Ecos del Alma

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Solo esta vez. Solo por esta vez lograste escapar de mí, Katherina. Prometo que nos volveremos a ver. ―la voz del Jinete de la Guerra, hablaba en la mente de la chica, quien iba sentada junto a Melany en la casa rodante, conducida por un desconocido.

Con el pasar de los minutos rumbo a su casa, Katherina fue reaccionando al igual que los demás afectados por el gas. Cuando el vehículo aparcó fuera de la casa de los Warren, Katherina y Melany observaron la figura de Sophie esperándolos sentada en la escala que conduce a la puerta principal. El rostro de ambas mujeres se llenó de alegría al ver a la morena esperando con mejor cara, la que examinaba el vehículo y a sus dos amigas casi pegadas a la ventana de este.

Dos cazadores bajaron de la casa rodante esperando a las mujeres y ayudarlas a descender los tres escalones que separaban el auto del suelo de cemento.

―¡Sophie! ―gritó Katherina una vez abajo, corriendo hacia ella y abrazándola con gran entusiasmo. Melany por su parte, se quedó detrás de ella, contemplando a las dos chicas fundirse en un amigable abrazo. ―¿Cómo estás? Me enteré hace unas horas que te habían dado el alta en el hospital.

―Sí, me dejaron ir con la condición de no hacer movimientos bruscos. ―respondió Sophie señalando la zona de su abdomen por encima de la ropa, para luego llevar su mirada detrás de Katherina, al ver tanto movimiento cerca de la casa. ―¿Quiénes son todos esos hombres? ―preguntó Sophie, mirando también el vehículo.

―Es una larga historia. Contestó Katherina desviando la mirada al girar la cabeza, en eso se dio cuenta de que Melany seguía silenciosa detrás de ella. ―Creí que...te habías ido.

El silencio abordó el lugar.

―Oigan, es estúpido que se hablen como si nada por teléfono, pero cuando están cerca la una de la otra, ni siquiera cruzan mirada. ―comentó Katherina algo molesta―. Como amiga de ambas, exijo que hablen las cosas.

―Kat, no es necesario...

Habló Melany, pero su amiga la interrumpió.

―Nada de eso. ―insistió Katherina.

―Mel, Katie tiene razón. No podemos estar distanciadas, mucho menos ahora, ni siquiera por un chico.

―¡Exacto! Pelear por hombres no vale la pena. ―agregó Katherina a las palabras de Sophie.

La voz ronca y molesta de Christopher se aproximaba a las chicas.

―Solo queremos el bien de pueblo. ―le decía Michael Montgomery, quien seguía a paso rápido al padre de Katherina.

―¿Cuántos saben sobre esto? ―le preguntó Christopher al hombre.

―Todas las facciones.

―¡Todas las facciones! ―exclamó Christopher a grandes voces.

―Sí, y pronto todo el pueblo, si no baja la voz ―dijo Michael―. Oigan, quien o quienes se enteren, no depende de nosotros. Me refiero a mi hermano Samuel y a mí.

―Quiero que se vayan. ¡Todos! ―exigió él mientras su hija y sus amigas observaban y oían la discusión.

―Chicas, entren a la casa. ―ordenó Christopher, mientras caminaba de vuelta a la casa rodante en busca de su esposa. Daniel y los demás observaban desde afuera. Demian por su parte, caminó hacia las tres mujeres y de manera educada y disimulada, las invitó a entrar a la casa de los Warren.

―Entiendo la paranoia de tu padre, Kat. Pero no podemos negar que, si no hubiera llegado esa manada de cazadores, no estaríamos aquí ahora. ―comentó Melany. Katherina guardó silencio, al mismo tiempo en que se agarraba la cabeza con ambas manos y caminaba de aquí para allá en el salón de su casa.

El Susurro del Diablo Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora