La fecha del Ocaso

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La cucharilla rebotó excesivamente fuerte contra la taza de café con grosella, mientras Eden intentaba no mirar directamente a su madre. Si lo hacía, la falta de respeto sería inminente, pues ella no era buena ocultando sus sentimientos y sus ojos miel eran dos portales abiertos a sus pensamientos.

─Hija, sigo creyendo que cometes un penoso error escogiendo la omisión, es de vital importancia para tu futuro que conozcas la fecha de tu ocaso.

Eden soltó el aire lentamente y esbozó una sonrisa carente de emoción.

─No quiero conocer el día de mi muerte, madre. No deseo vivir asustada.

Sibley, ajustó las solapas de su pulcra camisa negra con ribetes que cambiaban de color según la luz y se sentó en la mesa de la cocina junto a Eden.

─Tu concepto es erróneo, no se trata de vivir con miedo, se trata de disfrutar de tu vida, en especial los últimos días de ella ─Miró el holograma rosado que rodeaba su muñeca con la hora─. Yo fui informada del día de tu ocaso cuando naciste, y jamás he sufrido por perderte, sin embargo sí lo haría si no lo conociera.

Sin querer, las cejas de Eden se arquearon ligeramente. Su madre no era la madre del año precisamente.

─Pero yo no quiero saberlo ─esbozó una sonrisa real─. ¿Qué hay de malo en vivir con una incógnita?, ¿con algo inesperado y emocionante?

─¡Por el Sol! ¿Es que no te han enseñado nada en el instituto? Si quieres aventuras, juega con uno de esos juegos que te regalé por Navidad ─Se levantó alarmada.

Un pitido intenso hizo que una proyección se iluminara en una de las paredes de la aséptica y gris cocina de aluminio.

─Señora Lindgren, su transporte llegará en sesenta segundos ─anunció una voz robótica.

─Debo marcharme a una reunión ─Cogió un pequeño bolso rígido de color negro─. Te ruego que seas sensata y asistas a la revelación de esta tarde, no nos conviene que te vuelvas como uno de esos dementes que enloquecen ante la incertidumbre del día de su deceso.

Eden se limitó a asentir, mientras su madre levantaba una mano a modo de despedida y, sin mirarla, bajaba por las escaleras de mármol blanco hasta la entrada de la enorme casa a las afueras de la ciudad.

Un ligero zumbido llamó la atención de la joven, que sonrió al ver a su pequeño robot de compañía volando hacia ella con una peluca cortada en media melena de color azul eléctrico.

─Feliz cumpleaños, Eden ─su voz sonó metálica pero dulce al mismo tiempo.

─Gracias, Cosmo.

─Mis sensores detectan que has vuelto a disfrazarme.

Eden contuvo una risa traviesa.

─Estás muy guapo.

Dio un par de cariñosos golpecitos a la superficie lisa y gris que constituía el cuerpo cilindrico del robot. Automáticamente, una enorme pantalla redonda bajo el flequillo de la peluca mostró una sonrisa.

Eden se la devolvió.

Sabía perfectamente que Cosmo no sentía nada, puesto que no era más que un juguete sofisticado que simulaba las emociones humanas pero, tras perder a su gata y haber llorado su ocaso un mes completo, su madre consideró que el robot era mejor compañía para su sensiblera hija.

De alguna manera, Eden era distinta, tenía ideas, se planteaba las cosas y añoraba sin saberlo un mundo diferente con emociones nuevas. Según Sibley, todo aquello era el resultado de un excesivo estudio del pasado, puesto que uno de los pasatiempos preferidos de Eden, era el estudio de la historia de la humanidad.

CaducityWhere stories live. Discover now