XXIII. De saber que eres mía.

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Poco a poco Ana fue recuperando un ritmo cardiaco normal, la bailarina la tenía acunada en sus brazos, tumbadas una a lado de la otra, Ana escondida como ya era su costumbre en el cuello de Mimi y las piernas entrelazadas, La rubia acariciaba mimosa sus cabellos y en ocasiones le daba suaves besos en la cabeza intentando ayudar a que recobrara el aliento pero parecía que la cantante jamás saldría de su escondite.

- ¿Qué la pasa a la niña? – se reía y sacudía un poco a la cantante que se apretaba más contra su cuerpo y emitía un quejido como respuesta – Ana Guerra... responde – la morena volvía a emitir un quejido vergonzoso – venga reina mía, no has hecho nada malo ¿Puedes mirarme?

- Jo... qué vergüenza – por fin asomaba su enrojecido rostro y Mimi casi muere de ternura – seguro Ricky me ha escuchado.

- Cariño, seguro todo el edificio te ha escuchado.

- No estás siendo de ayuda – le sacaba la lengua.

- Si te sirve de consuelo Ricky seguro está haciendo exactamente lo mismo en su habitación... escucha – se oía música a un volumen que sin ser fuerte era considerable – pone música cuando hay tema con el invitado en turno.

- Igual es horrible... yo nunca había... así, de esa manera.

- A mí me pareció hermoso – le hacía subir un poco más el rostro para poder besar sus labios suavemente – tus orgasmos son lo más bonito que he visto en este mundo – la cantante con más colores si cabe se volvió a esconder en su cuello y Mimi soltó una carcajada.

- ¡Joder Miriam!

- Uy, Miriam...qué fuerte, esto ya se puso serio – giraba hacía un costado para quedar sobre ella nuevamente y obligaba a la cantante a despegarse de su cuello.

- Para ya – suplicaba aún con la vergüenza reflejada en los ojos – por favor – se resignaba a recibir la mirada penetrante de Mimi y suspiraba – no sé qué me pasó... me volví un poco loca, tú me volviste loca.

- Yo quiero que te vuelva a pasar – no la dejaba decir nada más cuando ya sus bocas se enlazaban en otra batalla de besos.

- Espera – pedía un tiempo y se separaba de la boca de la bailarina como buenamente podía – estoy muerta, me tiemblan las piernas – decía entre jadeos pues el beso le había robado el poco aire que había recuperado.

- Y más... y más te van a temblar – sus ojos eran fuego, no pensaba esperar un minuto más para volver a sentir a Ana retorcerse y gritar de placer en sus manos, acababa de probar una droga y no estaba en sus planes desengancharse.

Sin opción a réplica cogió las manos de Ana colocándolas sobre el colchón por encima de su cabeza. Quedando sobre la desnudez de la cantante quien ya tenía la respiración cortada de la impresión, se lanzó a besar su cuello, a recrearse en la suavidad de esa piel y del aroma que desprendía, entendió el por qué a la cantante le gustaba tanto esconderse ahí si lo que sentía era por lo menos la mitad de lo que ella cuando paseaba su lengua por esa piel sensible. Ana ya se retorcía bajo ella, emitía pequeños sonidos de placer que elevaban poco a poco su excitación, la voz de Ana era otro gran descubrimiento; le encantaba escucharla hablar con ese precioso y marcado acento canario, su tono era tan suave y delicado cuando quería, elegante o tan sensual otras veces y ni hablar de cuando cantaba, es que le salía un torrente de voz impresionante, fuerte y contundente, tan expresiva y característica pero ahora mismo, sus jadeos y gemidos eran la canción favorita de la bailarina, podría escucharla gritar de pasión por horas... era lo que planeaba.

Luna MenguanteWhere stories live. Discover now