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AL DÍA SIGUIENTE, Henry y yo fuimos a supervisar cómo estaba quedando nuestra nueva casa. Estaba prácticamente lista, solo faltaban algunos acabados para que se empezara a amueblar. Después de nuestra boda y luna de miel la encontraríamos lista. Traté de tener la mejor actitud diciéndome que lo de las rosas solo era un detalle sin importancia, pero me fue inevitable no ver todo con nuevos ojos, unos más críticos. Apenas puse un pie en el que iba a ser nuestro hogar me di cuenta de que había cosas que no me gustaban realmente, como, por ejemplo: la zona. Odiaba estar tan lejos de la ciudad, no me gustaba la tranquilidad y me di cuenta que todo lo que creía habían sido ideas mías, en realidad, las propuso Henry. Aceptaba con sonrisas todos los planes que él hacía para nosotros.

Fue una mañana agotadora y una tarde que prometía mejorar con una salida con mis amigas y que por arte de magia se convirtió en una tortura. Todas hablando de lo maravilloso que era Henry por consentir mis caprichos, diciendo que sentían envidia de la «buena suerte» que tenía porque iba a ser la primera en casarme. Estaban seguras de que iba a ser la mujer más feliz del planeta Tierra. Cuando les comenté que ya no quería ir a Hawái para nuestra luna de miel porque me parecía un lugar turísticamente perfecto todas asumieron que estaba haciendo un drama producto de mis nervios de novia. ¿En serio? ¿Nervios de novia?

Cada vez más sentía que era yo la que estaba mal, era a mí a quien le faltaba un tornillo en la cabeza. Todas las personas me hacían sentir como una loca que no encajaba en su mundo perfecto.

No tenía ni idea de lo que quería, de lo que me gustaba, ni siquiera de lo que pensaba, no estaba segura de nada.

Rita fue la única que mencionó con renuencia que si le pedía a Henry que cambiáramos nuestro destino lo haría con gusto, pero que si yo no le decía nada no podía esperar que él me leyera la mente. Eso me hizo pensar que la que estaba cambiando era yo o quizás estaba simplemente despertando de un sueño para enfrentarme a la realidad. Tenía que ser honesta conmigo, pero no estaba realmente lista para serlo. No quería perder lo que me había costado conseguir. Cuanto más pensaba, peor era lo que se cruzaba por mi mente. Sentía que había estado viviendo en una cómoda frivolidad.

Me restregué los ojos y aun bostezando me levanté de la cama. Alguien había estado tocando mi puerta como por cinco minutos, traté de ignorar el ruido y seguir durmiendo porque era el único momento en que no me cuestionaba todas las decisiones que había tomado. Sin embargo, parecía que iban a echar la puerta abajo en cualquier momento.

Até mi pelo en una cola y me acerqué a abrir la puerta. Inmediatamente después la cerré de golpe. No necesitaba verme en un espejo para saber que estaba hecha un desastre y no quería que me viera así. Maldije por lo bajo por ser tan descuidada. No podía permitir que nadie me viera recién levantada y sin una gota de maquillaje que cubriera mis ojeras.

Volvió a tocar la puerta, esta vez más fuerte. Miré a todos lados. Aun podía fingir que no había nadie y cruzar los dedos para que se fuera.

—¿Puedes abrir la puerta? —preguntó Edward desde el otro lado.

Por supuesto que no.

—No. Quiero decir, espera ahí hasta que me arregle y esté presentable.

—Oh, por favor. ¿No hemos quedado ya en que eres perfecta? ¡Traigo crumbel de manzana y frutos secos!

Clavé mis ojos en la puerta. No podía verlo, pero era perfectamente capaz de escuchar la diversión en su voz. Eso fue todo lo que necesité para mejorar mi humor.

Respiré profundo y abrí otra vez. Con una mano tapando mi rostro dije:

—Pasa, pero no me mires.

ʜᴜᴇʟʟᴀs ᴅᴇ ᴜɴ ʙᴇsᴏ || #1.5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora