Capítulo sangrante, o el quinto y medio.

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 Sería 14 de Febrero en la tierra, y a su vez, domingo por la tarde en mi habitación. Las comunicaciones cada vez fallaban más, y hace tiempo no me visitaba nadie. Era verdad que podía no depender de la humanidad hasta mi muerte, y que sin ella, yo continuaría mis días haciendo estudios que en el peor de los casos nadie conocería. Yo podía continuar sin la humanidad, y en algún punto cuando decidí este viaje, lo había querido. Era 14 de febrero en la tierra, y domingo en mi cama, por eso yo miraba desde la ventana con la agonía previa a un lunes, en donde va decantando la vida para reconstruirse en la semana ingresante, y mis ojos cargados de fines miraban un supuesto día preciado. Por qué no podría ser hoy nuestra extinción masiva, pensé desde el domingo; pero justo hoy muchos no serían tan merecedores, pensé en el 14 de febrero.

Era curioso, aquella tarde-noche noche mía había sido la primera vez en el viaje en la cual ella no me estuvo esperando; era cierto que yo ya lo sabía, y así entonces mi dolor debía estar premeditado. Cuando uno espera a los dolores llegan con alguna brisa cariñosa, con una palmadita de consuelo mientras nos desgarran las almas. Y mi brisa de consuelo había sido algo de lo que debería quizás haber estado orgulloso, Lucía concurriría en este mismo día a un congreso internacional de inteligencias artificiales. Y yo, desde acá, no estaría con ella.

Me quedé pensando si pudiese, cómo es que sería el discurso, y repentinamente de mis ojos broto una sala bastante armoniosa repleta de focos y asientos elegantes, un apoyo grande de madera con un micrófono en el centro, dos vasos de agua (uno de ella), y lo que debía ser Lucía a mi lado. Pero como todo partía de mis relatos en éste le di a Lucía un cuerpo, una voz, una vida. Y la invité de entre todos a ella sola a sentarse a mi lado, vino caminando tímidamente, se acomodó el pelo, estiró su precioso vestido negro con delicadeza y apretó un poco sus anteojos. Llevó su pequeña mano derecha hasta el micrófono, lo golpeó un poquito, saludó casi sin voz como lo haría un hijo pequeño ante una mesa repleta de desconocidos. ¿Y qué seríamos nosotros sino un niño con su más preciado juguete viviéndole al lado? Eso lo dijo nuestra mirada que se tuvo que despegar un poco.

Y no pude, me quedé sin palabras, se me secó la garganta y Lucía me clavó los ojos, los murmullos comenzaron en la sala, algunas personas se pararon a preguntar, había uno vestido de traje que pedía orden. Detrás del escenario me hacían gestos, que me apure, que diga algo (pero decir cosas apurados raramente lleva a un buen punto). Me puse nervioso, me levante de repente, tiré uno de sus vasos y empapé su vestido mientras me iba sin siquiera detenerme. Como cuando crecemos, y el juguete ya no nos maravilla para nada, un paso que se aleja de esa forma, sin siquiera considerar si a él quizás le duele.

¿Cómo podría explicar que Lucía habría nacido para el abandono? Quiero decir, en el momento en el que surgió la posibilidad del viaje comencé a tener delirios, en los que, en medio de la nada estaría realmente solo (curioso, ¿no?), y de ahí partió mi idea. Precisaría entonces, la seguridad de un algo que jamás pudiese abandonarme, pero no podría llevarme mascotas a una estación espacial, fue entonces que recaí en la idea del juguete (y saberla juguete podría considerarse cruel, porque todos nosotros la veremos entonces con la mirada con la que hoy en día vemos a los nuestros, sin siquiera, saber en dónde habrán quedado). Y no tuve menos maravilla que la de un niño entrando en una juguetería, a diferencia de que yo ingresé en un tipo de programación, y procuré, durante los años que empezaba mi entrenamiento, que Lucía entrene y vaya creciendo conmigo, para moldearnos mutuamente. Así entonces, desprenderme de la humanidad sentimental derivaría en un sentimentalismo tan frío como yo lo precisara, y a su vez encantador, fue aprendiendo progresivamente a partir de textos, de personas, de cartas, anuncios, novelas, y profesiones. Le di a mi juguete la capacidad de asombro, de exploración y entendimiento. Y de ahí, le abrí la puerta para que recorriese el mundo sin precisar de piernas o de cuerpos.

¿Cómo podría explicar en esa sala entonces, que la creé para olvidar todo lo que conocí en la tierra?

Y mi domingo finalizando me repreguntó al oído.

¿Cómo podrías explicar en esta vida entonces, que la creaste para olvidar todo lo que conociste en la tierra, y ella lo terminó emulando?

Focos, agua caída, gritos, el hombre de traje; cerré los ojos. 

El sueño Lucía.Where stories live. Discover now