*1*

1.8K 146 11
                                    

Cinco años que se reducen a nada cuando me topo con su rostro al ingresar al edificio. Son segundos, sus ojos ni siquiera se encuentran con los míos antes de desaparecer por la puerta principal. Pero esos pequeños segundos surten efecto en mi interior.

Subo las escaleras casi sin darme cuenta, mi mente está muy lejos de aquel presente.

Durante tres años, aquel joven había ocupado el lugar central de mis pensamientos, de mi corazón; había sido la causa de más de una ilusión. Jamás creí que volvería a verlo y mucho menos en aquel lugar.

Llego a mi departamento y continúo con mi rutina. Dejo las carpetas y el bolso en la mesa del living, me saco la ropa en mi habitación y me dirijo al baño para tomarme una ducha que me devuelva las energías que el día se llevó. Luego preparo la cena y me siento a comer frente al televisor. Pero en ningún momento mi mente se concentra en el ahora. No dejo de pensar en Alan.

Algo me dice que hubo asuntos que quedaron pendientes, una historia que no supe cerrar... un amor que continuó latiendo en silencio, apagado con otros amores que encontraron rápidamente su final. ¿Verdaderamente habrá algo pendiente? ¿O sólo es una coincidencia?

Sea cual sea la razón, no logro escaparme del pasado. Los recuerdos me hacen una visita. Lo recuerdo todo, hasta mis pensamientos, mis sonrisas y mis ilusiones de aquel entonces.

Vivía al lado de mi casa de la infancia. Recuerdo que se había mudado allí poco antes de empezar la preparatoria. Cuando lo vi, mi corazón reaccionó a su mirada. Alto, cabello lacio, negro y corto, no tenía muchos músculos, sus ojos eran del color del cielo nocturno y su sonrisa transmitía tranquilidad. Lo supe cuando me saludó elevando sus comisuras. En ese momento sentí mariposas, como las que relataban en las historias, aunque parecían mucho más alteradas de lo que yo creía normal.

Después de ese saludo, no volvimos a intercambiar algo más que miradas. Las vacaciones llegaron a su fin y empezamos la preparatoria. Todo era nuevo y los nervios no tardaron en llegar.

Ese primer día caminé las cuadras que me separaban del edificio y me sorprendí mucho cuando lo vi haciendo el mismo camino, pero del otro lado de la calle. Iba con los auriculares puestos y la mochila colgada de un solo hombro. Su caminar era tranquilo, pero a la vez avanzaba más rápido que yo. Una sonrisa se dibujó en mi rostro y me imaginé lo lindo que sería coincidir en clases.

No coincidimos. No ese día. No ese año. Pero las ilusiones se mantuvieron siempre... o casi siempre.

Hicimos el mismo camino todos los días desde el primer año hasta el tercero. A veces él iba delante de mí y yo sonreía a sus espaldas. Otras veces, yo me adelantaba y la presión de saber que podía ir detrás de mi hacía que mis pasos fueran más acelerados de lo normal. Y otras veces no coincidíamos.

Nunca entendí por qué no me animé a hablarle y por qué, a pesar de que él tampoco lo hizo, mantenía constantemente la ilusión de que me veía, de que podía fijarse en mí, de que era alguien para él. A veces suponía que no se animaba a hablarme, otras veces, que no lo hacía para no herirme... Él era más extrovertido que yo y salía mucho, logró hacer amigos fácilmente.

Recuerdo también la vez que se puso de novio con una de las chicas más lindas y aplicadas de la prepa. Mi mundo se derrumbó en aquel instante, cuando entendí que yo no era nadie para Alan... y que él si era todo para mí.

Algunas veces volvieron caminando juntos, delante de mí. Y tuve que hacer muchas fuerzas para no llorar. Aunque al llegar a mi casa esas fuerzas me abandonaban fácilmente. Los imaginaba del otro lado de la pared y mi abismo crecía aún más.

Fue en aquel tiempo cuando me decidí a empezar un deporte, más que todo por la insistencia de mi madre que no le gustaba verme mal. Empecé vóley y fue allí donde conocí a quien ocuparía el lugar vacío que había dejado Alan. Aunque aquello no duró mucho. La relación de ellos dos terminó y mi amor por mi vecino pareció aflorar nuevamente. Las cosas con el suplente terminaron mal y nuevamente me vi enredada en los ojos y las sonrisas del morocho de mirada profunda.

En esa nueva etapa me convertí en poeta. Era un fracaso, pero él era mi mayor inspiración y eso era lo que valía.

Terminamos la prepa. Y con ese final, llegó también la separación. Debía irme a la capital a estudiar. Eran mis planes desde siempre. El tiempo había terminado, el límite había llegado. Nunca pasó nada y esa era la única realidad.

Pasaron cinco años. Cinco años llenos de vivencias, aventuras, amores, amistad... Su mirada, su sonrisa, todo, Alan en sí, quedó en el pasado y se convirtió en un recuerdo que con el tiempo ni siquiera pasaba por mi mente.

Y de repente, todos los sentimientos volvieron a surgir. ¿Qué hacía él allí? ¿Habrá estado visitando a alguien? ¿Volvería a cruzarlo? ¿Me recordaría? ¿Podríamos hablar? Parecía que los miedos de la adolescencia habían aflorado nuevamente. Y las sonrisas. Y la vergüenza. Las mariposas revivieron. Y me declaré en estado de locura.

Apagué todo y me fui a dormir. Y soñé con él. Empecé a temer. Pero reía también.

A la mañana siguiente todo pareció enfriarse. Los pensamientos de la noche pasaron a segundo plano y lo único que ocupaba mi mente era el trabajo que me esperaba en la oficina. Tenía muchos papeles que entregar y muchas planillas que rellenar. El estrés habitual de mi rutina acalló cualquier pensamiento o recuerdo.

Tomé las carpetas y mi bolso, guardé algunas cosas que debía llevar, busqué mis llaves y salí rápidamente. Cuando estaba trancando la puerta principal, escucho que la puerta contigua se abre y de allí sale un joven. Y todo mi cuerpo se congela en aquel instante.

Su mirada se encuentra con la mía, media sonrisa se dibuja en su rostro y lo único que pasa por mi mente es su nombre. Alan.

De imposibles y otros supuestosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora