La última hoja del árbol

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¿Ustedes creen en los deseos y milagros de Navidad? Yo lo hacía. Con todo lo bonito que había pasado mi Navidad del dos mil catorce, tenía una gran esperanza de que aquella fecha vendría con una sorpresa especial para todos. En nuestro colegio no hubo fiesta aquel año, y nadie sabía el porqué. Sin embargo, decidimos hacer una pequeña reunión el veintitrés en mi casa, y no pude decir que no, aparte de que sí quería que fueran.

Cristina ya estaba embarazada de siete meses, pero a pesar de eso, quiso aventurarse a hacer la cena. Invitamos a todo el grupo, y, como no teníamos clases, pensamos que a las dos de la tarde sería una hora perfecta para todos. No habíamos establecido hora límite, así que estaba bien para todos.

Estuve sentado en la banca de la cancha cerca de mi casa. Había muchos chicos jugando baloncesto aquella mañana, pero no resultó del todo extraño, porque muchos colegios tendrían el veintitrés libre. Había chicos de todas las edades, era curioso porque siempre que veía este tipo de entrenamiento se los clasificaba por edad y estatura, pero ellos estaban juntos. A decir verdad, no sé por qué ahora me acuerdo de esto, porque no tiene nada de relevante. Quizá porque ahora son las tres de la mañana y quise escribir a esta hora, digo, para ver si me llegaba la inspiración. Pero bueno, qué más puedo hacer. Todos duermen a esta hora.

Volviendo a aquel día, Ángel me sorprendió cuando dijo a mis espaldas.

—A veces me pregunto cómo serán sus vidas, ¿sabes?

Volteé a verle y dije:

—Ah, ¿sí?

Asintió.

—Quiero decir —continuó—. ¿qué harán? ¿cuáles son sus aspiraciones?

—¿Por qué querrías saber eso?

—Pura curiosidad, nada más. El mundo es enorme.

—Creo que sí.

—Mañana es Noche Buena.

—Sí, tú lo has dicho.

—¿Crees que mis padres me llamen?

—No lo sé, Ángel, tú los conoces.

—La última vez que hablamos no me dijeron nada bueno.

—¿Crees que eso cambie?

—Es Navidad, todos tratan de hacer cosas buenas en esta fecha.

Lo miré triste porque sabía que él quería que sus padres le llamaran y le desearan una feliz Navidad.

—Ángel, a veces, solo debemos soportar lo que se nos viene.

No respondió a aquello. La nube que cubría el sol se había ido y este nos golpeaba fuerte.

—Y, Ángel, no eres una mala persona. Tienes amigos que de verdad te queremos, grábatelo, por favor. No está tu familia, pero que eso no te destruya, porque, al fin y al cabo, la sangre no nos une, sino el amor, como tú lo has dicho. Y si ellos no te quieren porque te gustan los hombres, que te valga mierda. Aparte, tú mismo has dicho que Dios te ama, ¿no?

Asintió.

—Bueno, tenemos una familia que recibir hoy, así que vámonos. Cristina debe estar preguntándose qué nos ha sucedido.

Nos marchamos de allí y fuimos directo a nuestra casa. Uno a uno los demás llegaron y cerca de las cuatro empezó nuestra maratón de baile y películas. Estábamos todos y cada uno llevó algo para comer. José, empanadas, Emely, caramelos, Tamara, una torta y Diego, un balde con KFC. Era genial. Cristina había cocinado unas chuletas en una salsa de champiñones, todavía lo recuerdo. Es todavía una de las mejores cosas que he probado en mi vida.

Ellos, ella & yoWhere stories live. Discover now