El Jinete de la Guerra

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Cuando abrió el segundo sello, oí al segundo ser viviente que decía: "Ven". Entonces salió otro caballo, rojo; el que lo montaba se le concedió quitar de la tierra la paz para que se degollaran unos a otros; le fue dada una gran espada.

Apocalipsis 6:3,4

―¡Katherina!, ¡Katherina! ―la llamaba una voz femenina, en medio de la oscuridad de su habitación. Aquella noche, Daniel no durmió a su lado, la luna no iluminaba los cristales de su ventana. La tiniebla era pesarosa, inconmensurablemente estremecedora, y aun entonces, Katherina mantenía sus ojos cerrados, inmersa en un profundo letargo, que la imposibilitaba de oír aquel susurro, que pronunciaba su nombre.

Una extraña brisa removió las sábanas que cobijaban a la muchacha, dejando al aire libre de la habitación, la piel blanca de sus estilizadas piernas. Un bulto comenzó a formarse por debajo de las sábanas. El aire de la habitación se tornó frío, a tal punto que hasta los mismos cristales se escarcharon de hielo. Katherina despertó, mas no podía reaccionar. Todo su cuerpo dejó de responder, a pesar de eso; sus ojos se fueron abriendo con lentitud, la desesperación llegó, y con ella el miedo intenso que carcomía el paralizado cuerpo de la chica. Tranquila, no es real. No es real. Nada de esto está pasando realmente. Pensaba Katherina, al mismo tiempo en que sentía algo moverse sigilosamente cerca de su pierna.

Los latidos de su corazón palpitaban por todo su cuerpo, como si por dentro solo hubiera huecos. Como si sus órganos hubieran alcanzado tal punto de congelación, que proporcionaba más fuerza y establecimiento a la rigidez que hacía pensar a la chica, que, en cualquier momento, alguna extremidad de su cuerpo se fuese a quebrar.

Un peso se encimó en ella, podía sentir como algo recorría sus piernas, las caricias de las garras rozar su piel aumentaron la desesperación. La imagen de Nate pasó por su mente, pensando que podría venir hasta ella, para terminar lo que la pasada tarde no pudo concluir. Pero ella prefería morir, antes de permitir que su cuerpo fuera poseído por aquel engendro.

Que desesperación se debe sentir, cuando estás consciente de todo lo que ocurre a tu alrededor, sin embargo, no puedes hacer nada por defenderte, no puedes controlar tus sentidos; ni siquiera tu cuerpo, estás preso en tu propio cuerpo, casi muerto.

Katherina recordó el ataque que Nate recibió, en ese preciso instante en que, él estaba a punto de ultrajarla. Y aunque también le provocó un susto que detuvo su corazón por unos catastróficos segundos; la forma tan abrupta en la que llegó, aquel ser desconocido, para ella, se transformó en su héroe. Se transformó en lo único que la separaba del daño que el jinete pudiese causarle. La cuestión es: ¿Qué era? O, mejor dicho, ¿Quién?

Las enormes alas se formaron en la mente de Katherina como en tiempo real, abruptamente aquello que le impedía mover su cuerpo, salió de ella, y también de la habitación. Katherina se incorporó de golpe, aspirando sonoramente el aire. La luz de la lámpara en la mesa de noche se prendió por sí sola, como si algo estuviese ahí cuidándola. Poco a poco, con el pasar de los segundos, el pulso de Katherina se fue normalizando. Tomo su celular y miró la hora. Faltaban apenas cinco minutos para las cinco de la mañana. Se sorprendió, sus dedos se deslizaron por sus mejillas, las cuales estaban secas. Después de tantas cosas; después de tantos peligros; de tanto dolor, creyó que no quedaba nada más que perder o a que temer. El miedo solo era una sensación, un impulso más, que le indicaba que seguía en el mundo de los vivos. El problema es que el sufrimiento no acabaría ahí.

El sol salió media hora después. Katherina lo esperaba con ansias sentada en la ventana de su habitación, no le importaba ya, si los tibios y luminosos primeros rayos encandilaran sus ojos. Era una forma de sentirse viva, de sentir; de entender que su vida aún le pertenecía. Permaneció quieta, ensimismada en los profundos y atormentados mares de sus pensamientos, permitiendo que los rayos impactaran profundamente en su mirar, era...realmente bello observar sus ojos iluminados por el sol, reflejaba perfecta e impactantemente su alma. Pero algo arruinó el momento, y aunque ella no pudo notarlo visualmente, podía sentirlo. Es como un hormigueo recorriéndole la columna vertebral, así es cuando alguien te observa con sumo cuidado y concentración, su devoción penetra hasta la más fina de sus venas.

El Susurro del Diablo Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora