La historia de la guerrera

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Nací en un pequeño pueblo de campesinos

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Nací en un pequeño pueblo de campesinos. Mis padres trabajaban las tierras y cuidaban ganado. Era la hija del medio como algunos me llamaban. Mi hermano mayor se llamaba Gustus, era un hombre de anchos hombros y espesa barba. Tenía complexión atlética y resistente fruto del intenso trabajo en el campo. Era cinco años más mayor que yo. Él se convirtió en mi padre cuando nuestros progenitores murieron.

MI hermano pequeño se llamaba Aden, era diez años más pequeño que yo. Mientras que Gustus se parecía a nuestro padre, Aden era la viva imagen de mi madre. En cambio, yo era la mezcla perfecta entre ambos.

Era la mujer más alta del pueblo. De piel bronceada, cabello largo castaño y sedoso, mis ojos destacaban en mi rostro ovalado como dos gemas verdes. Era la envidia de muchas y me conseguí el odio de otras tantas. Pues mi cuerpo era delgado y fibroso. El trabajo duro en el campo me proporcionó la fuerza y la resistencia de la que muchas mujeres carecían.

Mi vida no fue fácil. Trabajé en el campo durante toda mi infancia. Mi padre era un hombre mayor al que los años y las enfermedades le habían pasado factura.

Cuando tenía cinco años la guerra comenzó y los soldados empezaron a llegar al pueblo buscando reclutas. Con solo quince años se llevaron a Gustus dándonos unas míseras monedas de oro por él.

Por aquel entonces mi madre estaba a punto de dar a luz. Y la marcha de mi hermano aceleró el parto. Aden nació sano, pero el parto fuer largo y laborioso. Mi madre no salió bien parada. Entristecida por la marcha de su hijo mayor abandonó al menor a su suerte. No se ocupaba de ni de él ni de mi por lo que yo tuve que tomar su lugar.

También me convertí en la cabeza de familia tomando el lugar de Gustus. Me convertí en madre a la temprana edad de diez años asumiendo así todo el peso de mi familia sobre mis hombros. Cinco años después mi madre falleció.

La guerra estaba en pleno apogeo. La hambruna y las dificultades no tardaron en llamar a nuestra puerta. Ese mismo invierno mi padre murió y Aden y yo nos quedamos solos.

Pocos meses después Gustus volvió a casa. Ya no era el chico que yo recordaba. Con solo veinte años se convirtió en un hombre curtido por la guerra. Su mirada era dura y fría. Nos miró sin apenas vernos. No reconoció a Aden como su hermano sino como mi hijo. Pues él siempre me llamaba madre.

Nos obligó a hacer las maletas, a abandonar el único hogar que habíamos conocido y a irnos con él. Aden no entendía nada, pero se mantenía en silencio. Siempre a mi lado. Sumiso y callado pasaba desapercibido entre todos.

Una vez en el campamento Gustus nos abandonó a nuestra suerte. Las mujeres que allí había nos acogieron con los brazos abiertos y se convirtieron en nuestra nueva familia.

La guerra seguía y no parecía tener fin. Con solo quince años me había acostumbrado a vivir con lo mínimo y a esperar cualquier cosa. Los hombres del campamento se volvieron cada vez más agresivos con las mujeres. Y muchos de ellos la forzaban solos o en grupos, eso no importaba.

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