RINA (II)

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Rina despertó en una cama que no era la suya. Así se lo confirmó el techo con pintura roída y las paredes blancas de un lugar que, perfectamente, podría haber sido un matadero. Pero pronto se dio cuenta de que estaba en el mismo sitio en el que había encontrado a su hermano acostándose con Lyda, sólo que en otra parte de la casa del terror al que, en otros tiempos, habían llamado psiquiátrico.

Soltó un gruñido mañanero e intentó levantarse de golpe, pero su brazo derecho se lo impidió. Fue entonces cuando vio las vendas sobre su hombro y empezó a recordar vagamente lo que le había pasado. Aparentemente aquella quemadura era más grave de lo que había pensado.

—Te has despertado. —Rina se volvió y al otro lado de la habitación, sentado en uno de los sillones, se encontraba Uriel.

Su cara no era precisamente lo primero que esperaba ver tras despertar, pero suponía que su hermano estaría muy ocupado consolando a otra chica mona.

—¿Y tú qué haces aquí? ¿Ahora eres mi niñero? —bufó.

Uriel se encogió de hombros y se levantó del asiento.

—Kerr me ha pedido que te vigile, tenía cosas que hacer.

—¿Cuánto tiempo he estado dormida? —ignoró esas «cosas» que tenía que hacer su mellizo, pues sabía que tenían nombre y apellido.

—Casi un día entero. Drea ha venido antes a cambiarte las vendas y ponerte más suero.

—Qué bien —soltó áspera—. La salvadora ha venido a cuidarme.

Uriel enarcó una ceja, pero guardó completo silencio. Rina solía soltar lo que pensaba sin medir sus palabras, así que a nadie le sorprendía que fuera arisca con la que estaba a punto de ser, oficialmente, su cuñada. Ni con ella ni con nadie.

—¿Qué pasó con los soldaditos? —Rina cambió de tema, intentando sonar más afable, sin conseguirlo.

—Nos deshicimos de ellos. Llegaron a pasar el Vertedero y entrar en las inmediaciones, pero por suerte tu hermano llegó antes.

—¿Holden está aquí?

Aunque sabía que su relación se había enfriado en las últimas semanas, Rina no podía —ni quería— ceder ante las demandas de su hermano mayor. Quizás Holden tenía algo de razón, puede que Sloan no fuera de fiar, pero por lo menos la mujer hacía algo para que las cosas cambiaran; y, desde luego, no la trataba como una niña pequeña.

Desde que su hermano comenzó a salir con Drea Naz cambió. Era como si los ideales de Arcadian y la prosperidad de Anthrax ya no le interesaran en lo más mínimo. De un día para otro, su vida giró entorno a vivir un idilio en compañía de la sanitaria y nada más.

El problema de Rina era evidente: no quería que nadie le quitara a su hermano. A ninguno de los dos. Los límites entre la desconfianza y los celos habían quedado completamente mezclados en una fina línea frente a ella; por lo que aceptar que los dos continuaran con sus vidas, dejándola en un completo segundo plano, la cegaba de rabia.

Cierto era que, a veces, se comportaba como una chiquilla caprichosa, pero ella nunca lo iba a reconocer. No consideraba a ninguna mujer lo suficientemente buena para estar con Holden o con Kerr y, por mucho que lo intentaran, nunca conseguirían su favor.

Ni siquiera salvándole la vida.

—No le he visto —Uriel encogió los hombros—. Pero supongo que vendrá más tarde para llevarte a casa. No creo que se quiera quedar sin su niña de las flores.

—Dama de honor —bufó.

Una sonrisa retorcida asomó en los labios de Uriel, haciendo que Rina se sintiera todavía más ridícula por ostentar tal cargo. Mas aún cuando las damas de honor eran elección de la novia y no del novio. Ni siquiera Drea estaba tan mal de la cabeza como para escogerla a ella, ¿o sí?

La Bahía de los Condenados ©Où les histoires vivent. Découvrez maintenant