La paloma.

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A Lance le estaba costando conciliar el sueño aquella noche. No dejaban de venirle a la mente los recientes acontecimientos. Las palabras de Keith habían logrado ayudarle un poco, pero no tanto como para olvidarlo todo.

Miró al galra. ¿A cuánta gente habría matado? Si lo pensaba bien, no conocía demasiado a su novio. ¿De verdad Keith era quién decía ser?

Un momento. Eso estaba mal. No podía dudar de Keith. No.

Pasó una mano por el claro rostro del chico que dormía tranquilo. Keith era muy fuerte e inteligente. ¿Y qué era Lance? El rey de los tontos que no podía reparar ni un reloj. Reloj. Su vista se dirigió al escritorio de su habitación donde había decidido dejar el reloj dorado que era el causante de su mayor preocupación por miedo a lo que pudiera pasar.

Se destapó, se incorporó y con sigilosos pasos se acercó a la silla que había en frente del escritorio y se sentó. Examinó el objeto con precisión sin tocarlo temiendo que volviera a transformarse en un rifle. Era valioso, eso estaba muy claro. Valioso y mágico.

Con el miedo en el corazón alzó el dedo índice. Iba a tocar la tapa. Podía hacerlo. Aproximó el dedo. Lo acercó un poco más. Ya casi estaba. Pero lo retiró antes de rozar el cristal.

No. No podía ser un cobarde. Una vez más. Lo intentaría una vez más. Alzó el dedo de nuevo y poco a poco lo fue acercando. Rezaba para que su respiración agitada por el miedo no despertara a Keith. Estaba a milímetros de la tapa. Sólo un poco más. ¡Sí! Lo había conseguido. Estaba tocando la tapa.

Al ver que no pasaba nada lo sostuvo con ambas manos. Lo balanceó un poco pero no pasó nada. Lo agitó frenéticamente. Nada ocurría.

Claro, antes el reloj había empezado a brillar debido a que Lance había mostrado su hasta ahora oculto lado heroico al entregar el tesoro que los había unido a él y a su novio.

Comprendió que lo que debía hacer para activar el reloj era resaltar su bondad, fuerza y valentía como todo un buen héroe. Corrió hasta el espejo del baño y con el reloj en la mano comenzó a practicar sonrisas y poses que creía épicas frente al cristal. Cada combinación más seductora que la anterior. Bueno, o eso pensaba el alteano.

Pero seguía sin conseguir nada. ¡¿Por qué?!

Necesitaba saber qué quiznak era ese reloj y cómo hacer que brillara. No tenía ni idea de por qué, pero quería hacerlo funcionar de nuevo. Una sensación extraña en el estómago le obligaba. No sabía cómo accionar el reloj, pero a lo mejor conocía a alguien que pudiera darle algo de información sobre el tesoro dorado. En cuanto se hiciera de día lo comprobaría.

Volvió a la cama tras dejar el reloj sobre la mesita de noche que era su lugar habitual y se cubrió con las mantas. Miró de nuevo a Keith. ¿A qué clases de problemas se habría enfrentado él en sus viajes? ¿Le habrían atacado bestias salvajes? ¡Por supuesto! Y estaba claro que había vencido.

Bueno, Lance no sabía si las bestias que él imaginaba eran reales, pero le encantaba imaginar a su novio luchando de forma épica con todo tipo de armas a su disposición.

Con mil y una historias en su cabeza cerró los ojos esperando soñar con algo agradable.

***

A las ocho de la mañana el agradable olor del desayuno llamó a Keith del mundo de los sueños para prepararse para el nuevo día. Tras dos años saliendo con Lance aún se le hacía bastante raro dormir con él. Era agradable, pero un poco inquietante sentir a alguien al lado. Y le cabreaba mucho cuando el alteano se adueñaba de la manta y le dejaba totalmente destapado.

Entre arena y engranajes [Klance]Where stories live. Discover now