Capitulo final

11.8K 1K 67
                                    

Sean había convencido a Patricia de regresar con él a Canadá pero ella no quería irse sin antes despedirse de Eduardo. No se explicaba porque le dolía saber que no volvería a verlo. Dejaron Francia pero en todo el tiempo que estuvieron allá, Sean no logró hacerle el amor. Ya no quería que le tocaran, Patricia no soportaba que miraran su cuerpo con deseo. Pero Sean la amaba y a pesar de las ganas, esperaba por ella. Al llegar a Buenos Aires Patricia sintió miedo, aquella ciudad la llenaba de miedo. Aunque sus heridas parecían comenzar a sanar le quedaba un largo camino aún por recorrer.
— Pienso que no es buena idea estar aquí Patricia. En un mes nace nuestra hija y me gustaría que naciera en Canadá.
Puso los ojos en blanco algo hastiada.
— Tengo cosas pendientes aquí Sean.
— ¿Eduardo Ballesteros por ejemplo?
Se giró enojada para encararlo
— El es asunto más importante que tengo que tratar aquí. Es mi amigo
— Uno que está enamorado de ti
— No por eso deja de ser mi amigo. Iré sola a verlo, espérame aquí en el hotel. Te prometo que seré breve y ya luego nos regresamos a Canadá.
A Sean no le parecía la idea pero no tenía remedio alguno. No le quedaba más que aceptar lo que quería hacer Patricia.  Fue a buscar a Eduardo al hospital y se topó con un hombre frío y amargo. Muy distinto al que había conocido hace casi un año.
— Hola
Eduardo levantó la mirada
— ¿Qué haces aquí? Te hacía en Francia
— Llegué hoy en la mañana.
— ¿Puedo ayudarte en algo?
Patricia asintió con la cabeza
— Quisiera saber que te ocurre conmigo
— Estoy ocupado Patricia. Tengo pacientes que atender y aún no tienes cita para seguimiento.
— ¿Por qué estas tan cortante conmigo?
Eduardo se quedó callado. La amaba y odiaba hacerlo y de alguna manera se tenía que quitar ese sentimiento que comenzaba a quemarle por dentro. No comprendía que hacía Patricia allí frente a él, mucho menos soportaba verla con un vientre de casi nueve meses de gestación y pensar en lo felices que eran ella y Sean. Cubriéndose el rostro respondio cortante.
— Patricia, necesito que te vayas.
— Solo quiero saber que te hice
— No me has hecho nada. Pero si quieres que sea sincero, me duele verte embarazada, me duele verte con ese hombre. Patricia, me duele ver cómo otro te tiene cuando yo cada día te amo más. Me jode no poder simplemente mandarte al diablo, Patricia vete. Deseo que seas feliz, de verdad lo deseo pero si sigo teniéndote cerca no podré olvidarte nunca.
Ella se quedó callada. Derramó una lágrima teniendo un nudo terrible en la garganta. Estaba enamorada de Sean pero Eduardo no le era indiferente y lo había comprobado al escuchar aquella declaración de amor.
— Eduardo, me hubiera encantado haberme enamorado de ti. Hubiera sido muy feliz, no tengo duda de eso.
— Pero no sucedió, me tocará olvidarte aunque me cueste. — Sonrió con los ojos llorosos — Sé feliz Patricia, pero por favor hazlo lejos de mi.  
Sin decirle más a Patricia salió del consultorio casi corriendo para no desplomarse en llanto frente a ella. Patricia buscó a Adriana en su casa, solo con ella podía desahogarse sin sentir que podía ser juzgada por lo que sentía. Adriana la recibió feliz después de no verla por mucho tiempo.
— Patricia, ¡Que alegria verte!
— Me da mucho gusto verte igual
— ¿Te ocurre algo?
Patricia asintió con la cabeza y no tardó en desplomarse en llanto.
— Me siento dividida Adriana. Siento que jamás podré ser feliz del todo.
— ¿Dividida? ¿A qué te refieres?
Sentía un dolor inmenso y también un gran miedo a aceptar que comenzaba a sentir afecto por Eduardo. Cubriéndose el rostro contestó
— Adriana, quiero entender que me pasa. Porque no puedo simplemente irme de Argentina y olvidar todo. No puedo — apretó los dientes — Adriana, quiero a Eduardo. Los quiero a los dos. Estoy muy confundida. Creía que amaba a Sean y él era solo mi única felicidad pero hay ocasiones en las que no puedo dejar de pensar en Eduardo.
Adriana se quedó anonadada. No podía creer lo que escuchaba y menos cuando decía que amaba a Sean, quería a Eduardo y estaba embarazada a punto de irse a Canadá.
— No entiendo nada
— Cada uno es un sentimiento distinto, siento que los necesito a los dos. No sé cómo ocurrió solo sé que no quiero dañarlos. No entiendo como puedo quererlos a los dos.
Adriana luego de quedarse callada y caer en cuenta de lo que había dicho Patricia se cruzó de brazos opinando aún algo sacada de tiempo.
— Cuando uno ama realmente a alguien, no hay cabida para una segunda persona. Si te enamoraste de Eduardo quizá sea porque realmente no querías lo suficiente a Sean.  Ahora lo que tienes que pensar es ¿Que vas hacer? Esperas un hijo de uno y amas a los dos.
Patricia estaba más liada que nunca, nunca pensó que su corazón se hubiera dividido en dos como se encontraba en aquel momento.
— Quizá solo sea..., joder Adriana he estado enamorada de Sean por años. Quizá lo que sienta por Eduardo sea solo una confusión.
— Tal vez si, tal vez no. Pero lo único que sé es que no estás segura de nada tus sentimientos. Deberías sincerarte con los dos.
Patricia se tocó el vientre sonriendo tenue. Esperaba una hija del hombre que amaba desde que lo había conocido y si algo tenía claro era que Sean era su felicidad, su sueño. Eduardo se había metido en sus pensamientos sin avisar, sin ella haberle dado cabida.
— En unas semanas daré a luz a mi hija, me iré con su padre a Canadá. Ese sentimiento que llego a surgir en mi por Eduardo no seguirá. He elegido a Sean, no volveré a Argentina, seré feliz con el hombre que me había enamorado antes de haber conocido a Eduardo.
— ¿Crees que eso te sea suficiente?
Asintió con la cabeza
— Lo es para mi. Vine a despedirme, en tres días me iré a Canadá y lo más probable es que no te vuelva a ver. Hace dos dias me avisó mi abogado que ya estoy divorciada de tu hermano. Ya no hay nada que me ate a este país.
Adriana sonrió y abrazándola suspiro sintiendo algo de miedo en el fondo por lo que Patricia le había confesado.
— Te deseo la mayor de las suertes. Sé que vas a ser feliz.
Antes de volver a llorar Patricia salió de la casa de Adriana aún confundida pero decidida a que Sean sería su norte dejando encerrado en un cajón a Eduardo Ballesteros.
******
— ¿Has pensado en nombres para nuestra pequeña? — Preguntó Sean mientras cenaban
Patricia suspiró intentando no pensar y sonriendo replicó
— Si, Me gusta Fernanda. Siempre me ha gustado
— Es lindo, a mi me gusta Aida.
Patricia frunciendo el ceño algo ocurrente se cruzó de brazos
— ¿Aida Fernanda?
— Aida Fernanda Johnson Milán..., me gusta como suena.
Patricia seguía algo desconcentrada y pensativa. Terminaban de hacer las maletas. Para Sean era un alivio dejar Buenos Aires de una vez. Tocaron la puerta de la habitación de hotel y ella fue a ver de quién se trataba. Allí estaba Fernando, ella no sabía quién era pero Fernando sentía la necesidad de cómo detective policial enterar a Patricia de lo que había descubierto sobre su hija Valentina. Amable Patricia preguntó
— ¿Quien es usted?
— Soy Fernando Ballesteros, agente y detective del departamento de forenses de Buenos Aires. — Dijo enseñando su placa
— Ah vale y que se le ofrece
— Hablar con usted, acerca de su hija Valentina.
Escuchar el nombre de su hija le cayó como balde de agua fría. Le removió heridas que aún no sanaban y quizá no sanarían nunca. 
— ¿Como sabe de ella? No deseo saber nada señor. Es algo que me lastima.
— Si estoy aquí es para informarle que el caso de su hija, Valentina Montenegro probablemente sea reabierto.
— Eso es imposible, yo fui juzgada por ocasionarle la muerte a mi hija. No tendrían porque reabrirlo.
Con pesar Fernando la miró y no sabía cómo hacer para decirle todo lo que había descubierto.
— Señorita Milán, el caso será abierto nuevamente porque al parecer hay otro sospechoso en la muerte de su hija.
Desesperada a gritos pidió que fuera más claro. El hombre al decirle que su hija no había muerto como decían los informes y que algo terrible había ocasionado la muerte de su pequeña.
— ¡Quien es ese tal sospechoso!
— César Montenegro 
Palideció, sintió que el corazón se le quebraba nuevamente. Sus piernas fallaron y caería al suelo cuando Sean la socorrió. Entre lágrimas repetía una y otra vez que no podía ser eso que le estaba diciendo aquel hombre. Sean le pidió al agente que se retirara pero no pudo tranquilizarla
— ¡Que le hizo! Sean, que le hizo a mi bebé.
— Shhh, mi amor tranquila. Puede dañar a nuestra hija.
— ¡No puedo! Quiero saber porque..., porque....
Quería seguir hablando pero un fuerte dolor le cortó el habla. Las contracciones comenzaban a hacerla agonizar.  Sangraba y Sean lleno de miedo llamó a emergencias. En la ambulancia de camino al hospital no dejaba de besar la mano de ella diciéndole que todo estaría bien, pero ella solo lloraba y pedía a Dios que su hija no le pasara nada malo.
— No quiero que se muera, Sean, no podría soportarlo.
— Nada de eso va a pasar cariño, tranquila.
Llegaron al hospital y aunque faltaba unas semanas para que naciera la bebé, nacería aquel día. Preparaban a Patricia para dar a luz. El dolor le era insoportable pero tener a Sean a su lado la reconfortaba.
— Cariño, nuestra pequeña Aida Fernanda va a nacer. Estoy muy feliz
— No es tiempo, falta todavía Sean. — Susurró exhausta 
— Los médicos me han dicho que has entrado en labor de parto. Se adelantó pero todo estará bien, tienes que estar tranquila.
Negó con la cabeza ahogada en llanto
— ¡No puedo!
De un momento a otro, Patricia comenzó a temblar y moverse bruscamente sin poder controlarse. Convulsionaba y Sean muerto del miedo llamó a gritos a los especialistas. No sabían lo que le ocurría, había caído en una especie de trance que podía poner en riesgo la vida de la pequeña que llevaba en el vientre.
— Doctor, dígame qué le ocurre a mi mujer. ¿Por qué se ha puesto así?
— No tenemos claro el porqué de sus convulsiones, pero está muy alterada. Le realizaremos una cesárea, no podemos seguir exponiendo a la bebé al estado en el que ella se encuentra.

Sean frustrado se sentó en la sala de espera con el alma pendiendo de un hilo. Estaba solo en aquella sala de espera sin saber que pasaría con su bebé ni con la mujer que amaba. Pasaron unas horas y dentro de todo el susto, había un rayo de esperanza. Una enfermera le avisó que su hija había nacido sana y a salvo. Fue a ver a la pequeña a los cuneros. Al ver a su hija, a su segunda hija allí pequeñita y toda una ternura no pudo evitar llorar de emoción. Pudo cargarla por unos minutos, la miraba, agarró una de sus manitas sonriendo lleno de felicidad
— Aida Fernanda, hola..., soy tu papá, te amo mucho. A ti y a tu mami.
Besó su cabecita derrochandose de amor por su hija sin aguantar las ganas de ir a ver a Patricia. Ella estaba algo atontada pero alerta. Al ver a su hija y Sean ponerla en sus brazos no pudo evitar sonreír y sentir un dulce y al mismo tiempo amargo sentimiento. Así tuvo a Valentina años atrás en sus brazos. Volvía a sentir la emoción de ser mamá por segunda vez.
— Es muy bonita, ahora las tengo a las dos.
Patricia sonrió exhausta
— Nunca pensé que volvería a sentir esto.
— Nena, seremos felices.  Nada lo impide. Ahora voy al hotel por más cosas para ti. No tardo mi amor.
— Sean, te amo
— Te amo más
Patricia se quedó aguardando con la pequeña Aída Fernanda mientras Sean buscaba las cosas. Para el todo comenzaba a quedar en su lugar. Tenía a la mujer que amaba y ahora a su pequeña Aida. Empacó las pertenencias de Patricia y unas pocas cosas para su pequeña. Su móvil sonó y miró que se trataba de Anabelle. No quería contestar pero su otra hija estaba con ella y deseaba saber cómo se encontraba.
— Que quieres Anabelle
— Solo te llamo para informarte que ya que no te importe lo suficiente y te divorciaste de mí pues me parece que tampoco te importa nuestra hija. Me voy de Canadá con mi hija y te advierto que no voy a permitir que nos busques.
— ¿Que? ¡Estás loca! No puedes secuestrar a mi hija. Lo haces y te denuncio.
— Veremos quien de los dos sale perdiendo. Has lo que te dé la gana. Pero a mí hija no la ves más maldito infiel infeliz.
Terminó la llamada dejando a Sean muerto de la angustia. Había arruinado la felicidad que sentía por la llegada de su otra hija a su vida. Intentó ocultar su miedo regresando al hospital con las cosas que había ido a buscar al hotel. Al llegar, miró el ambiente algo tenso. Preguntaba por su mujer y nadie quería o sabía decirle nada.
— Señorita, ¿Por que no me dejan entrar a la habitación de Patricia Milán?  
La enfermera se detuvo y con pesar respondió
— la paciente Patricia Milán tuvo una complicación.  Es mejor que el doctor le explique con más detalles.
Sean corrió tras el doctor al verlo salir de la habitación de Patricia. Su mirada lo desalentó. Sentía que que algo andaba mal y no se equivocaba.
— ¿Como está Patricia?
— Lamento ser portador de tan malas noticias pero Patricia Milán ha entrado en estado de coma.
— ¿Que? ¿Como? Ella estaba bien antes de ir por sus cosas. ¿Como pudo haber caído en coma así?
— No tenemos aún esa información. Está siendo sometida a varios estudios pero en el estado en el que se encuentra simplemente nos resta esperar. Puede tardar horas, dias como puede tardar años o en él peor de los casos, nunca despertar.
Lágrimas se paseaban por sus mejillas. La felicidad en segundos se convirtió en amargura, no podía comprender como Patricia estaba en coma, no podía soportar la noticia y menos soportar el hecho de que Patricia había entrado en un coma del que quizá nunca lograse salir. Solo le restaba esperar, aguardar...., le tocaba cuidar de ella aún sin saber si algún día despertaría. La amaba, eso bastaba para Sean Johnson.

Dos veces ella Where stories live. Discover now