capítulo quinto, último.

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Jimin necesitó casi la totalidad de aquella noche para alcanzar el sueño entre los acogedores brazos de su hermano. Estuvo a punto de proponerle una huida, juntos y en ese mismo instante, pero el castigo que Jungkook recibiría si eran capturados sería la muerte, sin rodeos, le fusilarían junto al resto de escoria que se atrevió a traicionar a la patria.

Al alba, Jungkook le abandonó en una camioneta rebosante de caras largas. Y no fue hasta el año siguiente que la guerra terminó y el cartero le entregó a su madre aquella carta militar que le hizo llorar tanto. Nunca supo el contenido de aquel mensaje, su madre la despedazó y quemó sin siquiera terminar de leerla.

Los meses posteriores Jimin fue adoptando poco a poco el aspecto de un cadáver, no comía a penas medio pan al día con suerte y se negaba a abandonar la habitación de Jungkook en la que de había cobijado. Los intentos de su madre por darle alimento eran inútiles, ninguna amenaza o tentación logró persuadirle que probase un bocado de alguna comida en condiciones.

Es por eso que aquella soleada tarde de mayo, el chico que llegó a la casa de los Park con un zurrón hasta los topes de dinero, se horrorizara al ver el mustio cuerpo de Jimin tendido sobre su cama. El pequeño realizó un esfuerzo titánico por abrir sus cansados ojitos y comprobar que aquella voz que escuchaba, que aquellas calidad manos que reposaban sobre su abdomen casi inmóvil, pertenecían a la persona que durante tanto tiempo se presentaba ante él en sus delirios. Esa vez, sin embargo, era real; y aunque no tenía fuerzas de lanzarse a abrazar a Jungkook, se sentía completamente feliz de ser al menos besado por el fuego que mantenía viva la débil llama de su alma.

불장난 [ 국민 ] Mini-fic Donde viven las historias. Descúbrelo ahora