ERIN (IV)

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***CONTINUACIÓN DEL CAPÍTULO GAL (VI)***

Era la primera vez que sentía un arma apuntándole directamente y estaba aterrada. Ponerse entre su hermana mayor y la pistola había sido un acto completamente desesperado e improvisado, que se hubiese ahorrado de haberlo pensado dos veces. Pero no podía dejar que Uriel matara a Gal y, suponía, que Kerr no permitiría que le pasara nada.

No era su intención aprovecharse de la culpabilidad del condenado, pero si con ello era capaz de salvar la vida de su hermana estaba dispuesta a ir en contra de su moral y sus creencias.

—Baja el puto arma, Uriel —oyó bufar a Kerr tras ella.

Erin no quiso girarse y comprobar la situación que se acaecía tras su espalda, pero estaba segura de que era tan terrible como la que tenía enfrente. Por el rabillo del ojo alcanzó a ver como Gal amenazaba a Kerr con una de las hojas del cuchillo y, sospechaba, que si Uriel no daba su brazo a torcer aquello sería un río de sangre.

Y ella estaba justo en medio.

—Ha matado a Adam a sangre fría, ¿qué te hace pensar que podemos confiar en ella? —gruñó Uriel moviendo el arma delante del rostro de Erin, nervioso—. ¡Intentará deshacerse de nosotros en cuanto pueda!

—Baja la pistola, por favor —Kerr intentó parecer pausado, pero se podía notar cómo se le agotaba la paciencia—. Sabes los que nos pasará si le ocurre algo a Eireann.

Notó como las miradas se posaron sobre ella y aquello no le gustó. Sobre todo que Kerr no la llamara «Meraki» como venía haciendo desde el día que la secuestró, y eso le hiciera tomar distancia con ella.

—Aparta el cuchillo de él —demandó Uriel posando su oscura mirada por encima del hombro de Erin.

—Quita el arma de la cara de mi hermana y me lo pienso —replicó Gal.

Erin nunca había oído ese tono de voz en su hermana, tenebroso y helado, pero un escalofrío le recorrió toda la espalda. Sabía que Gal ya no era la misma joven que había abandonado Agora hacía diez años —aunque a ella le gustara pensar que sí—, pero las veces que se habían visto en aquel tiempo eran escasas y, la mayor de las Meraki, parecía dejar de lado su faceta de Capitana.

—¿Por qué no lo hacéis los dos a la vez...? —propuso Erin con voz pausada, intentando ser lo más pragmática que podía dadas las circunstancias.

Vio la duda en la mirada de Uriel y, por un momento, pensó que el taarof dispararía sin pensárselo más, pero en vez de eso soltó un bufido y descendió el arma.

—Gracias... —susurró Erin más calmada y se volvió hacia su hermana que seguía con el cuchillo alzado—. Gal, por favor, no tienes porqué hacerlo. Encontraremos una solución.

—Vais a dejar que nos marchemos —dijo la Capitana apartando el filo del cuello de Kerr muy despacio—. De hecho, vais a ayudarnos a salir de este psiquiátrico.

—No podemos hacer eso —replicó Kerr.

Erin notó que Kerr se esforzó por sonar lo más educado posible, pero en vez de eso su tono fue arisco como el que usaba su hermana con ella. Sin embargo, no le extrañó su respuesta. Ella misma había intentado que la ayudara horas atrás cuando la había conducido hasta la azotea y Kerr se había mostrado tan reacio como en ese mismo instante.

—Entonces mejor empecemos a amenazarnos con las armas otra vez y ver quién muere primero —espetó Gal levantando el brazo.

Erin, sin embargo, le agarró de la muñeca para detenerla. Y negó con la cabeza.

La Bahía de los Condenados ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora