Capitulo único

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Suena el despertador nuevamente, la luz que se filtra entre las cortinas me da directamente a la cara. No quiero salir de la cama, pero tengo hambre. Se que él se encuentra abajo en la cocina, el ruido de los utensilios y el olor dulce lo delatan. Me levanto, mis torpes pies se enredan en la sábana y caigo al suelo, sé que eso le va a provocar risa, siempre lo hace. Me visto rápidamente y bajo corriendo las escaleras, según yo con eso no se dará cuenta de mi pequeño accidente.

Cuando llego a la cocina me mira con esa cara burlesca. ¡Diablos!, nunca puedo pasar desapercibido. Me sirve el desayuno aún con esa sonrisa en la cara. Puede que sea demasiado serio para los demás, que no se integre correctamente, siempre tiene un comentario sarcástico que dar o un error ajeno que resaltar. Pero pocas personas conocen ese otro lado de su personalidad, como con mi desayuno, en este no faltan los panqueques y la leche de frutillas. No pensarían que se queda hasta tarde a mi lado en las noches de desveladas o cuando me siento enfermo. Eso solo es para nuestra casa.

—¡Si no te das prisa llegarás tarde! —dijo mientras terminaba de lavar los platos.

Me atraganto dándome cuenta que tiene razón y corro para lavarme los dientes y salir de la casa. Durante todo el día pienso en cómo alguien puede ser tan diferente fuera de la casa. Fuera de esta la gente puede pensar que no hay mucho en común en esta relación, que aquel rubio de gran altura no toma en cuenta a aquel pecoso. Sin embargo, nadie se da cuenta de aquellas miradas cómplices en la mesa. Los arrumacos en el sofá al ver alguna película en un día de lluvia, cuando se abrigan mutuamente en un día frío. Nadie puede ver el gran amor que existe.

Perdido en mis pensamientos vuelvo a casa. Es la hora de almuerzo y mi estómago ruge, lo que hace que comience a caminar más rápido. Al llegar no escucho ruidos, supongo que no hay nadie en casa. Lo confirmo cuando leo una nota junto a mi almuerzo. Deja limpio, es todo lo que dice. Caliento la comida y dejo limpio, no quiero sus sermones otra vez. Me voy al sofá a ver un poco de televisión, lo dejo en un documental de dinosaurios marinos. Así me paso la tarde hasta que escucho la puerta abrirse.

—¿Estará en casa ya? —se escucha desde la entrada de la casa.

—Se supone que debe estar casa, hoy llegaba a almorzar.

La conversación se escucha más cerca. Que bueno que ya llegaron, aunque no quiero admitirlo en voz alta, me sentía solo en esta gran casa. Me levanto y corro a la entrada, ahí los veo. Él tan alto y rubio como siempre, la otra persona que tiene mis mismas pecas y que siempre me sonríe con ternura. Me lanzo a los brazos de mi papá, los que ya se encontraban abiertos, mientras que mi otro padre nos da esa sonrisa que solo pertenece al interior de la casa, la que solo nos pertenece a nosotros.

—Bienvenidos—digo mirando a mis queridos padres.

­—Estamos en casa—responden al mismo tiempo que caminan dentro de la casa.

—¿Dejaste limpio? —me pregunta mi rubio padre, al que le respondo con un asentamiento de cabeza mientras aún abrazo a mi pecoso padre el que solo acaricia mi cabeza mientras intenta caminar. 

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Gracias por leer!

Dentro de casaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora