Capítulo 28

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Konrad llegó manejando su camioneta al barrio Foresta, el más exclusivo de Uspiam y donde vivía toda la crema y nata. Sus residencias eran mansiones de distintos y magníficos diseños, resguardadas por los frondosos y vigorosos cerezos que decoraban sus aceras.

Estacionó el auto en la entrada de la mansión de los Kovac y ojeó por la ventana, todo estaba calmado. La familia poseía un peculiar jardín zen, distinto a todos los del pueblo, que le otorgó algo de tranquilidad.

Camino pausadamente hacia la puerta principal, con un presente en la mano derecha y temeroso de todo lo que podría pasar aquella noche. La fachada del hogar de los Kovac era totalmente blanca y en cierta medida se asemejaba al hospital. Las formas cuadrúpedas proliferaban, igual que las ventanas transparentes. Todo lucia tan simple y al mismo tiempo tan elaborado.

Oprimió el timbre rectangular y su dedo se deslizó sobre este por el sudor. Se secó las manos con el suéter gris y espero un momento. La puerta se abrió por la mitad y frente a sus ojos apareció Dasha con una sonrisa. Usaba un vestido negro sin tirantes y de falda corta levemente abombada.

—Konrad —dijo Dasha y lo tomó de la mano vacía —. Llegas justo a tiempo —le besó ambas mejillas suavemente.

Konrad no pudo evitar abrazarla y ella le correspondió. La chica emanaba una fragancia deliciosa, similar a la juventud de una niña y el recato de una princesa.

—Es una cena con tus padres —dijo penetrando en la casa —, no podía llegar tarde.

A Konrad le pareció la mansión más bella que jamás hubiese visto. En el interior abundaban los espacios vacíos y los colores blanco y negro, combinados con obras de arte peculiares.

—Mis padres bajarán en un momento —dijo Dasha mientras ambos pasaban junto a unas anchas escaleras en forma de caracol.

El aire cada vez le faltaba más a Konrad, estaba a reventar de nervios.

—Les traje esto —titubeó alargando el brazo con el presente.

Era una gran canasta llena de frutas. No se había atrevido a arriesgarse a comprar algo distinto al presente básico que se daba en Uspiam por cortesía.

—Todo se ve delicioso —opinó Dasha recibiendo la canasta en sus manos.

Unos pasos agitados se escucharon en la segunda planta y un minuto después, el señor Kovac bajaba a toda prisa por las escaleras.

—¡Es una emergencia! —gritó Sergei Kovac cuando estuvo junto a su hija —¡Se hundió la tierra! —agregó al tomar las llaves del auto de un estante.

Dasha y Konrad seguían al hombre con sus ojos sin entender nada de lo que pasaba.

—Buenas noches, Konrad —dijo Sergei dándole la mano para luego seguir corriendo.

—Buenas noches —respondió el chico.

—Lamento no poder estar en la cena de hoy —agregó vistiendo una bata blanca y un estetoscopio que colgaban del perchero —. Nos necesitan en el hospital, no se sabe si hay heridos.

Konrad tuvo un mal presentimiento, no había accidentes así en Uspiam, seguro se trataba de sus amigos.

Ninette Kovac, la madre de Dasha, bajó las escaleras golpeteando los escalones con sus tacones.

—¡Apúrate, Sergei! —dijo la mujer al abrir la puerta principal —. No salvaremos a nadie con tu lentitud —. Konrad, discúlpanos —agregó desde la distancia —. Te lo compensaremos luego. Te quiero hija, nos vemos después.

—Recuerden no hacer cosas malas —dijo Sergei picando un ojo.

Ambos esposos salieron corriendo y directo hacia el jardín zen.

Las Gemas De UspiamWhere stories live. Discover now