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Clara estaba ese día más enigmática de lo habitual. El Doctor no se atrevía a preguntarle que le sucedía porque ya la conocía; entrometerse en su intimidad era inapropiado; por muy Señor del Tiempo que fuese, siempre existían unos límites…

Aunque se los hubiese saltado en alguna ocasión; el Doctor era muy inquieto y necesitaba averiguar el misterio que encerraba su compañera imposible.

Ella no tenía por qué saberlo. 

Mientras tanto, la joven se había pasado la tarde encerrada en la cocina de la TARDIS intentando hacer un soufflé en condiciones; ya se le habían quemado tres, y empezaba a ponerse nerviosa. Le tenía que salir delicioso, se trataba de una cuestión de orgullo. 

Por fortuna el cuarto le salió perfecto: era de plátano, la profesora Song se lo especificó en su último mensaje espacio-temporal y a ella le pareció buena idea. Dijo que a él le gustaría; además preparó un menú especial compuesto por natillas, palitos de pescado y té. 

Clara apenas había visto al Doctor comer mientras viajaba, solo lo hacía en momentos determinados, y sus platos preferidos eran los británicos, italianos y franceses, puesto que la mayoría de estos eran invención suya: pastel de carne, pizza, ratatouille… 

La joven terminó de batir la mezcla y la vertió sobre el molde que había terminado de fregar. No quería usar demasiados utensilios para realizar una receta tan sencilla, al fin y al cabo lavarlos le costaba un minuto. 

La estancia tenía un aspecto vintage de los años sesenta, y sin embargo, estaba equipada con una tecnología desconocida en el siglo XXI que facilitaba las tareas a sus usuarios.

 ***

 El Doctor tocó la puerta nervioso, a veces se portaba como un niño pequeño que necesitaba salir al parque a jugar al pilla-pilla con los demás y no podía contenerse, necesitaba estar activo:

— ¿Estás bien, Clara?—preguntó desde el otro lado de la puerta el Señor del Tiempo.

— ¡Ay!— Exclamó ella al quemarse los dedos con el molde del dulce—Estoy bien. Solo quería estar un rato sola, ¿tan complicado es de entender?

—De acuerdo, solo quería decirte que hemos llegado—comenzó a decir inquieto—, bueno, a algún sitio, todavía no sé dónde. Por si querías verlo…

— ¡Ah! Sí, voy—replicó Clara, nerviosa, mientras se apresuraba a recoger los utensilios y a esconder el soufflé para que el Doctor no pudiese encontrarlo: la habitación tenía multitud de cajones y armarios, por lo que no resultó muy complicado buscar uno adecuado.

—Ya estoy—dijo con una sonrisa, cerrando la puerta de golpe detrás de ella.

— ¡Oh! Clara…

— ¡Ni se te ocurra entrar!—Le reprendió la muchacha alzando el índice.

El Doctor asintió.

— ¡Vamos! 

Al salir al exterior hacía tanto frío que tuvieron que regresar a por los abrigos.

—¿Por qué la TARDIS no tiene un termómetro para saber la temperatura que hace en los sitios donde aterrizamos?—se quejó Clara.

—En realidad lo tiene, pero no funciona—explicó el Doctor—es muy extraño.

Clara frunció el ceño. No le gustó como sonó eso, la TARDIS se la tenía jurada.

Así que trató de centrarse en el paisaje desconocido: había empezado a nevar y en la lejanía se podían ver luces de Navidad.

—¿Dónde estamos?—quiso saber la muchacha.

—Pues…—comenzó a decir el Doctor…

El cumpleaños del DoctorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora