03.Octubre.2016

14 2 0
                                    


Solo estábamos jugando. 

Yo y mis hermanos estábamos jugando en el cuarto de Danny, el más pequeño, como lo hemos hecho millones de veces, pero esta vez hicimos un desastre. Victor, el mayor lanzó una pelota y cuando lo bateé la pelota se enterró en una de las cajas enseguida del librero. Las que tenemos prohibido abrir desde que nos prohibieron salir del piso de arriba. 

Nos acercamos, temerosos, y después de pelear acerca de quién sería el condenado a sacar la pelota de donde se había perdido, puse una mano en la tapa gris de la caja de plástico. La abrí, y me devolví la mirada a mi misma.En la caja estaba yo. Bueno, algo así. Estaba más pálida, y mis ojos no brillaban, estaban fijos en el techo sin verlo en realidad. Pero vestía mi misma ropa, y tenía los mismos dientes chuecos de los que mi mamá se reía cuando venía a jugar con nosotros los domingos.Muertos de curiosidad y sin decir una palabra, abrimos las otras dos cajas, la azul y la blanca. Ahí estábamos los tres, más flacos y feos, pero éramos nosotros. Y no nos movíamos.

 Los tres hablamos, y decidimos que definitivamente algo raro estaba pasando. ¿Mamá y papá estaban ocultándonos algo? Teníamos que investigar, y por la primera vez en lo que se sentía como años, decidimos bajar al primer piso.Nada se veía como lo recordábamos... El perro ya no estaba, los muebles eran otros ¡y la tele era tres veces más grande! Mis hermanos se pusieron a brincar en el sillón en cuanto llegaron, pero yo me fijé primero en los retratos. No había ninguna foto nueva de nosotros desde la última vez que estuvimos ahí, ni siquiera las fotos que mamá nos tomaba con su cámara, y que nunca nos quería enseñar. 

Entonces algo muy raro pasó. Un segundo estábamos en el piso de abajo, viendo la tele y jugando con el abanico nuevo, y en un parpadeo ¡pum! estábamos arriba otra vez, en el cuarto de Danny, donde pasábamos los días riendo y jugando. Después de intentar bajar varias veces, y asustar al vecino tocándole la puerta y desapareciendo cuando iba a abrir, descubrimos que lo que no nos dejaba movernos eran las cajas, que de alguna forma estábamos atados a ellas, como si fuéramos de esos monitos que brincan de las cajas musicales pero están amarrados y no se pueden salir del todo. 

Así que bajamos las cajas. Fue difícil porque pesaban bastante, ¡pero ya que llegamos pudimos divertirnos de verdad! Fuimos a la casa del vecino otra vez y jugamos con su gato por horas. Cuando escuchábamos que iba a llegar el dueño, solo parpadeabamos y regresábamos a las cajas. Nos trepamos a los árboles como cuando íbamos a la escuela, y jugamos a que el piso era de lava. 

Escuchamos un ruido en el porche. ¡Era domingo! ¿Cómo se nos pudo olvidar el mejor día de la semana?Papá y mamá atravesaron la puerta y nos escondimos, porque después de todo aún teníamos prohibido bajar las escaleras; pero al ver las cajas mamá soltó un sollozo. Papá la sostuvo cuando los sollozos se volvieron continuos, y salimos, uno a uno, hasta que la rodeamos. 

-¿Qué tienes, mamá? ¿Qué pasa? 

La abrazamos, y todos nos quedamos así, juntos, un rato.Después de eso mamá y papá hablaron por mucho rato, mientras jugábamos en la sala sin escucharlos, porque como siempre sus voces llegaban como ecos, como si vinieran de muy lejos. Mamá y papá nos abrazaron, y cuando cayó la noche los vimos cavar tres hoyos en la tierra, y meter nuestras cajas adentro. Nos echaron encima tierra y una bendición, y nos sentimos alejarnos cada vez más de la casa de nuestra vida. Ahora que la dejamos atrás, no sé a dónde vamos, pero vamos juntos y eso es lo que importa.

-------------------------------------------------

Este cuento es una adaptación de un sueño que tuve hace mucho.

Sueños, Alucinaciones y Pesadillas.Where stories live. Discover now