteniendo mi mano y dándome palabras de apoyo. Pero, había estado sola.

Cuando mis dos hermosos bebés llegaron al mundo, estuve muy agradecida con Dios de hubieran nacido en perfectas condiciones. No sufrían de ninguna discapacidad y contaban con una muy buena salud.

Después de eso, fue ahí cuando el verdadero viaje comenzó. Mientras más tiempo estaba aquí, más amigos hacia. Una joven pareja, que vivía en el apartamento de al lado, Mike y Kayla. Ellos eran personas muy dulces y amables.

Bound [ spanish version ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora