Capítulo 2:La bruja

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                                                            Madisson

 Bajo de mi motocicleta y doblo en la esquina corriendo, Dios, llego tarde. Abro la puerta del la cafetería, el olor a café y medialunas inunda mis fosas nasales, las conversaciones de los clientes y los tintineos que generan las tazas al dejarse en la mesa llenan el pequeño local de cuatro paredes, me apoyo en el mesón donde se encuentra Gabriel colocando una medialunas en una bandeja.

-Llegas otra vez tarde Madi.-dice y levanta la vista.

-Si, ya se-digo con una mirada suplicante.

-No, no-niega con la cabeza-otra vez no.

-Si, sii-digo batiendo mis pestañas y haciendo pucherito.

-Sabes que si haces eso te voy a decir que si.

Rodeo el mesón y me planto a su lado con mis manos unidas.

-Porfaa, esta es la ultima vez.

-Esta bien, esta bien-dice agitando las manos.

-¡Wi!-digo dando saltitos.

Saca la llave de su bolsillo trasero y me la extiende.

-Pero esta es la ultima vez que te cubro-dice y me la da.

Asiento con una sonrisa.

 Salgo de la cafetería y doblo en el callejón de la cafetería, mis pasos resuenan entre las paredes de ladrillo, me abrazo a mi misma y  pateo bolsas y cartones que se encuentran en mi camino, el olor a café se hace cada vez más intenso.  Me detengo en frente de la puerta celeste, meto la llave en la cerradura y la abro.

 Dentro de la cocina, mesas de metal con bandejas de tortas y medialunas te impide seguir caminando, mesadas con cafeteras y al lado de estas hay tazas blancas de distintos tamaños y en una esquina ocupan cinco fregaderos uno al lado del otro. Meseras con delantales de color negro salen y entran de la cocina apurada con bandejas llenas de tazas de café y comidas.

 Descuelgo del perchero un delantal, me lo paso por la cabeza y lo ajusto a mi cintura, formando un moño con las tiras.

-Eh, Madi-dice Mirta limpiándose las manos con el delantal blanco, dejando partes empapadas.

-Hola Mirta, ¿Que mesa tengo que atender?

-La mesa 10 que está afuera y rápido que llevan tiempo esperando a que los atiendan.

-Si, si.

 De una pila de bandejas bien ordenadas, retiro una negra y redonda y agarro dos cartas de menú de la alacena. Empujo la puerta de madera, filas de mesas de madera cuadradas con un mantel de color blanco y sillas de madera están  siendo ocupadas por familias y adolescentes, dejo la llave que me dio Gabriel debajo de el mesón en una caja pequeña forrada con papel blanco.

 Camino entre el espacio que dejan las filas de mesa y salgo del local, una brisa choca con mi cara y mi pelo se pega a mi cara tapando mis ojos y maldigo en voz baja por no haberme hecho un moño antes, con una mano empujo hacia atrás el molestoso pelo y vuelvo a ver sin dificultad. 

 Bailo entre la gente con la bandeja y las cartas contra un costado de mi cadera, rodeo las mesas que se encuentran en la ancha vereda y me detengo a escasos metros de la mesa número 10, una niña de no más de 6 años, rubia, de ojos celestes y piel blanca ocupa una de las sillas sentada en chinito y sonriendo estira su corto cuello sobre la mesa para poder hablar con la persona que tiene sentada en frente es un chico que me parece conocido, pasa el metro setenta, bronceado con unos ojazos verdes que hipnotizarían a cualquier chica que pase a su lado, si, damas y caballeros, el idiota que me puso la traba es mi cliente. Se ríe mostrando sus perfectos dientes, su risa grave y ronca retumba en mi cabeza y no se disipa, no quiero que lo haga. Respiro hondo y obligo a mis piernas a pasar las últimas dos mesas.

Corazón de acero © EDITANDOWhere stories live. Discover now