2. El carácter de Emma

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Los ojos verdes de la hija mayor de los Sellers solían abrirse mucho antes del amanecer, su familia no era acaudalada y nada que ver con la nobleza. Emma había conocido a los Bermont gracias a que su madre era institutriz de las chicas y ella había sido admitida en el palacio desde que era apenas una niña, la Duquesa Violet siempre la había apreciado y permitió su amistad con las chicas sin ningún tipo de prejuicio.

Pero siempre se supo diferente y era algo que no le interesaba ni un poco, pero era imposible no notarlo. Las Bermont ciertamente eran unas chicas diferentes, fuera de lo común, solían aprender cosas que el resto de las damas no debían, pero lo hacían por gusto, era algo que les daba placer, además de algunos problemas.

Para Emma, las cosas no eran así, ella debía trabajar –aunque su madre no lo supiera-, tenía una familia numerosa y un padre que los abandonó, así que eso no le daba muchas salidas.

—¡Ey! ¡Rubia! —le gritó Charles mientras Emma iba por la calle, con una gran canasta en el brazo.

—¿Qué haces despierto tan temprano, Charles?

—Bueno, vengo a verte.

—Qué gran mentira —sonrió y lo miró detenidamente—. Una corbata mal acomodada, tu camisa está desfajada, el cabello despeinado... vienes de casa de Lady Pruchet.

—Pero qué perceptiva eres, cariño —se acercó el chico, quitándole la canasta del brazo y caminando junto a ella—. Pero te equivocaste, no me quedé con Lady Pruchet.

—¿Entonces ha sido la señora Marieta?

—No.

—¿Margarita Sanders?

—Eso fue hace más de dos meses.

—Mmm... ¿Miriam Rosald?

—No puedo creer que te acuerdes de ella —se burló el chico.

Emma negó un par de veces y se cruzó de brazos desaprobatoriamente, sabía bien quién era su amigo y era normal que él le contara sobre sus cosnquistas.

—Dios, Charles, debes parar de acostarte con mujeres conocidas —negó la joven, tomando la canasta de regreso y caminando hacia el mercado. El chico la siguió.

—Eso planeo, dejar de acostarme con mujeres y sólo hacerlo con una sola —sonrió de lado, porque Charles tenía la sonrisa más retorcida y atractiva que Emma hubiese visto jamás—. ¿Has pensado en lo que te dije aquella noche?

—No —le dijo tranquila, metiendo algunas verduras a su canasta—. Porque no es más que una tontería.

—Quisiera saber por qué sigues diciendo eso.

—Porque, Charles —ella dejó la cesta en una silla de madera que había en un puesto—. Tú madre te mataría, simplemente lo haría. No soy de tu clase social, no soy rica, ni tampoco tengo la edad de una chica casadera, es más, soy una solterona.

—Por todos los diablos —sonrió con ironía—, cuantas cosas negativas. Mira, tan fácil como esto: no me importa tú clase social, tengo dinero para los dos y eres increíblemente hermosa a pesar de tener... ¿Cuántos años tienes?

—¡Pero qué maleducado! —lo golpeó con una sonrisa—. ¡Jamás se le debe preguntar la edad a una mujer!

—Vale, lo sé, lo siento —sonrió el chico, quitándole la cesta.

—¿Qué haces? —le dijo ya cansada de ese jaleo.

—Te ayudo, estoy contigo, no tienes porqué cargar algo tan pesado... por cierto, ¿Qué demonios llevas aquí?

Siempre fuiste tú (Saga Los Bermont 7)Where stories live. Discover now