Capítulo 3

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—¡El venado! —exclamó Verónica a unos pocos pasos de la carretera. Con tanta adrenalina recorriendo su cuerpo había olvidado al animal —. Tenemos que...

—¡Espera, Vero! —exclamó April consciente de que si su amiga veía al animal muerto no le iba a caer muy bien —, yo lo revisaré.

—¡No! —insistió Verónica —. Yo quiero.

—Deja que April revise —dijo Konrad tomándola por la espalda —. Vamos a la camioneta.

Verónica se recostó cansada sobre una puerta del vehículo. Su jean empapado con sangre seca despedía un olor nauseabundo y tanto la esmeralda como sus manos estaban manchados también.

Las ideas para llegar al pueblo no fluían en Konrad, lo más sensato que tenía seguía siendo buscar el hospital psiquiátrico. Intentado descifrar una solución, ojeó a Sídney que seguía analizando el diamante.

—Es mejor que guardemos las gemas —propuso y se dirigió al portaequipaje.

Ocultó su rubí dentro de un bolsillo que estaba dentro de otro gran bolsillo de su mochila. Sídney tomó su mochila y al abrirla un montón de cosas saltaron a la vista, estaba a rebosar de inutilidades. Con fuerza intentó buscarle un espacio al diamante.

April se acercó a sus amigos cuando regresó de revisar al venado.

—Murió —dijo con su delicada voz.

Verónica sintió que algunas lágrimas se iban a escurrir de sus ojos y apurada, para que nadie la viera, ocultó su cara inclinando la cabeza. Corrió la cremallera de su mochila y fingió que le tomaba tiempo encontrar un lugar para su esmeralda entre las únicas dos cosas que había allí dentro.

—¡Listo! —exclamó cuando se repuso.

—Guarda tu gema, April —aconsejó Konrad.

La chica rodeó el zafiro con un delgado suéter y lo sumió en su bolso con cuidado. Konrad se dispuso a organizar el equipo de escalada de su hermana en el portaequipaje, luego tendría que llamarla y explicarle porque había usado la cuerda y una bengala.

A lo lejos, desde el norte, aparecieron un par de luces amarillas y deslumbrantes que iban hacia ellos por la carretera.

—¡Miren! —exclamó Sídney.

—¡Boom! —Verónica imitó el sonido de una explosión y lanzó las manos por el aire —. Les dije que alguien pasaría.

Las luces pertenecían a un enorme camión que iba a gran velocidad balanceándose de un lado para otro dando la impresión de que el conductor era novato conduciendo vehículos de carga pesada. El camión frenó y el container se balanceó tanto, junto a los chicos, que pareció que los iba a aplastar. Un hombre con una gorra bajó la ventana, Sídney intentó distinguirle la cara, pero le fue imposible porque la cabina estaba completamente oscura y la gorra tapaba la poca luz de luna que alcanzaba a penetrar.

Los cuatro se acercaron al camión tan juntos como pudieron, ninguno quería estar solo en medio de aquella desolada carretera nocturna.

—¿Qué pasó aquí? ¿Necesitan ayuda? —preguntó el conductor con una voz gruesa, profunda y apagada.

—Señor, menos mal pasó por aquí, nuestra camioneta se pinchó y necesitamos ayuda —dijo Konrad con una sonrisa fingida y estiró la mano hacia arriba, acercándola a la ventana del camión para saludar al conductor.

—Los puedo llevar al pueblo si eso es lo que quieren —dijo el hombre sin darle importancia al saludo.

—Sí, eso estaría perfecto —dijo Konrad bajando el brazo —. Vamos por nuestras cosas y ya volvemos.

Las Gemas De UspiamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora