Decimocuarto deseo

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Cuando Joy me hizo aquella proposición recuerdo haber reído. La miré y por algún motivo su mirada seria me provocó risas incontrolables. Me doblé en mi estómago y la abracé contra mí, sonriendo en su cuello.

—Joy, ¿sabes que aún soy menor de edad? —pronuncié con esfuerzo a causa de las carcajadas.

—Lo sé —dijo ella con calma, separándome por los hombros para mirarme—. No tiene que ser real, Robbie. Solo me gustaría saber cómo se siente eso, cómo es la sensación del anillo en tu dedo y de ver al chico que amas frente a ti...

Su última frase me dejó en silencio. La contemplé con sorpresa y ella lo único que hizo fue sonreírme.

—Vamos, Robb, no te hagas el tonto. Sabes muy bien lo que siento y yo sé lo que sientes por mí. No hay necesidad de decirlo, es claro.

Me sorprendía la tranquilidad con la que hablaba, a pesar de que yo sentía una explosión de colores en mi interior, donde predominaban el castaño de su pelo, la blancura de su piel y el negro de sus ojos.

Ella era una invasión. Había empezado por mi mente, llenándome de imágenes suyas solamente. Luego fue directo a mis labios, negándome la posibilidad de decir palabras en las que ella no estuviera incluida. Y después se alojó en mi pecho, penetrando con intensidad en el corazón, quedándose allí como si fuera su casa.

Solté una suave risa y me quedé en silencio durante unos segundos.

Ella era misteriosa pero divertida, tonta e inteligente, egoísta y a la vez con una amabilidad del tamaño de Everest. Joy era tan Joy, y no había manera de negar lo obvio.

Me tenía atrapado.

—De acuerdo, ya dejamos eso claro entonces —mencioné por fin, observándola—. Pero ¿qué quieres decir con que nos casemos?

Joy suspiró y apoyó la cabeza en mis muslos, dejando caer su cabellera hacia atrás.

—Robbie, podrás creer que soy valiente, pero en realidad soy muy débil. Le temo a la muerte más que nada y también tengo miedo de irme sin haber hecho lo que cualquier chica de mi edad haría.

Ahora que lo pensaba, sus deseos siempre habían sido peculiares. Sencillos de cumplir, no creerías que era una lista de deseos para antes de morir. Entonces, ¿eso quería decir que Joy nunca tuvo la oportunidad de comer una simple pizza, de ver series con un amigo, de escuchar cuentos para dormir?

¿Qué había sido de Joy antes de que la conociera? Era en aquel momento en el que la angustia de no conocer nada de ella se hacía presente.

—Estoy enferma, por si no lo sabías. No te diré de qué para que no nos pongamos más tristes, además de que no me gusta que me tengan compasión.

—Yo no te tengo compasión, Joy.

—Nunca tuve la oportunidad de hacer las cosas que cualquier niña haría —prosiguió sin hacerme caso—. Mis papás son doctores, trabajan en este hospital. Por eso todos me conocen. Ellos siempre estuvieron ocupados, concentrados en encontrar una cura. Aunque lo que hacían era por mí, yo sentía que no era así.

Me mantuve en un mutismo profundo mientras Joy hablaba. Era la primera vez en la que se abría de tal manera, nunca antes había hablado de sí misma conmigo y no quería arruinar el momento.

—Cuando te conocí, en realidad no pensaba pedirte lo de la lista. Simplemente se me vino a la mente en aquel momento y pensé "¿Por qué no?". Eras el primer chico de mi edad con el que hablaba, el primero con el que hacía cosas que todo adolescente hace y eso me alegró mucho, Robbie. Sin embargo, ahora... no sé lo que pasará. En realidad no me siento mal, de hecho mi cuerpo está mejor que antes, pero mi papá ha estado preocupado por los últimos resultados de los exámenes y...

Se interrumpió para tomar aire. Yo, sin hablar aún, pasé mis dedos por su cabello, mi piel deleitándose por la suavidad de las hebras.

—No sé cuándo será el día, Robbie. La muerte es un poco injusta, siempre llega en el momento que menos esperas. Por eso quiero hacer todo lo que he querido para irme sin arrepentimientos. —Se levantó para sentarse y volteó a mirarme—. Y te necesito a ti más que nunca.

No tenía sentido que me preguntara. Aun cuando sintiera mi pecho más apretado que nunca, aun cuando mi deseo más grande era estrecharla en mis brazos y desearle a quien quisiera escucharme que por favor no se llevara a tan maravillosa chica, no podía dejarme sucumbir ante mis deseos.

El egoísmo que me faltaba se lo daría a ella. Porque Joy era el centro de mi mundo en este instante y quería cumplir hasta el último de sus deseos al pie de la letra.

—En ese caso, acepto —dije finalmente.

Sus ojos brillaron como estrellas. No, incluso más refulgentes que ellas. No tenía modo de compararlos. Parecían ser dos faroles que de alguna manera me guiaban por el sendero correcto.

El camino que me llevaba a su calidez.


La lista de deseos de JoyWhere stories live. Discover now